La CGT, origen y trayectoria

Mucho antes de eso, las primeras centrales obreras, creadas a comienzos del siglo XX, se encontraban fuertemente influenciadas por los anarquistas, que consideraban a los sindicatos como una herramienta de los trabajadores para enfrentar los abusos del Estado y de los empresarios.

     Con el paso de los años la corriente anarquista fue perdiendo influencia, cediendo espacio a los “sindicalistas”, que sostenían que los trabajadores sólo debían jugar un rol activo dentro del plano sindical y reivindicativo. Por entonces el movimiento obrero organizado se encontraba dividido en tres centrales sindicales, pero las condiciones económicas adversas que desencadenaron una profunda crisis en 1929, sumadas a la crisis del régimen político y la agudización de la represión, aceleraron la necesidad del sindicalismo de unirse para hacerse más fuerte.     

   La conformación de la CGT y la estatización de los sindicatos fue impulsada primero por la Federación Obrera Poligráfica Argentina (FOPA) que representaba a los imprenteros, pero la unión que hizo fuerte el nacimiento fue la que se dio entre la Unión Sindical Argentina (USA) (los “sindicalistas”) y la Confederación Obrera Argentina (COA) (los socialistas), que eran las dos centrales obreras existentes en ese momento.

     A pesar de haber sido creada para fortalecer al movimiento obrero en una coyuntura económica y social adversa, la cúpula de la CGT prefirió comenzar su historia pactando con el gobierno militar de Uriburu antes que organizar a los trabajadores en sus lugares de trabajo; esta preferencia por acomodarse políticamente ocurriría varias veces a lo largo de su historia. Ese sindicalismo se convirtió en una corriente de presión adaptada al Estado y al régimen político, degradando así a la autonomía gremial. La dirección de la CGT actuó “como si justificara” la dictadura de Uriburu, que no “tocaba” a la cúpula gremial pero sí ejercía represión sistemática sobre el movimiento obrero, mientras la cúpula de la CGT se mostraba prescindente respecto a los conflictos obreros desarrollados en los primeros años del gobierno militar.

     Por entonces la llamada “resistencia sindical” quedó en manos de una minoría anarquista y comunista. Esto generó cinco años después de su creación la primera ruptura de la CGT, que dio lugar a la “CGT Independencia” integrada por socialistas y comunistas y a la “CGT Catamarca”, anarquista, que dos años después retomaría el nombre de Unión Sindical Argentina.

     La década del ’30, favorecida por la industrialización creciente, mostró un fortalecimiento de la clase trabajadora. Esto quedó demostrado en una gran huelga de la construcción, que duró más de tres meses y fue alentada y dirigida por el Partido Comunista, y en los paros generales de enero de 1936. Como a lo largo de casi toda su historia, la CGT estaba dirigida por los gremios que tenían mayor poder de negociación, que eran los que podían afectar de alguna forma el normal funcionamiento de la economía. Así, la CGT fue encabezada por los ferroviarios en la década del ’30; estos representaban el 65% del total de los afiliados de la CGT, tenían los mejores sueldos y recibían varios beneficios no habituales por entonces como vacaciones pagas, licencia por enfermedad y caja jubilatoria.

     Los grandes gremios comenzaron a ser instituciones influyentes. Eso llevó a que sus dirigentes se fueran alejando cada vez más de sus bases, aumentando la burocratización y logrando beneficios para sus propios intereses. Así, el método democrático de los viejos sindicatos anarquistas fue siendo reemplazado por la figura de los caudillos sindicales que deciden a espaldas de los obreros y se perpetúan en el tiempo.

     En 1942 se produjo otra ruptura que derivó en la constitución de la CGT1 y la CGT2. Con la aparición en el escenario político del coronel Juan Perón se inició un proceso de reunificación. Juan Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión (1943 a 1945), medió en los asuntos gremiales y reguló las relaciones entre los aportantes de capital y los trabajadores. Entendió que si quería gobernar necesitaba a los dirigentes y a sus sindicatos como aliados estratégicos para contener, cuando fuera necesario, la lucha de clases; de hecho, en enero de 1945 se sumaron a la CGT nuevos gremios en expansión: metalúrgicos, construcción, vestido, madereros, vitivinícolas, panaderos, portuarios y azucareros.

   El gobierno peronista, además de impulsar masivamente la sindicalización de los trabajadores, le brindó un lugar central a la burocracia sindical, que comenzó a recibir importantes beneficios económicos del Estado. La CGT se subordinó al gobierno y actuó bajo su órbita; con varias concesiones a su favor, los sindicatos se convirtieron en un grupo de apoyo político directo al régimen (y sobre todo a Perón). Si bien la CGT había sufrido desde sus orígenes muchas rupturas, con Perón volvió a unificarse reforzando el proceso de burocratización de las organizaciones obreras. El “modelo sindical peronista” se convirtió en la columna vertebral del movimiento justicialista, abandonando así la independencia política de los trabajadores organizados, mientras las cúpulas sindicales se alejaban de los intereses de los “representados” para acercarse a los intereses políticos afines al gobierno.

