La gran fuerza

Extraído de La polaca.

El diario Crítica del 30 de septiembre de 1930 informa:

“A partir del año en curso una mujer de vida airada, Raquel Liberman, hizo una denuncia ante la policía, diciéndose amenazada por su marido por no querer ejercer la prostitución en beneficio de éste. Esta mujer había sido primeramente explotada por un tenebroso llamado Jaime Cingisser y por la mujer de éste, Bronia. Con el dinero que ganaba en una casa pública y que, a escondidas de sus explotadores, había logrado reunir, se compró la libertad, y, desde entonces, comenzó a trabajar en la misma vida, pero en su propio beneficio. Enterado Cingisser algún tiempo después de que la mujer que había vendido, se había comprado a sí misma, y que, en el tiempo transcurrido, había reunido más de ochenta mil pesos, suministró los datos necesarios a un compinche llamado Mauricio Kirnstein, quien haciéndose pasar por una persona de buenos antecedentes, trabó amistad con la denunciante, y, envolviéndola poco a poco en sus redes, logró convencerla de que su deseo era arrancarla de esa vida mediante un casamiento. La mujer se casó con Mauricio y se retiró del prostíbulo en que trabajaba.

Al poco tiempo, Kirnstein lograba apoderarse de los ochenta mil pesos ahorrados por su flamante esposa y, una vez con el dinero en sus manos, obligó a que ésta siguiera ejerciendo la prostitución. Como con buenos modos no lo lograba empezó a amenazarla y luego a infligirle castigos.

La víctima se rebeló ante las exigencias de Mauricio y se presentó en denuncia ante las autoridades policiales solicitando al mismo tiempo garantías para su vida. El comisario Julio Alsogaray la protegió y alentó a denunciar lo que sabía.

Llamada ante el juez Rodríguez Ocampo a ratificar sus manifestaciones comenzó por mostrar vacilaciones y terminó por desistir de sus acusaciones porque había sido visitada por un amigo de sus explotadores, Salomón José Korn el que la había convencido que debía hacerlo así si no quería que la “Sociedad” interviniera en el asunto haciéndola matar, crimen que, con el poder que la Sociedad poseía quedaría impune.

Además, Korn le ofrecía devolverle veinte mil pesos de los ochenta mil que Mauricio le había despojado y un anillo de cuatro mil pesos.

Lo único que sabía Raquel de la Sociedad era que se llamaba Migdal, en la calle Córdoba 3280, donde había contraído casamiento con Mauricio Kirnstein”.

El matutino La Prensa del primero de octubre de 1930, como todos los otros periódicos, vuelve a reflotar el caso de la Migdal cuando el juez Rodríguez Ocampo convierte en prisión preventiva la detención que sufren los procesados. En la nómina figura:

“Elke Farver de Milhoth (…) Todos los nombrados como se sabe, están acusados por asociación ilícita y algunos de ellos por corrupción. Asimismo, el juez dispone embargar los bienes y dinero de propiedad de los acusados hasta cubrir la suma de 52.000 pesos cada uno”.

El Diario del 6 de diciembre de 1930 denuncia:

“Los socios de la Migdal escapaban con pasaportes falsos. En la calle Ecuador 762 se detuvo a Manuel Granat y Hers Lejtman con pasaportes falsos de otros tenebrosos para tramitar compras de pasaportes hacia Europa. También se supo de adulteraciones de pasaportes de mujeres, todas ellas menores de edad”.

El diario Crítica del 27 de enero de 1931 muestra preocupación ante el poderío de los proxenetas para evadir la justicia al reproducir la revocatoria otorgada dos días antes por la Excelentísima Cámara de Apelaciones en la Criminal, Secretaría Dr. Antonio L. Berutti, del auto de prisión preventiva dictado oportunamente por el juez Rodríguez Ocampo. En ese mismo diario, el 28 de enero de 1931, se pide la deportación de los proxenetas que habían sido puestos en libertad.

En esa fecha, La Razón confirma la revocatoria de todo lo actuado al aprovecharse la feria judicial, ignorando el voluminoso juicio de más de cinco mil fojas:

“La Cámara del Crimen compuesta por los vocales, doctores Oribe, Ortíz de Roszas y Coll, dictó resolución esta tarde en el ruidoso proceso de la Migdal, por los delitos de corrupción”. El dictamen había desestimado las pruebas presentadas en el juicio por asociación ilícita entre los componentes de la Zwi Migdal.

En Clarín del 2 de octubre de 2000, al cumplirse un nuevo aniversario del juicio a la Migdal, el periodista Alberto González Toro, escribe:

“…Una polaca, Raquel Liberman –que había llegado a los 18 años a Buenos Aires para ejercer su profesión en un prostíbulo de Valentín Gómez 2888- se animó a denunciar a la mafia a pesar de las amenazas que había recibido…”.

La trata de blancas conlleva en sí una profunda dosis de dramatismo. En el caso de Raquel Liberman, la necesidad de desdoblarse para proteger a sus hijos, no solo de las amenazas ejercidas por los miembros de la Migdal sino también para apartarlos del dedo acusatorio de la sociedad. Por eso, elegí encabezar este libro con el poema “No soy yo la que pensáis…” aunque algún lector opine que es una herejía comparar a Sor Juana Inés de la Cruz con la mujer de “vida airada”, como llamó el diario Crítica a Raquel Liberman. La palabra puta, no se escribía en letras de molde. Si nadie nombra el objeto, objeto no existe.

De la lectura de periódicos y libros de la época se desprende el pensamiento de toda una sociedad. Palabras enfervorizadas y aplausos para los hombres que lucharon contra los rufianes, soslayando el mérito de la mujer que se jugó la vida enfrentando a todo un sistema.

La epopeya de Raquel Liberman había quedado enterrada por el sensacionalismo del juicio, enmarcado en los azarosos años de la década del treinta. Por eso es pertinente traer hoy a la memoria y al corazón su heroica actitud.

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