Traje azul, capa roja, “S” gigante sobre el pecho… nombrar esos pocos elementos basta para que el lector pueda hacerse una imagen mental de Superman, el primer superhéroe moderno y uno de los personajes más reconocibles del planeta Tierra. Con cómics, películas, series de televisión e incontables instancias de merchandising, no sorprende que – habiéndose cumplido siete décadas desde su primera aparición en 1938 – le haya hecho ganar más de un billón de dólares a la editorial DC. Y, sin embargo, no se puede decir que sus creadores hayan tenido el mismo destino de éxito.
Cualquiera que sepa algo del Hombre de Acero probablemente esté informado ya de la existencia de Jerry Siegel y de Joe Shuster -los dos jóvenes hijos de inmigrantes judíos de Europa Oriental responsables de imaginar al superhéroe- y de todas sus tribulaciones a la hora de alcanzar el reconocimiento debido por su creación más famosa. Las batallas legales, famosamente, duraron años y todavía persisten, en gran parte gracias a los esfuerzos de los herederos de Siegel. La situación, sin embargo, jamás terminó de aclararse para la familia de Shuster, el hombre que dibujó a Superman.
Él había nacido en 1914 en Toronto, Canadá, dónde dio sus primeros pasos como dibujante y -para paliar un poco la pobreza de su familia- como repartidor de diarios. En 1923, Shuster se trasladó a Cleveland, Ohio con su familia y allí fue donde, a los 17 años, conoció a Jerry Siegel en la secundaria de Gleville, dónde cursaba sus estudios. Este chico -aún con su personalidad exuberante, tan distinta de la actitud retraída de Shuster- conectó rápido con él, ya que tenía una historia familiar parecida a la suya y, además, era un fanático de la ciencia ficción que soñaba con ser escritor. Complementándose perfectamente, ya por esos años, empezaron a hacer historietas para el diario escolar e intentaron vender algunas de sus ideas a los sindicatos, aunque sin éxito.
La esperanza y la iniciativa, no obstante, jamás los abandonaron y en 1933 empezaron a editar su propia publicación mimeografiada llamada Science Fiction. Allí con Siegel escribiendo y Shuster dibujando- editaron varios relatos de ciencia ficción entre los cuales se destacó una historia titulada “The Reign of the Superman” (“El reinado del Superhombre”), basada en el concepto nietzscheano del “Übermensch”. Aunque el nombre es igual, el villano calvo súper malvado que protagonizaba el relato distaba mucho todavía del superhéroe que hoy conocemos, pero sin dudas el concepto quedaría dando vueltas en la cabeza de Shuster. Así fue que, sin mayores pretensiones aún, al año siguiente, mientras daban sus primeros pasos en el mundo profesional de los cómics con Siegel, él retomó al personaje y lo comenzó a rediseñar junto con su compañero para que se ajustara más a la idea de un justiciero.
El guionista – según la leyenda, inspirado por la muerte repentina de su padre durante un robo – pensó en líneas argumentales y Shuster conceptualizó la imagen del personaje de Superman y su alter ego, el periodista Clark Kent, para que estuviera basado en los populares actores Douglas Fairbanks y Harold Lloyd, respectivamente. El personaje de Lois Lane, interés romántico del héroe, se basó en la modelo Jolan Kovacs – que luego cambiaría su nombre a Joanne y se transformaría en la esposa de Siegel – y Metrópolis, el espacio de la acción, se basó en Toronto, tomándose el nombre de la película homónima de Fritz Lang. Además de adoptar una fuerte identidad visual, el cómic también adquirió una dimensión personal en tanto que sus creadores usaron su experiencia como hijos de inmigrantes para construir el personaje de Kal-El, literalmente un inmigrante alienígena que debe adaptarse a su nuevo hogar.
En paralelo, en 1935 el dúo comenzó a trabajar para National Publications (antecesora de DC) haciendo las historietas Henri Duval y Dr. Occult para la revista More Fun Comics, y la historia de misterio Federal Men, para New Comics. Ambos soñaban con tener una tira diaria, pero el personaje por el que más apostaban, Superman, todavía no resultaba lo suficientemente atractivo para los referentes del medio.
Todo habría de cambiar en 1938. Ese año Harry Donenfeld – hombre turbio de pasado gangster que había hecho su nombre publicando pornografía y libros escandalosos – quedó a cargo de la edición de una nueva revista de National llamada Action Comics y accedió a editar la historieta de Siegel y Shuster. El contrato, tristemente típico para la época, especificaba que los creadores recibían 130 dólares a cambio de entregar sus derechos de autor a perpetuidad a la editorial. Más tarde, desde ya, el tema se volvería una obsesión constante en la vida de los creadores, pero por el momento la situación resultó más estable de lo que podría llegar a parecer. Durante los siguientes 10 años, mientras la historieta – ahora devenida tira diaria – y su personaje no paraban de crecer y expandirse a nuevos medios como la radio o el cine de animación, Siegel y Shuster actuaron básicamente como empleados de la editorial produciendo nuevo material, cobrando un sueldo y viviendo decentemente.
