Para el diccionario biográfico de Oxford, Samuel Johnson (1709-1784), poeta, crítico, ensayista, moralista y editor, es “el más distinguido hombre de letras de la historia de Gran Bretaña” quien, entre sus muchos logros, compiló el primer diccionario del idioma ingles, ciento cincuenta años antes que esa universidad británica editase su diccionario. Johnson fue un notable estudioso de Shakespeare y los poetas del siglo XVII y XVIII, sus libros y textos lo convirtieron en el segundo autor más citado después del “cisne de Stratford Upon Avon”.
La vida de Johnson fue tan notable que mereció un racconto de su existencia relatado por James Boswell, un personaje muy particular que además nos cuenta como era la vida en la Inglaterra del siglo XVIII (incluyendo un pormenorizado relato de sus aventuras sexuales y desventuras venéreas). Este texto de Boswell se ha convertido en un ejemplo del arte de contar biografías.
Por esta razón es que se conocen detalles de su existencia que permiten reconstruir sus problemas de salud, que fueron varios y desde las etapas más precoces, ya que Samuel Johnson estuvo a punto de no ser Samuel Johnson y engrosar la lista de muertos perinatales. Como todos pensaban que el niño moría, fue bautizado a temprana edad. Desde muy joven se le diagnosticó una escrófula (o ganglios de origen tuberculoso) en el cuello; esta afección tenía la extraña denominación de “enfermedad del rey” porque entonces se creía que con la imposición de las manos del monarca estas desaparecían (lo hacían en muy pocos casos, pero las costumbres, por más ridículas que sean, se afianzan cuando benefician a los poderosos).
Por las dudas, los padres de Samuel Johnson hicieron que reciba el “toque real” de la reina Ana, quien le impuso las manos al niño y le dio una cintilla para conmemorar tan magno evento, que Samuel llevó toda su vida –al igual que las cicatrices de la enfermedad que en algún momento fueron removidas quirúrgicamente–.
Desde joven Johnson fue muy miope pero curiosamente no usaba anteojos –de los que ya se disponía entonces–. A lo largo de toda su existencia Johnson se quejó de problemas visuales e inflamaciones inespecíficas. Sin embargo, su mayor preocupación fue su equilibrio emocional. Según Boswell, su biógrafo, había épocas en las que el escritor estaba “sobrepasado” por la melancolía, irritable, impaciente, siempre al borde de la desesperación, circunstancia que hacía su vida intolerable. Peor aún, creía que esta sintomatología empeoraría con el tiempo y le haría perder su cordura. Más de una vez, amigos y conocidos (como Adam Smith) lo vieron caer de rodillas y rogar al todo poderoso por su salud. El rito podía repetirse hasta cinco veces en una tarde.
Para colmo, a la inestabilidad mental se sumaba la económica. Al ver como otro de los escritores pasaba por una instancia complicada, Johnson se identificaba con su colega sospechando que en su futuro habría “penurias y casa de insanos”. De hecho, en algún momento visitó una casa de “descanso mental” por su constante melancolía y sus ideas suicidas.
En junio de 1783 Samuel Johnson sufrió un accidente cerebro vascular que lo dejó sin habla por unas horas. Mientras esto acontecía se sucedían los ataques de gota por acumulación de acido úrico en sus articulaciones (especialmente la de sus miembros inferiores).
También Johnson padecía una afección que entonces se desconocía y que hizo famosa un psiquiatra francés un siglo más tarde, Gilles de la Tourette.
El médico francés había descripto los tics incontrolables que comprometen parpados y hombros, la emisión de sonidos raros como chasquidos y la tendencia a emitir palabras soeces (aunque no es indispensable para el diagnostico). Este cuadro fue descripto por uno de los alumnos preferidos del doctor Jean-Martin Charcot y, además, profesor de Freud. Gilles de la Tourette era un hombre expansivo, de opiniones francas y, a veces, desmedidas que recibió un tiro en la cabeza de una de sus pacientes. Aunque no murió en el acto, su carrera se vio limitada después de esta contingencia.
Volviendo a Samuel Johnson, hay muchas descripciones de los tics que lo acosaban y los sonidos involuntarios que emitía en forma casi espasmódica. Como el cuadro se desconocía entonces, aquellos que lo rodeaban a Johnson decían que era “un mal habito”.
Aunque el primero en postular este diagnostico fue Lawrence C. Mchenry, en un estudio retrospectivo hecho por J.M.S Pearce en 1994 se llega a la conclusión que nuestro escritor padecía este síndrome “además de tener ritos obsesivos compulsivos” que suelen estar asociados al Giles de la Tourette.
Para colmar los males de Samuel Johnson, en 1782 tuvo un tumor testicular. Fue sometido a una cirugía, aparentemente se fue curando, pero el tumor recidivó empujándolo a ahogar sus penas en alcohol y profundizar su depresión.
A pesar de su lamentable estado y sus enormes aportes a la cultura británica, el primer ministro Pitt el joven le negó un aumento de su pensión.
Murió el 13 de diciembre de 1784 y como merecía fue enterrado en el Rincón de los Poetas de Westminster Abbey.
“Las grandes obras…”, decía Samuel Johnson, “son hechas no con la fuerza sino con la perseverancia” y en su caso esa perseverancia lo llevó a sobreponerse a la enfermedad para construir una obra fundamental del habla inglesa.