Snuff: horror y perversión

Hay algunos “requisitos” a cumplir para considerar un material fílmico como “snuff” (también llamado “the real thing” o “white heat”). En primer lugar, en toda película snuff hay un notorio grado de perversión y morbosidad que está dado tanto por la cercanía o intimidad entre victimario y víctima como por la crueldad y sadismo que se manifiestan en su espantoso contenido. Ese grado de “cercanía” no se encuentra en filmaciones de guerras o masacres multitudinarias (como la de la secta de Jim Jones, por ejemplo), de manera que las filmaciones de ese tipo de eventos (absolutamente trágicos pero menos “personales”) no son consideradas “snuff”.

     En segundo lugar, las filmaciones snuff (palabra que literalmente se refiere a un polvo de tabaco, mientras que la expresión “snuff it” quiere decir “estirar la pata”) no se exhiben en el circuito comercial de la industria del cine. Estas películas circulan en la llamada “deep web” (internet invisible, internet oculta), en la que los buscadores (Google, Yahoo, etc) no pueden encontrarlas; se trata de páginas web ultra-privadas, protegidas, con contenido de acceso muy restringido, a las que acceden determinados usuarios con contraseñas o códigos especiales. Los contactos en esta web no son monitoreados y nada de lo que se haga en ella podrá ser asociado a la identidad de quien lo hace. Estas películas también circulan en el “mercado negro” (un circuito ilegal), en videoclubes gore, entre sectas, grupos satánicos y en un mercado abyecto de personas que consumen este material. Las películas pretendidamente snuff que pueden verse en cine o televisión en realidad no lo son, si bien algunas de ellas muestran un realismo y una calidad de efectos especiales que pueden hacer creer al espectador promedio que está ante un film snuff. Este tipo de películas son “gore” o “pseudo-snuff”, pero no snuff.

    Las películas snuff (a diferencia de las gore o pseudo-snuff) no tienen efectos especiales. Si bien pueden ser filmadas con distintos planos y estar editadas, lo habitual es que estén filmadas con una sola cámara y en un mismo plano-secuencia. La producción suele ser básica, suelen ser filmaciones caseras, de bajo costo, habitualmente en una sola locación, con muy poca gente involucrada. Es más: muchas veces el mismo asesino es quien filma, colocando la cámara fija de manera que toda la “acción” sea captada por la misma. Todo es crudo y real; la realidad es suficientemente conmovedora y espantosa como para necesitar efectos especiales.

     Otra característica de las snuff es que los cadáveres mostrados en ellas habitualmente no han sido encontrados o, en el caso de encontrarlos, esto suele ocurrir mucho tiempo después de desaparecidos. De hecho, por esta razón la existencia misma de películas snuff fue siempre discutida.

   Durante mucho tiempo se discutió no sólo sobre la veracidad de este tipo de filmaciones sino incluso sobre la posibilidad de que en realidad existieran. Muchos opinaban (y opinan aún) que, más que un hecho comprobado, se trata de una especie de mito urbano que ha sido vinculado al cine. Así que hay posiciones encontradas sobre el tema.

      Los que negaban su existencia utilizaban como argumento que nunca habían visto una snuff. El FBI y la CIA decían que, si este tipo de material existiera, ellos tendrían una copia. Y es conocida una entrevista a Ted McIlvana, custodio de la colección de más de 300.000 películas y videos porno del Instituto para el Estudio Avanzado de la Sexualidad Humana, en la cual manifestó que “sólo he visto tres muertes en cámara en 25 años de dura investigación: dos eran accidentes, y el tercero era una ceremonia religiosa bizarra en Marruecos en la que un niño jorobado era descuartizado por caballos salvajes mientras los hombres que estaban alrededor se masturbaban”. En términos estrictos eso es una película snuff, lo cual ya demostraría la existencia de las mismas; al menos, de una.

