¡Leña! ¡Leña!

Aquel otoño de 1953, los porteños vivían inmersos en un clima social cada vez más enrarecido. A la reciente muerte de Eva Perón se le sumaban una serie de atentados de la oposición con bombas caseras, los constantes rumores sobre alguna revolución por venir y una cierta falta de libertad. En lo económico, si bien la inflación (19% anual) había sido controlada a partir del Plan Estabilizador de 1952 -un acuerdo social entre trabajadores y empresarios para el congelamiento de precios y salarios- surgían otros problemas como el desabastecimiento y escasez de carne, entre otros productos básicos y la violación de precios acordados.

Frente a esta situación, el presidente Juan D. Perón convocó a los periodistas en la Casa Rosada para informar que había tenido una reunión con la CGT, quienes le habían transmitido su preocupación por el creciente malestar de la población. “Me han puesto el cuchillo en la barriga, pero con verdad y justicia”, admitió. También calificó de especuladores a los intermediarios entre productores y minoristas (“un cáncer a vencer”) y amenazó con que si era necesario saldría él mismo a carnear en la General Paz y repartir carne gratis.

Tres días después lanzó una firme “Campaña contra el agio y la especulación”: Se racionalizaba la venta de productos, se obligaba a los almaceneros a vender harina de trigo, se aumentaba el número de vagones para transportar ganado a la Capital y se volvían a fijar precios máximos para la carne y los artículos de primera necesidad. A las pocas horas se registraron los primeros locales clausurados y sus respectivos dueños detenidos, en algunos casos, por 90 días.

LA CORRUPCION

La problemática también tenía otra arista que aglutinaba a la oposición: la corrupción. Los rumores (mediante panfletos, por teléfono o en los cines) no cesaban y lo peor para el Gobierno fue que la ilegalidad, en algunos casos, venía de sus propias entrañas. Luego que llegara a su despacho un informe acusando a su cuñado Juan Duarte, hermano de la extinta Eva, de estar metido en diferentes estafas y negociados, incluso el de la carne, Perón convocó para el 8 a una nueva conferencia de prensa en la Casa Rosada.

En esta oportunidad, el clima tenso que se vivía fue evidente y se evidenció en los duros términos del discurso presidencial. Denunció una campaña de la oposición contra el Gobierno (“A los señores que se encargan de repartir rumores que se cuiden mucho”); se indignó por el aumento en los precios del 50% en dos semanas; aseguró que estaba rodeado de “ladrones y coimeros”; que de 100 visitas que recibía en su despacho 95 le venían a proponer “cosas deshonestas y porquerías”; y, por último, que había ordenado una investigación empezando por él mismo para descubrir a los corruptos y que estaba dispuesto a castigar hasta su propio padre si era necesario. “Cuando un tipo es ladrón, es porque hay un estúpido que se deja robar. Y cuando hay un coimero, hay un ladrón que le paga la coima”, sentenció.

Al día siguiente apareció muerto Juan Duarte con un tiro en la cabeza. La situación se tornó dramática. La prensa informó escuetamente que se había tratado de un suicidio y publicó la carta manuscrita que había dejado agradeciendo a Perón y pidiéndole perdón por todo. Las dudas quedaron flotando y la ebullición social en aumento.

ACTO DE RESPALDO

La CGT convocó a un acto de apoyo. A las 17 horas de aquella jornada Perón salió al balcón de la Rosada ante una plaza colmada por una multitud vibrante. En medio de su discurso -en el cual confesó que se sentía rodeado de una “legión de aduladores y alcahuetes”- estallaron tres bombas de alto poder. Una en el bar del Hotel Mayo (Yrigoyen 420), otra en la estación Plaza de Mayo del subte A y la tercera en la estación Perú.

La acción terrorista dejó 5 muertos (Mario Pérez, León Roumeaux, Santa F. Damico, Osvaldo Mouche y Salvador Manes) y más de 95 heridos y mutilados.

Entre corridas, gritos y las sirenas de las primeras ambulancias que llegaban al lugar Perón continuó hablando. “Podrán tirar muchas bombas y hacer circular muchos rumores, pero lo que nos interesa a nosotros es que no se salgan con la suya. Creo que, según se puede ir observando, vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo”, lanzó. Ante lo cual multitud clamó: “¡Leña! ¡Leña!”. “¿Eso de la leña que ustedes me aconsejan ¿por qué no empiezan ustedes a darla?, les vociferó Perón.

