No fue tan famoso como su amigo Wyatt Earp ni mató a tanta gente como Billy the Kid. Tampoco fue un célebre tahúr como Bat Masterson (que pasó los últimos años de su vida relatando partidos de béisbol) ni tuvo una muerte heroica como el general Custer ni cultivó la autopromoción como Búfalo Bill. Sin embargo, John Henry Holliday es una leyenda del Oeste, un dentista convertido en pistolero, un aristócrata venido a menos después que su familia hubiese perdido sus propiedades durante la Guerra Civil que se dedicó a ganar su sustento con los naipes e imponer opiniones usando su Colt.
Su padre era farmacéutico y su madre lo crió para ser un caballero sureño. Citaba a Shakespeare y sabía algo de latín, por el tiempo que pasó en la Universidad de Pennsylvania, donde se graduó como odontólogo en 1872. De un día al otro marchó hacia Dallas buscando mejores aires para curar su tuberculosis. Lo cierto es que ser dentista en esos tiempos exigía que se movilizara de un lugar a otro, porque la clientela dolorida no siempre apreciaba sus dotes sanadoras.
Probablemente el juego fuese una instancia más segura, siempre y cuando fuese rápido con la pistola. Nunca se sabrá si se debió a una accidentada extracción dental o por alguna maniobra poco clara con los naipes, pero una noche Doc. Holliday desenfundó su arma más rápidamente que su contrincante y fue acusado de asesinato.
Ni se quedó a saber qué opinaba la justicia, y esa noche se fue de Dallas, consciente que morir por una bala era mejor destino que la tuberculosis.
De allí en más se lo encontró en Denver, Cheyenne y Deadwood con una baraja en la mano, una pistola Colt al cinto y siempre un Whisky a su alcance.
En Fort Griffin, Texas, conoció a las dos personas que lo acompañaron por años, el sheriff Wyatt Earp y Big Nose Kate, quien sería su amante.
Hasta 1878 alternó su oficio de sacamuelas con el de tahúr, hasta que decidió que este último era más remunerativo. Ese mismo año en Dodge City salvó a su amigo Wyatt Earp de ser asesinado en un salón. De forma temeraria intimó a los vaqueros que amenazaban a Earp. Quizás estaba más borracho de la cuenta para medir el peligro.
La fama de ser rápido con las armas tenía sus problemas, porque nunca faltaba quien quisiera poner a prueba al pistolero. En Las Vegas, New México, Doc mató a un tal John Webb quien, al parecer, maltrataba a una dama. Lo apresaron, pero fue absuelto al poco tiempo.
En Benson, Arizona, Doc se vio involucrado en otro crimen, pero Big Nose Kate le sirvió de coartada.
Estando en Tombstone conoció a los demás hermanos Earp, Morgan y Vigil, los alguaciles del lugar.
La noche del 26 de octubre de 1881, Doc discutió con Ike Clanton, un vaquero con fama de matón, que lideraba un grupo de cowboys constituido por Billy Clanton, Frank McLaury y su hermano Tom. Una palabra llevó a la otra, y los tres hermanos Earp, con la ayuda de Doc Holliday, enfrentaron a los cowboys en el duelo que pasó a la historia como O.K. Corral.
En menos de 30 segundos se dispararon 30 balas, matando a los hermanos McLaury y Billy Clanton, y dejando varios heridos. Doc estaba entre esos últimos. Sin embargo, se curó a tiempo para acompañar a Wyatt a vengar a su hermano.
En el juicio que siguió al duelo, nadie fue condenado, y Earp y Holliday se dedicaron a perseguir a los Cowboys que había escapado. Apenas unos meses después, Morgan fue asesinado mientras jugaba al billar.
La salud de Doc Holliday fue deteriorándose. El whisky no cura la tuberculosis.
Falleció el 8 de noviembre de 1887 en la cama de un hotel en Colorado. Tenía solo 36 años. Sus últimas palabras fueron “Maldita sea, esto es divertido”. Quizás, quien sabe, se estaba refiriendo a la muerte.
Wyatt Earp se convirtió en un mito, y a su vez, en una caricatura de sí mismo al trabajar como asesor de Hollywood sobre esos días del salvaje Oeste. Fue más afortunado que Holliday: murió de cistitis en 1929.
Esta nota también fue publicada en La Nación