     Frank Henenlotter, un director norteamericano de películas hardcore (y de otras inclasificables), ofreció una recompensa de un millón de dólares a quien le mostrara una snuff; nadie se presentó a reclamar la recompensa. Del otro lado de la mesa, empresarios, abogados, escritores y distribuidores de pornografía y cine gore aseguran que quien filma una película de este tipo no lo hace con la finalidad de ganar una recompensa como la ofrecida por Henenlotter, y a la vez sostienen que “hay que ser realmente muy ingenuo para pensar que no existen”.

     Hasta ahora nadie ha sido procesado judicialmente por haber producido, filmado o participado en alguna película snuff, pero teniendo en cuenta que hoy se puede hacer una filmación hasta con un teléfono celular, que hay una enorme industria del porno hardcore, que de ahí a la tortura hay apenas un paso y, sobre todo, que hay un público con mucho dinero y con necesidad de satisfacer perversiones privadas, la existencia del snuff resulta innegable, aún para quienes no quieren ver la realidad.

    De todas maneras, el hecho de que existan es menos importante que el hecho de que la gente sí cree que existen y por lo tanto cree que sí existe alguien capaz de filmar el sufrimiento y la muerte de una persona.

     Por otra parte, este tipo de films contiene elementos que hacen que el “boca a boca” siga creciendo día a día. Su marca registrada de sadismo, crueldad y perversiones sexuales de la peor clase muestran la punta del iceberg (una de tantas) de sociedades enfermas; que alguien se gratifique, se excite o pague dinero por observar torturas, violaciones o asesinatos reales es una muestra de ello. 

     Pero esta polémica estéril ha quedado reducida a películas snuff que hayan sido filmadas por algún realizador “neutral”, término que no es para nada apropiado y que sólo busca señalar el hecho de que quien filma no es la misma persona que ejecuta a la víctima (aunque sólo por filmar algo así ya se convierte en cómplice de un crimen).

     Fuera de toda polémica, está más que comprobado que sí han ido apareciendo filmaciones snuff en diversas circunstancias, todas ellas espantosas, en las que el mismo asesino es quien ha filmado sus crímenes; para volver a verlos, para mostrárselos a futuras víctimas, por egocentrismo, para burlarse de la policía, por insania, para tener un cuidadoso archivo de los mismos o por lo que fuere. Es una especie de testimonio de alguien que no quiere que la cosa termine con la muerte de su víctima, sino que quiere verla (y que en todo caso la vean) morir una y otra vez. Además de filmaciones snuff, son pruebas del delito.

     Hay varios ejemplos al respecto, como el de David Berkowitz, un asesino serial que filmaba sus crímenes y cuyas películas circulaban entre los miembros de la secta Iglesia de Satán norteamericana; la filmación de uno de sus crímenes, se dice, habría sido vendida a un coleccionista de películas porno. O el del asesino serial hongkonés Charles Chi-Tat Ng (que mató al menos a 25 personas), que habría filmado sus asesinatos con la intención de distribuirlos comercialmente; muchas de las cintas estarían en poder del FBI. Y hay más: durante el proceso judicial seguido contra Johnny Zinn por el secuestro y muerte de una joven de 20 años en Nuevo México, uno de sus cómplices confesó que la idea era realizar una snuff, proyecto que no llegó a concretarse, y en su momento circulaba la versión de que Charles Manson filmaba este tipo de películas en Texas. En Inglaterra, The Times publicó en 1990 investigación que sostenía que la policía había descubierto evidencias de que inmigrantes mexicanos eran asesinados para filmar películas snuff. Se da por aceptado que Idi Amin grababa torturas y ejecuciones.

David Berkowitz
Charles Chi-Tat Ng
Johnny Zinn

    

Un paso más allá, algunas películas snuff reales de este tipo sí son especialmente conocidas ya que sí se encuentran en internet aunque no es fácil encontrarlas; hay que hacerlo con palabras clave que no han trascendido demasiado. Pero que están, están. Veamos algunos de los casos más conocidos:

    El asesino y pedófilo Peter Scully, que creó una red internacional de pedófilos y asesinos llamada “No Limits Fun” (sí, ese es el nombre), filmó (y publicó en internet) unos mini-cortometrajes que la policía encontró en su poder, en los que se puede ver la destrucción (literalmente hablando) del cuerpo de una niña. Fue apresado en Filipinas y condenado a cadena perpetua en 2015.

