“Una generación que no soporta el aburrimiento será una generación de escaso valor”
Bertrand Russell[1]
El aburrimiento es un mal contemporáneo. En la era de la inmediatez y de la insatisfacción crónica, el sopor es moneda corriente y la falta de atención una patología medicalizable. Miles de niñes son empastillades a diario con una droga denominada “Metilfenidato”[2]a fin de menoscabar los estados de babia y de cronificar dependencias tanto neurobiológicas como físicas. -La cronicidad es el ad hoc del capitalismo farmacopornográfico[3] que descuella nuestro zeitgeist[4]-. El origen de la palabra aburrimiento viene del latín “abhorrere”, siendo “ab” el prefijo que significa “sin” y “horrere” “horror”. Resulta que palabras como “aburrir”, “aborrecer” y “horripilante” presentan el mismo origen etimológico, siendo aburrir/aburrirse/aburrido “aquello que NO nos sorprende ni estimula”. Ante una situación nueva e interesante, el cerebro libera dopamina[5], un neurotransmisor muy relacionado con la sensación de bienestar y recompensas. Conforme pasa el tiempo (y si la actividad no resulta ya muy novedosa), el cerebro se habitúa disminuyendo la intensidad de esta activación hasta desconcentrarnos y aburrirnos. Sin embargo, según se ha descubierto, resulta que aburrirse también es bueno para el cerebro: no solo porque nos ponemos más creativos tratando de buscar alternativas para salir de ese tósigo, sino porque aburrirse a su vez otorga descanso al cerebro. De hecho, se activa la llamada “red neuronal por defecto”[6], activada también cuando soñamos despiertos. ¿Qué quiere decir todo esto? Que incluso a nivel anatómico se activan regiones cerebrales que necesitamos para planificar escenarios posibles o pensar en otras soluciones, es decir, se ponen en funcionamiento neuronas relacionadas con la fantasía y la memoria propiciando, al parecer, poner en orden nuestros recuerdos. Tanto Descartes[7] como Newton[8], entre muches otres lumbreras históricos, postularon al aburrimiento como motor del ingenio -concepción con la que adhiero aspaventeramente-.
El aburrimiento es producido por la falta de una actividad interesante y constructiva, también por la monotonía y la falta de ilusión e interés en las cosas. Ahora, el aburrirse nada tiene de vano, ya que, pasado cierto umbral, permite que surja lo novel, enjundia que, de alguna manera, desarrolla un quehacer más personal, un arreciar de la subjetividad, una medra del magín propio de cada quien, un suscitar del otium[9] gestor sine qua non de la inspiración, de la poesía vívida, de la experimentación de la(s) otredad(es). – ¿Hasta dónde no fue el aburrimiento el hijo pródigo de la historia universal de la humanidad? ¿Hasta dónde no es el aburrimiento el padre de la pluridimensionalidad creacional que se gesta cotidiana e incesantemente? -. Tolstoi[10] definió al aburrimiento como: “un deseo de tener deseos” y John Eastwood[11] lo define como “un estado aversivo de querer, pero ser incapaz, de participar en actividades satisfactorias, que nace de fallos en una de las redes de atención del cerebro”. Dicho así, parece que en nuestra cabeza y su incapacidad para disfrutar la acción está el problema, y no al revés. Y así es. En general, nuestros tiempos son mucho menos aburridos que los pasados. La vida de hoy se vive con el tipo de emoción que nuestros antepasados sólo conocían en tiempos de batalla. En lo que respectaba al resto de sus días, eran prisioneros de las tareas cotidianas y tenían que esperar mucho por cosas que ahora para nosotros son automáticas. Precisamente por eso, el aburrimiento se siente más intolerable ahora, en estos días, porque hay muchas más cosas para hacer que antes. Estamos acostumbrados al automatismo y la multitarea. Hasta los 30 segundos del microondas parecen demasiado.
Trastorno de ansiedad congénito, pánico al silencio -esa ausencia de ruido externo que hace que escucharse a uno mismo no pueda ser impugnado-, falta de voluntad – y de coraje- para reflexionar sobre la existencia -tanto propia como contextual- y la anhedonia que nos invade de tanto en tanto. Aburrirse es surfear ese vacío que el tedio produce(nos) sin permiso alguno y que puede devenir en una pesadillesca y sostenida vivencia o, también, en una oportunidad divina. El aburrimiento es una crisis (un estado que para los chinos significa: peligro + oportunidad), todo depende de la capacidad de agenciamiento de cada individuo en particular -no todes son o se sienten idóneos para afrontar los vientos de cambio y menos aún los tormentosos… -. ¿Cómo psicopatologizan a las personas aburridas? ¿Es considerada la abulia una psicopatología? ¿Aburrido se nace o se hace? ¿Interesante es substancial o circunstancial? ¿Cuánto dura el interés? ¿Lo contrario de aburrido es divertido o interesante? -La diversión se me hace más efímera…-. Hacer del aburrimiento sapiencia implica imaginación, y esa capacidad no es substancial a todes. El aburrimiento es una instancia, la falta de imaginación una condena. – ¿Hasta dónde no es la falta de imaginación uno de los más tremendos karmas posibles? ¿No es la falta de sentido del humor el aliado obsecuente del egotismo, el dadivoso gestor de la más frustrantes de las existencias terrenales posible? Sentirse aburrido siendo carente de imaginación y de sentido del humor solo sobreviene en algún rótulo patológico justificador del litio nanotecnológicamente autoadministrado. El aburrimiento es la panacea de los daydreamers, aquellos que hacen del vapor consensado en el cielo formas, de la flor salvaje nacida sobre un adoquín poesía… El aburrimiento es motor para todo soñador gustoso de serlo.
