Este no es un tema menor en Argentina que, a pesar de los esfuerzos y la prédica de políticos y funcionarios, continua con una economía estrechamente ligada a la producción agropecuaria. Muchos hitos históricos pueden explicarse por estos fenómenos y no solo por el voluntarismo de algunos líderes. Sin ir más lejos, la revolución de 1789 se debe en parte al fracaso de las cosechas y al encarecimiento de los alimentos. Dos o tres años de fracaso agropecuario ponen en peligro la estabilidad de cualquier gobierno, sea monarquías o republicas.
Resulta interesante relacionar los factores climáticos con nuestro devenir político-económico. Hagamos historia. Entre los años 1824 – 1832 tuvo lugar una marcada escases de precipitaciones. Esa época fue conocida como “La gran sequía”. Para señalar la magnitud del cataclismo baste decir que los ríos Salado y Samborombón llegaron a secarse. En 1832 Charles Darwin fue testigo de este fenómeno que azotó a la provincia de Buenos Aires, ocasionando gran mortandad de animales. En la oportunidad pudo investigar sobre la extinción de la vaca ñata. Esta estaba imposibilitada anatómicamente de comer de los árboles, cuando escaseó el pasto estas vacas se extinguieron a diferencia de otras variedades que pudieron sobrevivir. El investigador inglés tomó en cuenta este hecho la elaboración de su teoría sobre la teoría de las especies.
Mientras los campos se marchitaban, se sucedían los gobiernos: Rivadavia, Dorrego y Lavalle terminaron en crisis institucionales. A ellos los siguió Rosas, que ascendió a la conducción de la provincia de Buenos Aires con la suma del poder político.
Entre 1874-76 hay un período de inundaciones que coincide con la elección fraudulenta de Avellaneda y la revolución del general Mitre que termina con la batalla de la Verde. Recordemos que Avellaneda, para cumplir con los servicios de la deuda, prometió hacerlo “sobre el hambre y la sed de los argentinos”, frase que hoy ningún político se atrevería a pronunciar (aunque después proceda de tal forma pero disfrazando su discurso).
En 1883 hubo lluvias torrenciales e inundaciones en la provincia de Buenos Aires, un tema recurrente desde el siglo XIX/XX.
La mayor desgracia se produce por las inundaciones del año 1900 con la mortandad de 20 millones de ovinos (Recordemos que el gran crecimiento económico de la Argentina se debe a las ovejas y no a los vacunos). Este siniestro empujó al gobernador Marcelino Ugarte a comenzar la construcción del Canal Norte. Desde 1904 se han multiplicado los canales hechos por el Estado y privados en forma anárquica, ocasionando un verdadero pandemonio de zanjas y lagunas y más canales que hacen muy difícil dar una solución integral al problema de las inundaciones en Buenos Aires. El actual gobierno ha pedido asistencia a asesores holandeses (oriundos de un país que vive bajo el nivel del mar) para resolverlo. De seguro llevará muchos años resolver este problema, si es que logra resolverse.
Los años 1929/30 estuvieron signados por grandes sequías, el quiebre de la Bolsa de Nueva York, y el derrumbe de los precios de los commodities. La presión por los malos precios más la caída en la producción se evidenció en el mal humor político que terminó con la destitución de Hipólito Irigoyen. Éste no tenía demasiados recursos para afrontar dos desgracias al mismo tiempo. De haber contado con los medios económicos para paliar la crisis ¿se hubiese atrevido Uriburu a romper el orden institucional? Curiosamente, una multitud avaló el golpe, pero dos años más tarde, cuando muere Don Hipólito, una multitud acompaña su féretro hasta la Recoleta.
Entre 1952 al 59 hubo años de sequía. Entonces la política de Juan Domingo Perón se basaba en la producción de trigo. Sin este recurso, era segura una debacle económica, más cuando se habían gastado los recursos obtenidos durante la Guerra. Perón empezó a negociar el petróleo con la Standard Oil para salir de esta situación comprometida y racionar el trigo que necesitaba para las divisas. Fueron los años del pan negro. ¿Acaso esta sequía asistió al éxito de la Revolución Libertadora?
Más hacia nuestros días, debemos recordar las bajantes de los ríos que dejaron a Buenos Aires casi sin energía eléctrica a fin de la década del ’80. El entonces ministro Terragno salió por televisión señalando el escaso cauce del Paraná para mostrar el alcance de la sequía. ¿Fue el clima una de las determinantes que llevaron a la hiperinflación y a la subsecuente entrega del gobierno de Alfonsín?
Recordemos que en 1999/2001 la provincia de Buenos Aires estaba bajo agua, con los precios de los commodities por el suelo, incluyendo al entonces extraño yuyo que solo valía U$S 190 la tonelada. Con una soja a U$S 600. ¿Hubiese caído el gobierno de De la Rua por falta de recursos para abonar la deuda externa?
Desde la época de los romanos, el éxito en la gestión pública está ligada al éxito de las cosechas, que entonces se repartían entre la plebe para contar con de la simpatía de las masas.
Vale recordar una instancia anterior, válida para comprender esta asociación entre clima y política. De 1787 en adelante el clima en Francia fue espantoso; hubo heladas, las cosechas fracasaron, hubo hambre, inflación, faltó el pan y sobraron los agitadores sociales. Francia venía de realizar fuertes gastos para sostener el movimiento independentista de las colonias americanas en su enfrentamiento con Gran Bretaña. Aún a pesar del sombrío panorama, el Rey Luís XVI no bajó los impuestos (estaban tercerizados en “La fermée”, un grupo de prestamistas que adelantaba plata al gobierno a cambio de la recaudación de impuestos) y las medidas de Jacques Necker no fueron suficientes para paliar el descontento. Es más, la convocatoria a los Estados Generales (una especie de Parlamento) por parte de Necker, al final terminó precipitando la revolución.
En un país eminentemente agropecuario las variables climáticas terminan influyendo en la política. Las crisis económicas desencadenan crisis institucionales. Por carácter transitivo o simplificación, los culpables de los problemas terminan siendo de los políticos de turno, más allá de sus méritos o defectos.