Frederick von Paulus era un oficial de origen burgués, el von era una confusión ya que muchos oficiales del alto mando pertenecian a la aristocracia; en todo caso era prestado por su esposa, una noble rumana. Quizás por este origen menos encumbrado que sus colegas, era de la simpatía del Führer, o quizás lo fuera por su docilidad, obediencia y respeto a la línea de mando, que lo convertía en un oficial maleable a los caprichos del dictador, a diferencia de otros miembros del ejército convencidos que este “pequeño cabo” o “mordedor de alfombras” (como lo conocían por sus rabietas), conducía a Alemania al desastre.
Gracias a estos “méritos”, Paulus ascendió vertiginosamente en la cadena de mandos y un día se encontró organizando la operación Barbarroja (la invasión a la Unión Soviética) cuando carecía de experiencia y personalidad para esta misión.
Quizás cuando recibió el rechazo de Hitler de contar con uniformes de invierno para invadir Rusia, fue que Paulus entendió la crisis que se avecinaba. Solo había que recordar a Napoleón y su derrota ante el imbatible general ruso: el invierno. Pero calló y obedeció, como era su costumbre.
Siguiendo las órdenes de Hitler, el 6to ejército extendió sus líneas en busca de los pozos petroleros soviéticos, uno de los blancos de esta invasión. Pero la resistencia en Stalingrado frenó el avance relámpago de los alemanes y en esa ciudad se libró una batalla calle por calle, sótano por sótano, casa por casa.
En terreno tan intrincado, un solo francotirador podía frenar un regimiento.
Aprovechando la detención del ejército nazi, soviéticos pusieron en marcha la operación Urano, un contraataque que envolvió a las tropas invasoras. Lo lógico hubiese sido retroceder para no caer en esa trampa, pero Hitler no autorizó una retirada y el 6to ejército debió sostener su posición.
El Fuhrer se comprometió a enviar tropas para romper el cerco y reaprovisionar al ejército desde el aire, pero ninguna de las promesas se cumplió. Con 25 grados bajo cero, sin ropa de abrigo, ni alimentos, con pocas municiones y casi la cuarta parte del ejército enfermo, Paulus recibió las insignias de mariscal como una siniestra advertencia: debía pelear hasta el ultimo hombre o suicidarse.
Tres días más tarde, Paulus se rindió ante los soviéticos y con él 350.000 soldados alemanes y rumanos fueron hechos prisioneros.
“No le haré ese favor”, dijo Paulus refiriéndose a Hitler
“Es un alfeñique sin carácter”, comento Hitler refiriéndose a Paulus .
La guerra no terminó acá para el mariscal de la derrota quien al enterarse de la muerte de varios camaradas implicados en un intento de asesinato a Hitler, se unió a otros prisioneros para conformar un Comité Nacional para la Alemania libre. Desde su prisión firmó una declaración instando a la rendición de las tropas alemanas. Para los nazis se había convertido en un traidor.
Con el fin de la guerra, declaró como testigo en los juicios de Núremberg y con la minuciosidad que lo caracterizaba contó las barbaridades y atrocidades de la que había sido testigo. En esos años de reclusión tomó notas, registró sus memorias y juntó documentos para contar su versión de los hechos. Todo esto fue publicado bajo el título Ich stehe hier aut Befehl! (Yo estuve allí cumpliendo órdenes) que fue editado tras su muerte, el 1° de febrero de 1954, con el título de “Stalingrado y yo: las memoria del hombre que rindió esa ciudad al Ejército Rojo, marcando el comienzo del fin de esta contienda.