[1] Bertrand Arthur William Russell: (Trellech, Monmouthshire; 18 de mayo de 1872-Penrhyndeudraeth, Gwynedd, 2 de febrero de 1970) fue un filósofo, matemático, lógico y escritor británico, ganador del Premio Nobel de Literatura.
[2] Metilfenidato: un psicotrópico estimulante débil del sistema nervioso central con efectos más destacados sobre las actividades mentales que sobre las motoras. Su mecanismo de acción no se conoce completamente, pero se cree que actúa inhibiendo la recaptación de dopamina y noradrenalina a nivel presináptico. Entre sus contraindicaciones garrafales figuran: Glaucoma. Feocromocitoma. Hipertiroidismo o tirotoxicosis. Enfermedad cardiovascular (hipertensión grave, insuficiencia cardiaca, enfermedad arterial oclusiva, angina, enfermedad cardiaca congénita hemodinámicamente significativa, cardiomiopatías, infarto de miocardio, arritmias potencialmente mortales y canalopatías). Trastornos cerebrovasculares (aneurisma cerebral, anomalías vasculares incluyendo vasculitis o apoplejía).
[3] El capitalismo farmapornográfico es una definición creada por le filosofe Paul B. Preciado, que postula que el neoliberalismo económico contemporáneo se sostiene sobre los pilares de las industrias farmacéutica y audiovisual. La pornografía construye subjetividades, representaciones y cuerpos; busca excitar los sentidos, configurar sujetos deseantes de un tipo de sexualidad, de cuerpo, de vida. La industria audiovisual se sustenta en el principio pornográfico, es decir, en la búsqueda de la excitación permanente para construir sujetos deseantes. El cuerpo postmoderno se vuelve al mismo tiempo colectivamente deseable y real gracias a su gestión farmacológica y a su promoción audiovisual
[4] Zeitgeist es una palabra compuesta en alemán, la cual se conforma de “Zeit” (que significa tiempo) y “Geist” (que significa espíritu), la cual puede traducirse al español como: «espíritu del tiempo», «espíritu del momento» o «espíritu de la época». La misma hace referencia al clima, ambiente o atmósfera intelectual y cultural de una determinada era.
[5] La dopamina es el neurotransmisor catecolaminérgico más importante del Sistema Nervioso Central (SNC) de los mamíferos y participa en la regulación de diversas funciones como la conducta motora, la emotividad y la afectividad, así como en la comunicación neuroendocrina.
[6] Red neuronal por defecto es una red funcional prominente, caracterizada por una importante actividad intrínseca de un set de regiones cerebrales que están activas cuando el individuo mantiene actividad de vagabundeo mental, y disminuyen su actividad cuando el individuo ejerce actividades perceptivas o motoras
[7] René Descartes (La Haye, Francia, 1596 – Estocolmo, Suecia, 1650) fue un filósofo y matemático francés. Después del esplendor de la antigua filosofía griega y del apogeo y crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires del Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el siglo XVII, al nacimiento de la filosofía moderna.
[8] Isaac Newton (Woolsthorpe, Lincolnshire; 25 de diciembre de 1642 – Londres; 31 de marzo de 1727) fue un físico, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés. La revolución científica iniciada en el Renacimiento por Copérnico y continuada en el siglo XVII por Galileo y Kepler tuvo su culminación en la obra del científico británico, a quien no cabe juzgar sino como uno de los más grandes genios de la historia de la ciencia. Sin olvidar sus importantes aportaciones a las matemáticas, la astronomía y la óptica, lo más brillante de su contribución pertenece al campo de la física, hasta el punto de que física clásica y física newtoniana son hoy expresiones sinónimas.
[9] Otium para los antiguos romanos esta palabra definía tanto el simple descanso, como el recreo, la inactividad y la indolencia pura. Su opuesta, “negotium” (non-otium), denotaba actividad, participación en los asuntos públicos y administración y generalmente la gestión de actividades económicas, de donde proviene el significado actual de nuestra palabra negocio. En esta tarea nos ocupamos de la forma en que los romanos preferían utilizar su tiempo de ocio y descanso.
8 Liev Nikoláievich Tolstói (Yasnaia Poliana, 1828 – Astapovo, 1910) fue un escritor y reformador ruso. Junto con Fiódor Dostoievski, es el más destacado representante de la novela realista en Rusia.
9 John Eastwood es un psicólogo canadiense contemporáneo bien conocido por su investigación sobre la intersección entre la cognición y la emoción. Recibió su doctorado de la Universidad de Waterloo, Ontario y actualmente es psicólogo clínico y profesor asociado de psicología en la Universidad de York, Ontario.