2006, Mundial de Alemania. Estadio Olímpico, Berlín.
Italia 1 – Francia 1. Italia gana en definición por penales.
Italia se lleva una Copa por la que no había hecho mucho; recorriendo un camino similar al de su triunfo en el Mundial de 1982 y con lo de casi siempre (en este caso, la defensa de Zoff y Cannavaro más algo de Pirlo) llega a la final después de una mediocre primera fase en la que sólo le gana a Togo; con un fixture muy ventajoso, elimina en un partido con un arbitraje más que polémico a Australia y en semifinales deja atrás a Alemania, un equipo superior pero nervioso y agotado mentalmente después de su partido de cuartos de final contra Argentina.
Francia era mejor equipo, jugaba bien (Zidane, Ribery, Henry, Vieira) y les había ganado con claridad a Brasil, España y Portugal. Y empezó ganando: antes de los 10′, Zidane picó un penal (la pelota entró apenas unos centímetros después de pegar en el travesaño) y todo parecía encaminado. Pero apareció el actor central de la película: Marco Materazzi. Primero empató el partido temprano con un cabezazo inapelable y después sostuvo el medio campo durante todo el partido, que terminó 1-1.
En el alargue, la frutilla del postre: insultó y provocó a Zidane, que le contestó. Zidane ya se alejaba y Materazzi siguió. Zidane se hartó y cayó en la trampa: le puso un cabezazo en el pecho que Materazzi recibió como si un obús hubiera perforado sus pulmones. Al piso semimuerto, por supuesto. El referee (el argentino Horacio Elizondo) no vio nada. Consulta al juez de línea, que no ha visto nada. Pero el “cuarto árbitro” es informado sobre la agresión, mientras la imagen se repite una y otra vez por la televisión. Éste le avisa al árbitro, y el árbitro expulsa a Zidane. La expulsión fue aceptada en general como justa, pero no fue reglamentariamente correcta. En esa época, lo que el árbitro o el juez de línea no veían, no se podía cobrar; la asistencia de video no era válida para tomar decisiones disciplinarias. Sin embargo, expulsaron a un jugador al que ninguno de los dos había visto agredir a otro. Mientras, Materazzi, riéndose por dentro, volvía al juego. La treta estaba consumada y Francia nunca volvió al partido.
En los penales, Materazzi, ya el dueño de la final, clavó el suyo en forma inapelable; David Trezeguet, un goleador franco-argentino con el frío inundando su pecho, falló el suyo. Campeón Italia. Con casi nada.
2010, Mundial de Sudáfrica. Estadio Soccer City, Johannesburg.
España 1 – Holanda 0.
Con el mejor seleccionado de su historia, España se llevó la Copa a su casa por primera vez. No le fue nada fácil, empezando por el hecho de que perdió inesperadamente su primer partido ante un sorprendente equipo suizo. Pero se repuso. En cuartos pudo quedar afuera ante Paraguay, pero Iker Casillas le atajó un penal al indolente Tacuara Cardozo y el infalible David Villa no perdonó sobre el final. En semis le ganó a Alemania con toda justicia, con un gol de cabeza del enorme Carles Puyol en una jugada made in Barsa en la que el magistral Xavi Hernández le puso la pelota en el lugar que habían planeado y que tantas veces habían ejecutado.
Holanda llegó muy bien a la final, después de una batalla contra Brasil en cuartos en la que se pegaron todo lo que pudieron y una semi con Uruguay ganada con autoridad.
La final fue tensa, sin espacios, con España intentando y Holanda (llamada Países Bajos en el catálogo oficial futbolero del Mundial) destruyendo. El cerebro de Snejder, la explosión de Robben, el peligro potencial de Van Persie y los gladiadores del medio de un lado; Ramos, Piqué, Puyol, Xavi, Busquets, Xabi Alonso, Iniesta, Villa, Pedro, del otro. España tenía demasiados cracks para cualquier rival. Holanda lo aguantó dos tercios de partido, el último tercio lo sufrió. Pero logró llegar 0-0 al final.
Ya en el alargue, el único objetivo de Holanda (al que trató de llegar solo defendiéndose y “a ver si acertamos una contra”, desmintiendo la historia de la Naranja) era llegar a los penales.
