En marzo de 1939 Hitler ofreció a los polacos su “protección” contra los soviéticos a cambio de la devolución de Danzig (actualmente Gdansk), separada de Alemania al final de la Primera Guerra Mundial. Pero Polonia desconfiaba de sus dos poderosos vecinos, y aceptó una oferta de defensa de Gran Bretaña.
Hitler se enojó (se enojaba fácil, Hitler). Siempre había contado con el consentimiento de Londres en lo relativo a sus planes contra la Unión Soviética, y cuando los británicos establecieron el servicio militar obligatorio Hitler decidió que si quería conquistar la URSS debía atacar a Gran Bretaña. Pero entonces primero decidió utilizar a la URSS contra Polonia. O sea, cambió su plan original de acercarse por las buenas a los polacos por otro: invadir Polonia sin tener conflicto por ello con la URSS.
Tras revocar sus tratados previos firmados con Polonia envió a su ministro de relaciones exteriores, Joachim Von Ribbentrop, a Moscú.
Josef Stalin, inseguro acerca de la ayuda de Occidente en caso de un ataque alemán, llegó entonces a un acuerdo con Hitler. Como demostración de sus intenciones, Stalin destituyó a su ministro de asuntos exteriores, que era judío. El 23 de agosto de 1939, el nuevo ministro, Vyacheslav Molotov, firmó con el ministro alemán Von Ribbentrop un pacto de no agresión ante la sorpresa del mundo, que consideraba que el comunismo y el fascismo eran enemigos irreconciliables. Detalle: el día anterior, Hitler había pronunciado su famoso discurso en el que decía: “aniquilación de Polonia en primer término…” y otras delicias similares.
El pacto tenía un protocolo secreto, y la entrada en vigencia del mismo contemplaba que, en el caso de una “transformación territorial y política” en la región, los alemanes y los soviéticos se repartirían el este de Europa. Nada más y nada menos…
Hitler inició esa “transformación territorial” enseguida. Conclusión: URSS obtuvo los prometidos dos tercios de Polonia y pensaba utilizarlos como una “zona tapón” ante una invasión (se ve que mucho no confiaba en Adolf), y Alemania contaba con una “zona de plataforma de lanzamiento”… para exactamente el mismo propósito: invadir URSS. Increíble: se “unen” para preparar su propia pelea.
Las cosas se dieron rápidamente: el dichoso protocolo secreto, que llevó a la partición de Polonia entre ambos Estados (Alemania y URSS), sellaba también el destino de los países Bálticos. Tanto desconfiaba Stalin de Hitler que, a pesar del pacto de no agresión que acababa de firmar con él, no quiso desprotegerse. Para evitar que Alemania emprendiera una acción relámpago a través de Finlandia con la intención de llegar a Leningrado, decidió apostar soldados en la frontera entre URSS y Finlandia. En concreto, Stalin declaró a Finlandia, Besarabia (nombre con que el imperio ruso identificó a la parte oriental de Moldavia) y el norte de la región de Bucovina (parte central de Moldavia) como zonas de interés soviético. Y por supuesto, Hitler no se opondría a ello, el pacto de no agresión estaba en vigencia.
Una semana después de la firma del pacto entre Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Mólotov, comenzó la Segunda Guerra Mundial con el ataque alemán a Polonia. Dos semanas más tarde, las tropas soviéticas ocuparon territorios polacos. La victoriosa campaña terminó con una hermandad de las unidades de la Wehrmacht alemana y el Ejército Rojo, que se escenificó en un desfile conjunto en la ciudad de Brest.
Stalin actuó de forma estratégica. Sabía que, más tarde o más temprano, Hitler atacaría a la URSS. Pero calculó que mientras Alemania estuviera inmersa en una guerra con las potencias occidentales no se atrevería a abrir un segundo frente. La guerra era, de alguna manera, la garantía de seguridad para Stalin. No el propio pacto.
La luna de miel entre Hitler y Stalin duró 22 meses. En esos 22 meses, los ataques a los nazis desaparecieron de la prensa soviética y en las salas de cine y teatros se prohibieron las películas y obras antifascistas.
Para ambos regímenes, el pacto supuso una ventaja política y económica. Entre agosto de 1939 y junio de 1941 Moscú suministró petróleo, cereales, níquel, manganeso, cromo, madera y otros materiales a la Alemania nazi. A su vez, URSS recibió de Alemania un préstamo de 200 millones de marcos y el Tercer Reich surtió a los combatientes soviéticos de explosivos, emisoras de radio y hasta un buque.
También se produjo una colaboración entre la policía secreta soviética (NKVD) y la Gestapo alemana. El pacto contenía una cláusula que permitía extraditar a antiguos ciudadanos alemanes y austríacos que estaban en territorio soviético y que habían luchado contra Hitler. Varias docenas de ellos fueron reenviados a Alemania; la mayoría de ellos fueron asesinados.
Pero Stalin calculó mal la relación de fuerzas con su socio: a mediados de 1940, Hitler controlaba la mayor parte de Europa. “Hasta el 22 de junio de 1941, Stalin creyó que Alemania no abriría un segundo frente”, explican los estudiosos de la guerra.
Cuando la luna de miel terminó, Alemania se dispuso a invadir la Unión Soviética.
Pero eso es otra historia.