Magnicidios fracasados

A Urquiza lo asesinaron en su palacio de Entre Ríos, años después de haber dejado la presidencia. Fue el último expresidente argentino muerto en un acto premeditado y violento.

Sarmiento sufrió un atentado mientras viajaba en su galera a verla a Aurelia Vélez Sársfield. El sanjuanino estaba tan sordo que no escuchó los disparos y se enteró del atentado muy risueño cuando llegó a la cada de Vélez Sársfield a través del jefe de policía Enrique O´Gorman. Si bien fueron capturados los autores, los hermanos Güerri y Luis Casimir, nunca se puso establecer la causa de porqué estos marineros italianos quisieron perpetrar el magnicidio, pues el investigador, un tal Aquiles Segabrugo, otro italiano conocido como “el austriaco” fue muerto “en defensa propia” por Carlos María Querencio, representante de López Jordán en Montevideo. Recordemos que entonces se vivían las guerras jordanistas que convulsionaban a la Mesopotamia.

Como un comisario argentino llegó a decomisar los documentos que Segabrugo había dejado en un hotel de Montevideo, el barco que lo conducía a Buenos Aires fue capturado por una nave jordanista y los papeles comprometedores, sustraídos por los rebeldes.

Julio Argentino Roca fue atacado mientras se dirigía al Congreso por un tal Ignacio Monjes que llegó a herir la cabeza del presidente. Éste fue prontamente atendido por su amigo el Dr. Eduardo Wilde quien a sazón era ministros de Justicia y Culto mientras que el agresor fue capturado por Carlos Pellegrini –un gigante de casi 2 metros– quien lo asió de los cabellos. Monjes, a pesar de su epilepsia, no fue declarado insano y pasó 10 años en prisión.

No fue este el único atentado contra Roca ya que en 1819 cuando era ministro del Interior de Pellegrini, un menor de apellido Sambrice disparó contra el coche en el que se trasladaba. La bala se incrustó en la pared del vehículo que aún se conserva.

En 1905 le tocó el turno a Manuel Quintana quien fue atacado en Av. Santa Fe y Maipú por un agresor que disparó no una sino dos veces contra el presidente a escasos metros de distancia. Quintana siguió su camino casi sin inmutarse, mientras perseguían a quien había efectuado los disparos, un tal Salvador E. José Planas y Virella, un catalán de inclinaciones anarquistas. Una vez capturado confesó sus intenciones. Fue encarcelado, pero en 1911 logró huir de prisión y jamás fue hallado. Esta historia no concluye acá…

El atentado contra José Figueroa Alcorta tuvo ribetes cómicos ya que, en febrero de 1908, cuando el presidente acababa de bajar de su vehículo a las puertas de su casa,  le arrojaron una bomba que atinó a patearla mientras reducían al agresor, Francisco Solano Regis, un salteño quien se había documentado sobre la fabricación de explosivos con un libro redactado por un militar español. (Algo así como un curso por Youtube: Construya su bomba en casa ). Lo condenaron  a 20 años “con diez días de reclusión solitaria en los aniversarios del atentado”. Fue encerrado en el Penitenciaria Nacional donde también estaba Planas y Virella, y desde allí ambos pudieron escaparse. De esta forma fue como dos fracasados magnicidas terminaron evadiéndose de la Justicia. No solo compartieron la intención delictiva sino una libertad inmerecida.

A Victorino de la Plaza, durante el desfile del 9 de julio de 1916, un individuo le disparó estando el en el balcón de la Casa Rosada. La bala dio en una moldura del balcón de la Casa Rosada. El segundo disparo falló, y el autor fue detenido mientras gritaba “Viva la Anarquía”, se trataba de un tal Juan Mandrini, porteño de 24 años. El presidente se limitó a decir: “Este loco merece que lo condenen… por mal tirador”, pero fue condenado a un 1 de presidio.

Hipólito Yrigoyen fue agredido el 24 de diciembre de 1929 mientras se dirigía en el auto presidencial a su hogar en la calle Brasil. Un hombre hizo tres disparos contra su vehículo. Dos policías fueron heridos pero el agresor, Gualterio Marinelli, italiano, murió. Siempre persistió la duda si este era el atacante o fue una víctima fortuita del atentado.

Pasaron casi cien años desde entones. En 1991 en un acto en San Nicolás, alguien apuntó al entonces expresidente Alfonsín, no pasó de un mal momento al que nadie dio jerarquía. En nuestros años de vida hemos vivido estos ataques a figuras presidenciales que, salvo el caso de Urquiza, no pasaron de un gran susto. Pocas veces las balas salieron de la recámara, a diferencia de los atentados en Estados Unidos que mataron a cinco presidentes. Pero jamás se convocó a un paro nacional por estos fallidos intentos.

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