Y tenían sus motivos: la federación holandesa de fútbol había contratado a un experto en análisis de penales; su cuerpo técnico tenía los resultados de un extenso trabajo sobre los penales pateados por todos los jugadores españoles. El experto (¡un español, encima!) aseguraba una exactitud del 90% en su pronóstico para cada pateador. Holanda sentía que si llegaba a los penales, el triunfo era suyo. España había errado un penal contra Paraguay (Xabi Alonso) y no tenía “expertos en penales”. Pero nunca podrá saberse lo que hubiera ocurrido, ya que faltando cinco minutos apareció Andrés Iniesta. Porque el gol lo empieza él, con un taco en el círculo central del que nadie se acuerda. La jugada sigue y termina con Cesc Fabregas poniéndole un pase llovido perfecto a Iniesta y Andrés define como lo que es: un crack. Iniesta, que no es un goleador pero que sí es un mago, un jugador extraordinario y fuera de rango con un físico bochinesco y un cerebro genial para jugar al fútbol, logra el gol que lleva a España a la gloria del fútbol. El título no podía estar en mejores manos ni el gol en mejores pies.
2014, Mundial de Brasil. Estadio Maracaná, Rio de Janeiro.
Alemania 1 – Argentina 0.
Argentina, más o menos con sus argumentos históricos de siempre (más nombres que juego, sobreestimación de talentos propios y grandes triunfos antes de jugar los partidos) llega a la final sin haber hecho gran cosa. Se jactaba de tener una delantera tremenda pero en las fases finales apenas metió dos goles en cuatro partidos (y eso que jugó tres partidos con alargue). Estuvo a punto de ir a penales contra Suiza y pudo perder con Holanda en semis.
Alemania llegó a la final luego de la paliza más impresionante que se recuerde entre potencias: 7-1 a Brasil en su casa, con baile y humillación futbolística. La actuación alemana de ese día marcó un hito (“¿dónde estabas cuando Alemania le hizo siete a Brasil en el Maracaná?”) y su confianza para la final era inmejorable.
La final no fue buena, pero tampoco fue tan mala. Mucha elaboración, poca definición. El partido fue parejo. En el primer tiempo ambos equipos tuvieron dos chances de gol cada uno (Higuaín erró un gol que no se puede errar ni en una final ni en el patio del colegio); en el segundo, dos Alemania y una Argentina (Messi). El partido terminó 0-0, y en el alargue cada uno había tenido una chance (la de Argentina, Palacio) hasta que Mario Götze (que había entrado desde el banco de suplentes) paró la pelota con el pecho cerca del primer palo y sacudió la red de un desubicado Romero. 1-0.
El folklore nacional recuerda con pelos y señales las ocasiones de gol perdidas y la embestida de Neuer, y con el tiempo resulta que parece que el equipo había jugado bien (es más, cada vez que se recuerda el partido parece que juega mejor) y merecía el triunfo. Con el mismo mecanismo de memoria, el recuerdo (o la ausencia de él, mejor dicho) ha hecho esfumar situaciones francas de gol que Alemania también tuvo y el juego de Lam y Schweinsteiger, dos topadoras que además jugaban en alto nivel. Alemania se transformó en el verdugo del seleccionado argentino, al que dejó sin nada las últimas cuatro veces en las que se enfrentaron en Mundiales.
2018, Mundial de Rusia. Estadio Olímpico Luzhnikí, Moscú.
Francia 4 – Croacia 2.
Francia empezó a media máquina el torneo, pero en octavos entró en calor y despachó con cuatro goles a Argentina, le ganó bien a Uruguay en cuartos y en la semi sacó a flote un durísimo partido con Bélgica, que tenía un equipazo. Croacia ganó cómodamente su zona, pero la serie final le costó sangre, sudor y lágrimas: superó en los penales a Dinamarca y al local Rusia en dos partidos épicos y extenuantes física y emocionalmente.
La final fue muy buena, hubo fútbol de ataque por todos lados. Talento y dinámica de un lado (Pogba, Griezmann y Mbappé) contra alma y juego del otro (Rakitic, Modric, Perisic).
Arranca Francia arriba con un gol de cabeza de Varane y empata enseguida Perisic. Pero poco después, de un corner viene una mano (tan evidente como casual), penal, Griezmann, 2-1. Y en los primeros veinte minutos del segundo tiempo Francia liquida el partido, con dos goles de calidad: Pogba y Mbappé, ambos desde la medialuna del área, sentencian la cosa. Aunque el arquero Lloris se mandó una estupidez por cancherear y Mandzukic le robó el 2-4, Francia fue el dueño hasta el final. El equipo de la dinámica y el juego veloz le ganó al inesperado rival, Croacia, el del esfuerzo y los dientes apretados, que luchó hasta el final contra un equipo en el que casi todos sus jugadores tenían buena técnica y cuyo centrodelantero titular no hizo ni un solo gol en todo el torneo.