Va a correr sangre entre nosotros: el triángulo amoroso entre Oliverio Girondo, Borges y Norah Lange

Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!”.

El fragmento es conocido. Pertenece al poema Espantapájaros publicado en 1933. Su autor es Oliverio Girondo, el poeta surrealista que nació en Buenos Aires hace 130 años, el 17 de agosto de 1891. Quien lo hizo popular fue el cineasta Eliseo Subiela, al ponerlo en boca de Darío Grandinetti en su film de 1992, El lado oscuro del corazón. Luego de recitarlo, el protagonista aprieta un botón que elimina a su compañera de cama.

¿Misógino? Sí, aunque también podría aplicarse a la inversa, para equilibrar. Y, entonces, valdría rescatar la abolición de la cultura de la imagen. Lo esencial es invisible a los ojos, diría su contemporáneo francés, Antoine de Saint-Exupéry. Y al tacto y al olfato, agregaría Oliverio.

Lo cierto es que, además de la mentada María Luisa quien, según el poema, “era una verdadera pluma”, todo hace suponer que habría otra dama que también ostentaría ciertas dotes de ave.

Girondo y el surrealismo francés

En los años veinte, Oliverio Girondo transitaba su treintena y ya había leído a Rubén Darío y a Nietzsche. Egresado del Instituto Libre de Segunda Enseñanza (ILSE) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), ya había pasado por el Epson College de Inglaterra y el Albert Le Grand de Francia, del que había sido expulsado -según el historiador Daniel Balmaceda- por haber arrojado un tintero a su profesor de geografía. Al parecer, el catedrático habría afirmado que en Buenos Aires, “la capital de Brasil”, se practicaba la antropofagia.

Era el período que los historiadores llaman “entre-guerras”, es decir, entre el final de la Primera Guerra Mundial (1918) y el comienzo de la Segunda (1939). Un período de florecimiento de las artes, sobre todo durante la década del ’20: los rugientes años veinte (roaring twenties).

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La redacción de la revista Sur: el de barba en el centro de la escalera es Oliverio Girondo, abajo de él hacia la izquierda, se ubica Borges.

La redacción de la revista Sur: el de barba en el centro de la escalera es Oliverio Girondo, abajo de él hacia la izquierda, se ubica Borges.

Mientras completaba sus estudios de abogacía en Buenos Aires, Girondo alternaba con vacaciones en Europa, donde abrevaba en las fuentes del surrealismo francés, junto a su amigo, el también poeta franco uruguayo Jules Supervielle.

De hecho, es justamente en el poemario Espantapájaros, publicado en el ’32, donde aparece su primer caligrama ilustrado por José Bonomi (“Yo no sé nada…”) en el que las palabras forman una figura humana, lo cual denota una clara influencia del gran Guillaume Apollinaire.

Dicho sea de paso, la presentación de este libro constituye quizás uno de los primeros casos de marketing literario ya que Girondo, aprovechando su buen pasar, montó un espectacular desfile en la calle Florida, con carroza, caballos y un enorme espantapájaros de papel maché, mientras vendía sus ejemplares en un local atendido por promotoras vistosas.

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En 1924, un grupo de intelectuales del que Oliverio forma parte, funda la revista Martín Fierro. Foto Rubén Digilio

En 1924, un grupo de intelectuales del que Oliverio forma parte, funda la revista Martín Fierro. Foto Rubén Digilio

Pero, volvamos a los años ’20, a la élite cultural porteña que frecuentaba la icónica Confitería Richmond, conformando el famoso grupo de Florida. Allí, se daban cita intelectuales como Leopoldo Marechal, Raúl González Tuñón y Macedonio Fernández. También, el enorme pintor argentino Xul Solar y el no menos enorme escritor Jorge Luis Borges, además de Oliverio, de quien el autor de El Aleph guardaba entonces un altísimo concepto.

Eran años de vanguardia literaria. En 1922, el mismo año en que Borges funda la revista cultural Proa, junto a Macedonio y a Ricardo Güiraldes, Girondo publica en Francia Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, ilustrado por él mismo. Un año después, aparece Fervor de Buenos Aires, compendio borgeano de honda belleza poética. Y, en 1924, un grupo de intelectuales del que Oliverio forma parte, funda la revista Martín Fierro.

En 1925, Girondo publicó Calcomanías. Sobre esta obra Borges escribió: “Voy a trazar el nombre, infalible aquí, de Ramón Gómez de la Serna y el del escritor criollo que tuvo alguna semejanza con el gran Oliverio, pero que fue a la vez menos artista y más travieso que él. Hablo de Eduardo Wilde”. Sin embargo, esta admiración no duraría mucho tiempo.

El romance con Norah Lange

La templada mañana del sábado 6 de noviembre de 1926, Oliverio Girondo fue a la “Fiesta de Don Segundo Sombra”, un homenaje a Güiraldes que se celebraba en la Sociedad Rural. Allí, se encontró con Jorge Luis Borges, que había llegado acompañado de una prima, una hermosa pelirroja de ojos claros llamada Norah Lange (se pronuncia “Langue”, porque es de origen noruego).

Parece que la joven de veinte años -también poeta- había comenzado a atraer la atención de su primo, con quien salía a dar paseos por el barrio. Norah se habría mostrado interesada en él, aunque no llegaban a ser novios por la timidez de Borges.

Ese mediodía en la Rural, ella se sentó al lado de Girondo. Según narra la misma Norah Lange, “él había comprado una botella de vino especial y la tenía en el suelo, al lado de la mesa. Yo la tiré en un descuido; Oliverio me dijo con su voz (de caoba, de subterráneo): Va a correr sangre entre nosotros”.

Norah y Oliverio bailaron durante toda la velada y se fueron juntos de la fiesta. Borges volvió solo, mascullando bronca, a su casa de la calle Serrano (que hoy lleva su nombre).

Girondo y Lange formaron una pareja moderna. Se fueron a vivir juntos en 1933, el mismo año en que Norah publicó 45 días y 30 marineros. Para presentar el libro, la pareja organizó una fiesta en la que ella se vistió de sirena. Entre los intelectuales invitados, se encontraban Pablo Neruda y Federico García Lorca, que estaban de paso por la Argentina. La pareja formalizó su unión recién en 1946 y, aunque con intermitencias, estuvieron juntos hasta el final.

Texto extraído de Clarín

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