     Esta estructura se extendió hasta el golpe de 1955; entonces la CGT fue intervenida y comenzaron a coexistir tres agrupaciones: “Las 62 organizaciones peronistas” (que tendría la conducción de Andrés Framini en la década del ’60 y luego la del metalúrgico Lorenzo Miguel a partir de los ’70), los 32 gremios autodenominados “democráticos”, que apoyaban el golpe, y “Los 19”, de extracción comunista.

     En 1958 (bajo el gobierno de Arturo Frondizi) se promulgó la Ley de Asociaciones Profesionales (ley 14.455) que establecía un modelo sindical de libertad absoluta de creación de sindicatos por simple inscripción y atribución de la personería gremial al más representativo de todos, a fin de unificar la representación obrera ante los empleadores y el gobierno. Esta ley fue clave para consolidar la relación entre gobierno y sindicatos porque le permitía al Estado controlar la actividad sindical, reglamentar las huelgas y determinar qué gremios estaban autorizados a negociar con las patronales.

     Una nueva escisión se produjo cuando las profundas divergencias generadas por la dictadura del gral. Juan Carlos Onganía derivaron en la constitución de la “CGT de los Argentinos” (CGTA), democrática y combativa, que sostenía como lema que “sólo el pueblo salvará al pueblo”, De la CGTA surgieron dos líderes que tuvieron gran incidencia en las puebladas que signaron la resistencia a la dictadura: Agustín Tosco y Raimundo Ongaro. La otra parte era la “CGT Azopardo”, en la que comandaba el metalúrgico Augusto Vandor, que propiciaba “un peronismo sin Perón” y fue asesinado en 1969.

     En la década del ’70, el metalúrgico José I. Rucci asume la conducción de la CGT, que mantendría hasta su asesinato en 1973. Durante el tercer gobierno peronista la unidad fue reestablecida. Pero no por mucho tiempo, ya que la llegada de la dictadura en 1976 intervino y disolvió otra vez la CGT, reavivando las diferencias entre el sindicalismo confrontacionista-combativo (agrupado en “el Grupo de los 25”) y los dialoguistas-conniventes de la “CNT” (Comisión Nacional del Trabajo), luego llamada nuevamente CGT Azopardo.

     El regreso de la democracia en 1983 restituyó la unidad. Pero también duró poco, porque resurgieron las diferencias, que dieron lugar a la “CGT San Martín” (la CGT “oficial”) conducida por Güerino Andreoni y la “CGT Brasil” (heredera de “Los 25”), conducida por Saúl Ubaldini.

   En 1991, un conjunto de gremios que se oponía a las políticas del gobierno de Carlos Menem resolvió abandonar la central obrera y fundar un nuevo agrupamiento: el Congreso de Trabajadores Argentinos, que más tarde sería bautizado “Central de Trabajadores Argentinos” (CTA). Por la misma época, aunque sin retirarse de la CGT, otros sindicatos constituyeron el “Movimiento de los Trabajadores Argentinos” (MTA).

     La década del ’90 estuvo marcada por las constantes dicisiones y peleas dentro de la central obrera, que derivaron en la creación de centrales alternativas y constantes reagrupamientos. Todos peleados con todos. A comienzos del siglo XXI, luego reunificarse luego de la caída del gobierno de la Alianza, representaron un factor de apoyo para el gobierno de Néstor Kirchner.

     En el año 2004 se produce un hecho histórico para la CGT: por primera vez una mujer ocupa el cargo de secretaria general de la CGT: se trata de Susana Rueda (Sanidad), que comparte la conducción con Hugo Moyano (Camioneros) y José Luis Lingeri (Obras Sanitarias). Este triunvirato condujo la CGT durante un año, hasta que en julio de 2005 Hugo Moyano asume la conducción en forma individual.

     En 2008 y 2012 también se produjeron fracturas en la central obrera, y la reunificación de la CGT se da finalmente en agosto del 2016, cuando los tres sectores más representativos consensuaron la conformación de un triunvirato formado por Hector Daer (Sanidad), Carlos Acuña (Estacioneros) y Juan Carlos Schmid (Dragado y Balizamiento).

     La cantidad de idas y venidas de la central sindical argentina tiene muchos más vericuetos y derivaciones que los que se resumen en estas líneas. Las ambiciones de poder y prebendas, el toque mafioso, las extorsiones y conatos de violencia internas y entre gremios han sido  moneda corriente. La divergencia entre los postulados originales y los métodos empleados para obtenerlos parece ser, sin embargo, bastante menor a la diferencia entre la ética tan declamada como reclamada y la ética aplicada por muchos de sus dirigentes a lo largo de su historia.

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