     Los asesinos de Dnepropetrovsk: tres adolescentes ucranianos que en 2007, en el lapso de un mes, mataron a varias personas a martillazos y palazos de la manera más sanguinaria imaginable (hasta a una mujer embarazada y al hijo que llevaba en su vientre), grabándolo todo con un teléfono celular para publicarlo en internet.

     La decapitación de dos miembros del cártel de Sinaloa en 2014, el primero con una motosierra y el segundo con un cuchillo, filmadas en un escalofriante video de 6 minutos.

    Eric Clinton Kirk Newman (luego llamado Luka Magnotta), un asesino canadiense, actor porno, stripper y escort, protagonista en 2012 de un video en el que mata a un hombre apuñalándolo una y otra vez con un picahielos y un cuchillo, luego lo destripa y luego copula con el cadáver. Según la policía, luego de eso cometió canibalismo. Luka envió partes del cuerpo a un colegio y a la sede de un partido político.

     El ruso Anatoly Slivko, asesino serial de varios niños y adolescentes, necrófilo y pedófilo durante más de 20 años. Los engañaba diciéndoles que los iba a “curar” y los filmaba saludando a la cámara antes de matarlos. La policía encontró en 1989 las filmaciones junto con partes desmembradas de los cuerpos de sus víctimas. Slivko fue ejecutado ese mismo año en la prisión de Novocherkassk, en Rusia.

Fotografías del caso Anatoly Slivko

     Finalmente, una especie de perla del género snuff es la película “The Bridge” (“El Puente”) (Eric Steel, 2006), un documental que muestra a varias personas que se suicidan arrojándose al vacío desde el puente Golden Gate de San Francisco, considerado el lugar donde más personas acuden a suicidarse. Sin saberlo, los desdichados suicidas son protagonistas de un film que debe ser considerado snuff, ya que es la filmación de un crimen real, aunque en este caso victimario y víctima son la misma persona y la filmación es impersonal.

     El realizador de la película registró durante todo un año lo que ocurría en el puente: los que caminaban, los que se asomaban, los que saltaban la baranda para ubicarse en posición de tirarse y después se arrepentían, los que merodeaban sin decidirse, los rituales de cada uno, etc. Así es como pueden verse los suicidios por salto al vacío de varias personas (tardan entre 4 y 5 segundos en una caída libre de 67 metros), imágenes que el director intercala con entrevistas a familiares y víctimas de los suicidas; hay también un testimonio de un sobreviviente al salto.

   El documental es tan frío como atroz y genera tanta angustia como disgusto. Ver a una persona que caminaba por el puente fotografiando con su cámara una y otra vez a una mujer a punto de saltar, genera impotencia y furia; sólo después de varios minutos el hombre se decide a tenderle una mano a la suicida, a quien finalmente decide rescatar. En otro caso, la cámara del director enfoca desde el inicio del documental a una persona joven que merodea sin decidirse y la sigue en breves secuencias intercaladas a lo largo de toda la película hasta que finalmente muestra, al final del film, cómo se para en la baranda y se arroja de espaldas al vacío.

     Al ver eso, uno se imagina que quien filmó eso se dio cuenta de las intenciones del pobre muchacho y que a pesar de eso no hizo mucho por evitar el desenlace fatal. Sin embargo, el mismísimo director, Eric Steel, contó que llamó a las autoridades cada vez que veía a una persona subir la baranda para pasar del lado “de no retorno” del puente y que como resultado de ello salvó seis vidas que, de no haber avisado, habrían saltado hacia la muerte. En fin. Ver para creer.

     Las películas snuff existen porque hay humanos que hacen de la muerte de otros humanos un espectáculo: el que las filma, el que las comercializa o distribuye, el que paga por verlas, o todos ellos. Deleznable y exclusivo, pero espectáculo al fin.

     En la periferia del snuff hay una cantidad de películas que simulan ser snuff: es el cine pseudo-snuff. Este sí se distribuye y exhibe en los circuitos cinematográficos convencionales.

     Pero es otra historia.

     Continuará…

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