Monzón vs Nápoles: derritiendo mantequilla a trompadas

Angelo Dundee, contratado especialmente para atender a Mantequilla Nápoles por su tendencia a sufrir cortaduras, le agregó condimento a las conferencias de prensa, afirmando que el argentino era “un campeón de papel”.

“La pelea para mí era una cuestión personal”, decía Monzón, “porque me habían dicho que no quería pelearlo a Nápoles, así que más allá de la bolsa de 250 mil dólares, me había propuesto romperle la cara”. Malas noticias, Mantequilla…

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José Ángel Nápoles, apodado

José Ángel Nápoles, apodado “Mantequilla” Nápoles.

El combate había sido organizado para diciembre de 1973, pero una angina muy fuerte obligó a Monzón a pedir una postergación. Así se llegó a la fecha del 9 de febrero de 1974. Fue la novena defensa del argentino, que había ganado el título ante Nino Benvenuti en Roma en 1970. Monzón era el único que exponía el título en la pelea: era campeón mundial de los medianos, mientras que José “Mantequilla” Nápoles (nacido en Santiago de Cuba, nacionalizado mexicano) era campeón mundial de los welters.

Una circunstancia que en su momento pasó inadvertida para muchos, sería muy importante en el futuro de Monzón: mientras se entrenaba en el estadio Luna Park de Buenos Aires para ese combate, fue a verlo el productor y director de cine Daniel Tinayre para ofrecerle el papel protagónico en una película, “La Mary”. Junto a él iba a estar Susana Giménez, una de las estrellitas del momento. El boxeador aceptó. “Me llevé el libro a París y empecé a leerlo, para mí era algo diferente muy raro. Igual, para mí el tema era Mantequilla”, contó Monzón. Ja.

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La Mary película argentina dramática de 1974.

La Mary película argentina dramática de 1974.

La pelea se hizo en una carpa en Ville-de-Puteaux, en las afueras de París, con capacidad para 12.000 espectadores. Alain Delon, que no ocultaba su admiración por Monzón, fue uno de los organizadores del evento. El show comenzó con música: mariachi para Mantequilla Nápoles, el tango “Silencio” (elegido por Delon), interpretado por Carlos Gardel, para el ingreso del argentino.

Carlos Monzón, por entonces de 32 años, llegaba a la pelea bien entrenado, con 94 peleas encima y solo 3 derrotas, y una racha de 74 peleas sin conocer la derrota. José Nápoles, de 34 años, llegaba con 72 peleas y solo 5 derrotas, y nunca había sido noqueado. Era un talentosísimo boxeador y además tenía una pegada más que respetable, lo que lo transformaba en un rival de gran riesgo para Monzón.

El ring de tres cuerdas, con publicidad de Playboy en las esquinas, sin publicidad en la lona. Carlos Monzón, imponente, alto, con pantalón negro y vivos rojos, su infaltable publicidad de Fernet Branca y botas blancas. En su rincón, Amílcar Brusa y Juan Carlos Lectoure. Mantequilla Nápoles, bigotes anchos, con pantalones rojos con vivos blancos con sus iniciales en él, botas rojas con cordones blancos. En su rincón, Angelo Dundee. El referee, Raymond Baldeyrou, de París.

Y comenzó la pelea, pactada a 15 rounds. Pero duraría mucho menos.

MONZON NAPOLES

Primer round: la diferencia de alcance entre ambos es notoria, y Mantequilla intenta acortar esa zona de exclusión con movimientos de cintura y gran movilidad, buscando la pelea en la corta distancia, “por adentro” de las aspas de Monzón. Error. ¿Error? ¡No! ¿Qué otra cosa podía hacer? Quizá bailotear alrededor y esperar a que Monzón se cansara… después de todo, el argentino es el de la categoría más pesada y tiene que buscar hacer sentir sus manos… En fin. Mantequilla se mueve, y mucho, hacia adelante. Monzón se mueve poco, lentamente, y siempre apoyado en toda la horma de sus botas, Nápoles, en cambio, baila en puntas de pie. Monzón lo “acaricia” un par de veces con sus jabs kilométricos. Y Mantequilla comprende ahí mismo, en ese tranquilo primer round, que su verdadero error fue aceptar esa pelea.

Al terminar el primer round, Monzón va a su rincón y ni se sienta; Nápoles se despatarra en su banquito.

Segundo round: Mantequilla pega más, pero no hace daño. Ni cosquillas, hace. Monzón, implacable, sin un rictus ni un gesto, sigue con la mirada fija en la que poco después sería la bamboleante cabeza de su rival, un verdadero target de golpes certeros. En este round empieza “la tortura Monzón”: los golpes en retroceso. Y ya nunca dejarían de aterrizar en la humanidad del cubano-mexicano.

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Tercer round: comienza “la tortura Monzón II”: paso al costado y zurda, como un torero que encuentra a su víctima de lleno y a la sien. La cara de concentración de Monzón es intimidante. Bah, Monzón es intimidante. Nápoles hace un buen round, va al frente y golpea, pero apenas llega.