El deseo de ser dueños de su propiedad intelectual y participar de las ganancias, sin embargo, pudo más y, en 1947, decidieron demandar a DC. La movida, aunque justa, les terminaría costando sus trabajos, la autoría de Superman y, a pesar de un acuerdo extrajudicial inicial por el que se accedió a pagarles 94 mil dólares, los llevaría por una ruta de más de treinta años de litigios.
Después de este primer round con DC, para peor, coincidiendo con el fin de la llamada “era dorada” de los cómics de superhéroes, Siegel y Shuster terminaron decidiendo romper su dupla y seguir caminos individuales. Para el guionista, las cosas no serían tan terribles, en tanto que pudo permanecer dentro del mundo de la historieta. Shuster, figura trágica si las hay, no tuvo la misma suerte. Aunque dibujó un poco de manera freelance para la editorial Charlton, no tuvo tanto éxito y, con su vista cada vez más deteriorada, a inicios de los cincuenta se encontró al borde de la pobreza. Quizás por eso, él, que había estado preparado desde la infancia para hacer lo que hiciera falta para sobrevivir, decidió colaborar en 1954 con la revista underground fetichista BDSM, Nights of Horror. Estos dibujos picantes que muestran a individuos no tan distintos de Superman y Lois Lane en todo tipo de actitudes de dominación/sumisión, no estaban firmados por Shuster y su autoría no fue dada a conocer al mundo sino hasta el año 2009 cuando el historiador del cómic Craig Yoe publicó un libro al respecto. Además de su atractivo bizarro, como dato de color se podría agregar que la revista adquirió cierta notoriedad a mediados de los cincuenta cuando se transformó en el centro de un caso criminal conocido como el de los “Brooklyn Thrill Killers”. Esta banda, compuesta por cuatro adolescentes judíos fanáticos de Hitler (cosas así no se pueden inventar), aparentemente disfrutaba de salir a atacar personas en situación de calle y mujeres solas usando las “técnicas” aprendidas en Nights of Horror. El resultado, en algo que muchos verían como un serio revés para la libertad de expresión, terminó con la prohibición de la revista y con la destrucción de la mayoría de sus ejemplares en 1957. Shuster, con razón, siempre se mantuvo al margen y jamás se arrogó la autoría de estos dibujos en vida, pero – como señala Yoe – para el conocedor de Superman, no hay duda de que todo esto venía de la misma mano. Así, para este autor, más allá de las nimias ganancias que recibió el dibujante por realizar estas escenas, podría ser posible que – mientras DC hacía fortunas con su personaje – retratar a estos dobles de Superman y Lois Lane en poses provocativas podía ser una forma de venganza.
En todo caso, más allá de cierta información que lo ubica trabajando de repartidor en Los Ángeles, durante el resto de los cincuenta y los sesenta Shuster desapareció del radar. Ahora casi completamente ciego y sin poder dibujar, según parece, vivía encerrado y no hablaba con nadie. Reaparecería recién a mediados de los setenta cuando, frente al anuncio de que Warner iba a estrenar una película de Superman, Siegel – siempre más combativo que su compañero – se puso en campaña para boicotear el asunto. Tras una fuertísima campaña de desprestigio hacia DC, que contó con el apoyo de los icónicos profesionales del cómic Neal Adams y Jerry Robinson, Siegel y Shuster lograron conseguir, finalmente, algún tipo de reconocimiento por su trabajo. Tras años de litigios, sin compensar todo lo que podrían haber ganado, DC accedió a pagarles una pensión anual de 20 mil dólares a cada uno y aceptó incluirlos en los créditos en cualquier medio en que apareciera el personaje.
Tanto gusto a poco dejó esta solución que, cuando Shuster falleció el 30 de julio de 1992, sólo dejó deudas a su familia. Las actitudes miserables de DC, increíblemente, se dejaron sentir incluso en este momento tan dramático y, aunque la editorial se ofreció a pagar todas sus deudas y a darles 25 mil dólares por año a los herederos de Shuster, lo hizo con la condición de que nadie en la familia intentara cuestionar legalmente la propiedad de Superman.
Al día de hoy, el caso continúa resonando y, aún persistiendo los problemas, se lo suele tomar como un ejemplo clave en la defensa de los derechos de autor. En todo caso, sea quien sea el dueño legal del Hombre de Acero, los fans de los cómics en todo el mundo continúan recordando cariñosamente a Siegel y a Shuster como sus verdaderos creadores.