Luego denunció la existencia de una guerra psicológica organizada y dirigida desde el exterior, con agentes en lo interno y ordenó “buscar a esos agentes y donde se los encuentre, colgarlos en un árbol”.

También pidió al pueblo ayuda para hacer una “depuración de la República y de nuestras propias fuerzas” y les realizó a la oposición un último llamado a trabajar por el país: “Si algún día demuestran que sirven para algo les vamos a perdonar todas las hechas”.

La excitación de la plaza aumentaba ante cada palabra de Perón. “Si para terminar con los malos de adentro y con los malos de afuera, si para terminar con los deshonestos y con los malvados es menester que cargue ante la historia con el título de tirano, lo haré con mucho gusto. Hasta ahora he empleado la persuasión; en adelante emplearé represión, y quiera Dios que las circunstancias no me lleven a tener que emplear las penas más terribles”, desafió. Por último, les rogó a todos que se retirasen tranquilos y confiados en que él “resolvería las cosas como hasta ahora”.

Cerca de las 19, mientras Perón se retiraba de la Casa de Gobierno con dirección al hospital Argerich para visitar a los heridos del sangriento atentado, la multitud comenzó a desconcentrarse. La violenta jornada, sin embargo, aún no había terminado.

INCENDIO Y SAQUEO

Pasadas la 20, un grupo de manifestantes peronistas ingresó a la Casa del Pueblo del Partido Socialista (Rivadavia 2150) y la prendieron fuego causando su destrucción total. El raid incendiario no se detuvo. También fueron agredidas o parcialmente destruidas la Casa Radical (Tucumán 1660), el local del Partido Demócrata (Rodríguez Peña 525) y el Petit Café (Santa Fé 1826). Otra de las grandes pérdidas materiales fue la impresionante sede del Jockey Club (Florida 559). Fue saqueada e incendiada. Quedó totalmente destruida junto a valiosas piezas de arte que se encontraban en su interior, como cuadros originales de Goya o Monet. En ninguno de estos violentos hechos se registraron muertos o heridos.

Los sucesos fueron ampliamente tratados por toda la prensa oficialista, la cual justificó la reacción de la multitud y condenó las muertes de Plaza de Mayo. Además, la policía informó que los manifestantes habían sido tiroteados desde la Casa del Pueblo y que los bomberos no pudieron actuar para extinguir los incendios por la simultaneidad de los mismos y porque una multitud indignada se lo impedía. (Tras la Revolución del 55, la Comisión Investigadora aseguró, según los testimonios recogidos, que la orden de no actuar de los bomberos vino “de arriba”).

Al día siguiente de los incendios comenzó una furiosa redada en búsqueda de los culpables. Fueron detenidas más de 4.000 personas, los máximos dirigentes de la oposición (Balbín, Frondizi y Pastor, entre otros), un estadounidense que resultó trabajar en un circo y hasta Victoria Ocampo. Como cabecillas del atentado fueron acusados, entre otros, los jóvenes activistas de la FUBA, Arturo Mathov y Roque Carranza.

Las cosas ya no serían igual para el gobierno peronista. En el acto del 1° de mayo de ese mismo año, Perón realizó un muy duro discurso contra la oposición. La culpó por las recientes muertes y la acusó de estar financiada desde el exterior. “Ellos creen que a un pueblo como este se lo puede asustar con bombitas. Esa creencia solo puede albergarse en la mente retardada de los estúpidos de afuera”. “A nosotros nos sobra lo que a ellos les falta”. También insistió una vez más, y no sería la última, en que lo dejaran actuar a él frente a la oposición: “No actúen ustedes en forma colectiva, porque eso les da lugar (a la oposición) a decir que vivimos en el más absoluto desorden y que aquí no hay gobierno. Yo les pido que no quemen más, ni hagan más de esas cosas. Porque cuando haya que quemar voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero entonces, si eso fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que ha encendido la humanidad hasta nuestros días”.

Con estas palabras, más allá de los planes organizados desde el Partido Peronista para responder a las agresiones, su intención estuvo dirigida a tratar de dominar todas aquellas fuerzas heterogéneas y convulsionadas que integraban su movimiento. “La historia -les dijo- no recuerda que jamás haya triunfado lo inorgánico y lo anárquico ante la fuerza invencible de las organizaciones”. Pero no pudo, pese a las mejoras en la economía, aquellas pujas internas hicieron eclosión durante el conflicto con la Iglesia Católica a fines de 1954, que terminó con su derrocamiento meses después.

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