Los boxers, también conocidos como “puños de justicia”, crearon una sociedad secreta que se convirtió en un símbolo del descontento de la sociedad china frente a la intervención política y económica de las potencias extranjeras. Los boxers eran antiimperialistas, antiextranjeros y anticristianos, y su rebelión fue cosechando cada vez más adeptos, no sólo en las clases bajas sino también en la nobleza.
Dicho movimiento, surgido en una China sumergida en una xenofobia muy arraigada, tenía como objetivo enfrentar y aniquilar el crecimiento de la influencia extranjera en el comercio, la política, la religión y la tecnología de los últimos años del siglo XIX, influencia originada en las guerras del opio y la Guerra Chino-Japonesa de 1895. El resultado de la larga historia de intervenciones extranjeras había llevado a China a vivir en condiciones sociales y económicas decadentes; sin embargo, la sublevación de los boxers culminó en un desastre para China, perjudicó su precaria soberanía y representó el principio del fin para la dinastía Qing, que logró sobrevivir al conflicto pero quedó claramente debilitada.
La “sociedad de los boxers” reforzaba sus campañas asegurando que mataría a todos los extranjeros (“hombres peludos primarios”) y a sus simpatizantes chinos (“secundarios”). Si bien los boxers eran una sociedad secreta que actuaba al margen de la ley, su cruzada contra los extranjeros fue apoyada por Ci Xi (la emperatriz viuda de Xian Feng), quien veía la oportunidad de echar a los extranjeros que la nobleza también despreciaba y de paso acrecentar y perpetuar su espacio de poder. Siguiendo el impulso propiciado por la emperatriz, varios gobernadores provinciales apoyaron a los boxers en sus jurisdicciones. Finalmente, a mediados de 1900, la emperatriz, impulsada por su patriotismo, declaró la guerra a todas las potencias extranjeras que interferían en la vida política china.
Fortalecidos y respaldados, los boxers saquearon campos, destruyeron estaciones de tren y líneas de telégrafos y mataron a más de 200 extranjeros y a miles de chinos cristianos. En el norte de China había un resentimiento creciente contra los misioneros cristianos que ignoraban las obligaciones tributarias y protegían a su gente contra demandas judiciales. Después de varios meses de violencia en aumento y asesinatos en Shan Dong y en las llanuras del norte de China contra la presencia extranjera y cristiana, los boxers, convencidos de que eran invulnerables a las armas extranjeras, se dirigieron a Pekín bajo la consigna de “apoyar al gobierno Qing y exterminar a los extranjeros”. Los boxers iniciaron el asedio a las embajadas en Pekín, el 20 de junio de 1900 mataron al embajador alemán en Pekín y eso detonó la reacción de las potencias afectadas. Las naciones que sufrieron los ataques (Japón, Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Austria-Hungría e Italia) rápidamente se agruparon en una fuerza internacional, la Alianza de las Ocho Naciones, con la que atacaron Pekín en agosto y vencieron al combativo ejército de los boxers.
Luego del triunfo de la Alianza, la emperatriz Ci Xi se vio obligada a firmar el Tratado de Xinchou. Ese tratado, también llamado “Protocolo Boxer”, contenía términos extremadamente duros: entre otras cosas, China fue condenada a pagar una indemnización de 333 millones de dólares, las tropas extranjeras se afirmaron en guarniciones desde Pekín hasta el mar, tres oficiales boxer fueron ejecutados y otro fue inducido al suicidio. El kaiser Guillermo II, uno de cuyos ministros había sido asesinado por los boxers, proclamó triunfante: “nunca más, ningún chino se atreverá a mirar con desdén a un alemán”.
Internacionalmente, el prestigio de China llegó a su punto más bajo. La indemnización firmada consumía la mitad del producto bruto y debilitaba a la dinastía Qing; además, Rusia había ocupado Manchuria y mantenía sus tropas ahí. Tres años después, la permanencia de las mismas provocaría el inicio de la Guerra Ruso-Japonesa. Pero eso ya es otra historia.