Cuarto round: se pone de manifiesto otra gran diferencia entre ambos: Monzón pega “de arriba hacia abajo”: la gravedad, la inercia y el impulso están de su lado; Nápoles, en cambio, más bajo y de menor envergadura, tiene que acercarse agazapado al in-fighting, y no tiene más remedio que pegar (poco, encima) “de abajo hacia arriba”. La diferencia de eficacia es notable. Pero Monzón no se apura. Tiene todo el tiempo del mundo y ni siquiera se está cansando. Mantequilla ya comprende que no tiene chances: si ataca, Monzón retrocede y le pega con más facilidad porque aprovecha los huecos; si retrocede, Monzón lo pasa por encima.

Quinto round: el comienzo del fin. Monzón se sitúa deliberadamente en el centro del ring y somete a Mantequilla a un castigo medido, cerebral, preciso, dañino. Cada golpe está algo separado del siguiente, no hay seguidilla, cada golpe es un nuevo mazazo con principio y fin. La cabeza de Mantequilla tambalea. El dueño de la misma, también. El último minuto es un suplicio en el que solo Monzón golpea.

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Sexto round: el martirio empieza al minuto de comenzado el round. Monzón aplica más de treinta golpes seguidos, variados en recorrido y destino, todos (pero todos, eh) certeros, y Mantequilla… ¡no logra tirar un solo golpe! Todos hacen daño. Es un concierto de boxeo (frase extraña si las hay) del estilo más frío y depredador que se recuerde. Monzón nunca se ceba, nunca acelera el ritmo, nunca se apura. La destrucción es inevitable. La mantequilla estaba derretida.

Malamente cortado, Mantequilla llega al rincón. “No veo nada, Angelo, no veo nada…” se queja, impotente. Dundee y dos colaboradores hacen todo lo que sus recursos les permiten: sales, hielo, cicatrizantes, aliento. El asunto es irremontable. A Mantequilla (o lo que quedaba de él) le duelen hasta las pestañas. Imposible seguir. Y cuando suena la campana para el séptimo round, Dundee extiende su brazo hacia el referee y mueve su mano diciendo claramente “mi muchacho no sigue”. Ya está bien por hoy. Ya nos dieron para que tengamos y guardemos, gracias.

El fallo oficial diría que Monzón ganó por knock out técnico en el séptimo round, pero eso no fue un knock out técnico: fue abandono. Lo decidió su entrenador, no el referee. Pero como la campana para el comienzo del round acababa de sonar cuando Dundee decidió que Mantequilla no seguiría, eso llevó a definir el fallo como knock out técnico; de todos modos, son tecnicismos sin importancia.

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La pelea, según las palabras de Amílcar Brusa, el amable entrenador de Monzón de figura enorme y nariz en escalera, “fue una de las más fáciles para Carlos. Nápoles era un muy buen boxeador, pero era un welter de 147 libras, ¿cuánto podía llegar a pesar a la noche? En esos tiempos, el pesaje era en la misma mañana del combate. Carlos en la balanza daba las 160 libras con mucho esfuerzo, pero subía al ring, por lo menos, con 169… Fue demasiado fuerte, demasiado vigoroso para Nápoles, que subió con 154 libras, para compensar un poco…” Y así fue. Carlos Monzón dominó todo el tiempo la larga distancia con sus enormes brazos, dañó con cada jab, lastimó con cada cross y destruyó con su derecha cada vez que se lo propuso. Y se lo propuso bastante, hay que decirlo.

“Fue demasiado para Nápoles”, dijo tiempo después Angelo Dundee, agregando que “Monzón fue uno de los más grandes medianos de toda la historia. No sé cómo hubiera podido Hagler resolver el problema de sus largos brazos. Era frío, tenía puntería y pegaba muy duro…” De hecho, sobre el ring, al final de la pelea, fue a felicitar a Brusa y sus palabras fueron más que gráficas: “tu muchacho pega cuando viene, pega cuando se va, pega siempre y siempre acierta, es un verdadero tormento…”

Algunos pequeños rencores afloraron apenas terminó la pelea: “lo encaré a Dundee por todo lo que había dicho, y su respuesta fue: ‘no hagas caso de lo que dije, fue para publicitar la pelea’ y me felicitó”, contó Monzón.

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El combate (la victoria consecutiva número 75 del argentino) tuvo derivaciones posteriores: Monzón se negó a hacer el antidoping, ordenado por el CMB. Los dirigentes lo estaban esperando en su hotel, pero…”yo venía del Lido y había estado tomando champagne, era imposible que saliera bien”, confesó Monzón. “Brusa lo mandó al diablo al presidente de la Federación Francesa y al final, con el tiempo, Rodolfo Sabbatini (organizador) tuvo que pagar una multa de 10.000 dólares. Además, teníamos miedo de que saliera algo raro, porque había estado tomando vitaminas, me infiltraron las manos, me puse gotas nasales…”. El Consejo Mundial de Boxeo le sacó la corona a Monzón, corona que recuperó más tarde tras derrotar al colombiano Rodrigo Valdez en junio de 1976.

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El argentino, que en el vuelo de regreso les dijo a Brusa y a Tito Lectoure que quería retirarse del boxeo, finalmente decidió seguir. El 8 de marzo de 1974, se presentó oficialmente en la conferencia de prensa de presentación de “La Mary”. De aquella noche parisina, además del recuerdo de dos grandes boxeadores, quedó una pieza literaria: Julio Cortázar, amante del boxeo, generó un cuento policial enhebrado con una muy buena descripción de esa pelea. El cuento se llamó “La noche de Mantequilla“, y queda como un tributo a esos hombres que, en el ring, pasaron a la historia y transformaron esa gran pelea en leyenda.

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