Sobre la fría losa de una tumba
un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.
Lord Byron
Y cada vez, cada vez que acudas a leer este nombre,
piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto
Lord Byron
*
Las leyendas suelen ser más generosas que la realidad. Vida, fantasía, excesos y literatura se confunden en la biografía de este pequeño lord vanidoso, superficial y genial. Según dicen, Lord Byron abandonó Inglaterra porque estaba embanderado con la causa libertaria de los griegos y murió luchando por ella a los 36 años. Dejó allí su corazón y su cuerpo volvió a Inglaterra para ser enterrado en el Rincón de los Poetas en la abadía de Westminster. Hasta aquí la leyenda… La realidad fue otra, más cáustica y menos romántica.
George Noel Gordon Byron, admirado poeta y político liberal, debió huir de Inglaterra por la escandalosa relación que mantenía con su media hermana, y nunca más regresó. Vivió en Italia durante un tiempo, hasta que se comprometió con la gesta de la independencia griega, quizás por su ideología liberal, quizás por distraer su ocio y darle a su vez románticos aires bélicos o quizás por escapar de algunos maridos furiosos a causa de sus acrobacias sexuales. Hombre de vida intensa y polémica, John William Polidori, su médico, se inspiró en él para escribir El vampiro, cuento que inmortalizó el prototipo del caballero chupasangre, seductor, aristócrata y egocéntrico.
Lo cierto es que Lord Byron llegó a tierras de Pericles, donde pretendió organizar un regimiento de bizarros griegos, brillantes en su desorden y notables por las rencillas entre bandos. Noble tarea, de escasos resultados. Suponemos que este supremo esfuerzo, sumado a los malos aires, terminaron con las andanzas del autor de Childe Harold´s Pilgrimaje.
Su aporte concreto a la causa griega se limitó a la poca heroica tarea de conseguir préstamos de bancos ingleses para sufragar los gastos de la guerra.
La muerte de Lord Byron en Missolonghi en 1824 dejó a sus seguidores consternados. Muy probablemente, el deceso haya sido ocasionado por la malaria, complicada a su vez por las múltiples sangrías a las que había sido sometido despiadadamente por los cuatro médicos que lo asistían. “¿No tienen otro remedio? —les recriminaba—. Sus lancetas causan más muertes que las lanzas”. Fueron estos mismos cuatro médicos quienes efectuaron la autopsia del poeta. Ellos se encargaron de separar las vísceras de Byron, guardarlas en un recipiente y conservar su cadáver en alcohol. Curiosamente, seccionaron su pie izquierdo, uno de los pies[1] contrahechos que tantos sinsabores le habían ocasionado en vida. ¿Estaría allí el secreto de sus versos? ¿Estarían allí sus ansias desmedidas de amar y ser amado? ¿Acaso en ellos residía la íntima vergüenza que lo empujaba a sus desvíos eróticos, o se encontraba en sus enormes genitales que tanto llamaban la atención a sus médicos?
¿Qué hacer con Byron? A diferencia de Shelley, no había dejado indicaciones sobre cómo proceder con su cuerpo. Tantas cosas había dicho que nadie estaba seguro de su voluntad. Desde el deseo de ser enterrado en la abadía de Westminster, “concesión que no se atreverán a negarme”, hasta pedir que fuese dejado en el lugar donde le tocase morir. Sus adeptos en Missolonghi estaban deseosos de conservar algo de su héroe. Hasta se habló de enterrarlo en la Acrópolis -cosa que hubiese halagado el ego del bardo-.
Pero las discusiones continuaron sin que se resolviera el tema. En el ínterin, llegó un barco inglés que transportaba los caudales gestionados por Byron para la causa griega y, con la actitud práctica que caracteriza a los ingleses, sin más, se lo llevaron de vuelta a Inglaterra -su cuerpo y sus entrañas-. Lo único que pudieron conservar los sufridos admiradores griegos fueron los pulmones del poeta. Vaya uno a saber por qué desprolijidad habían quedado fuera de su anatomía. Estos fueron depositados con gran pompa en la iglesia de San Espiridón en Missolonghi.
Vueltos sus restos a Inglaterra, ni el deán de Westminster ni el de Saint Paul quisieron saber nada con el disoluto poeta. Todavía rugían las acusaciones de estupro, incesto, sodomía y demás perversiones que cultivara en vida. Lord Byron debió ser enterrado en la bóveda familiar en Hucknall Torkard[2] y allí se encuentra hasta la fecha, con su corazón y sin sus pulmones, lejos del rincón donde yacen los poetas.
[1]. Mucho se discutió sobre cuál era el pie contrahecho de Byron. Trelawney lo examinó después de muerto y dijo que eran los dos. Byron sufría un síndrome de Little de origen encefálico.
[2]. Hacia 1936, se corría el rumor de que su cadáver había sido profanado. Se abrió su féretro y se lo pudo ver al poeta en un buen estado de conservación.
Extracto del libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato (Olmo Ediciones).