La muerte del general petit

El día 15 de octubre de 1907 fallece en Buenos Aires el Teniente General Luis María Campos. Ingresó como Subteniente al Primer Regimiento de Guardias Nacionales en 1859. Asistió a la Batalla de Pavón el 17 de septiembre de 1861. Durante la acción entregó al General Bartolomé Mitre la bandera del Batallón San Luis, perteneciente al ejército enemigo. Hizo la campaña de la Guerra del Paraguay, siendo herido en el asalto a la fortaleza de Curupaytí. Tomó parte en el combate de San Ignacio, sobre el Río V, en el que la vanguardia del Ejército Nacional, a las órdenes del Coronel Arredondo, derrotó a las fuerzas mandadas por los hermanos Juan y Felipe Sáa, el 1 de abril de 1867. Vuelto a la Guerra del Paraguay, participó en la Batalla de Lomas Valentinas del 27 de diciembre de 1868, donde fue herido nuevamente. Después de desempeñar otras funciones el 12 de octubre de 1898, fue nombrado ministro de Guerra y Marina por el presidente de la República, General Julio A. Roca.

La batalla de San Ignacio fue librada entre la vanguardia del Ejercito Nacional a las órdenes del coronel D. José Miguel Arredondo y los rebeldes mendocinos mandados por el célebre Juan Saá, conocido con el temible mote de “Lanza Seca”.

Marchaba con las tropas legales una parte del bizarro 6° de Línea, con el Comandante Luis María Campos quien, deseoso de iniciar la victoria a su favor, cargó a la bayoneta contra la artillería enemiga.

En medio del entrevero un mendocino gigantesco le apoyó el fusil en el pecho e hizo fuego dándole apenas tiempo para desviar el arma con el sable, pero sin poder evitar que el fogonazo le quemara la cara, los ojos, y la bala le matara el caballo.

Al verlo caer, los artilleros se abalanzaron sobre él, para ultimarlo, pero no habiendo contado con que las lucientes bayonetas de los veteranos del 6° siempre estaban prontas para socorrer a su jefe y se trabaron a su alrededor en un terrible duelo al arma blanca.

Ganada la acción en todo el frente y perseguidos los rebeldes, un soldado paraguayo se acercó a Campos y le dijo entre risueño y cariñoso:

-Che comandante, me debes la vida; ni ¡Ay! Le dejé decir al colorado que te pegó el tiro.

El animoso jefe por toda la respuesta abrazó al fiel soldado que no abandonó a su jefe ni en la hora postrera, pues, cuando fueron llevados a su última morada los restos del Teniente General Campos, un viejecito encorvado llevaba una de las cintas del féretro. Era Ciraco Ortiz, su salvador en San Ignacio.

“Estudiar es progresar, la paz tiene también sus grandes batallas y sus altos triunfos radicados en la escuela, en los libros y en los campos de maniobras” Tte. Gral. Luis M. Campos.

Fuente: Juan Román Silveyra, Anecdotario Histórico Militar, Ediciones Argentinas Brunetti.

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