Jackie Kennedy y Aristóteles Onassis: el matrimonio que ofendió al mundo

“Es la unión perfecta. Mi padre adora los apellidos y Jackie adora el dinero”. Con estas cáusticas palabras definió Alexander, el hijo de Aristóteles Onassis, el matrimonio entre su padre y Jacqueline Kennedy celebrado en la isla de Skorpios el 20 de octubre de 1968. Podría haber sido una estampa muy romántica: una pareja ya madura golpeada por los avatares de la vida le daba una segunda oportunidad al amor en un entorno paradisíaco. Pero nadie lo vio así. Parte de los implicados, la prensa y el público se tomaron aquella relación como una afrenta personal. Fue una boda que ofendió al mundo.

Supuso una muestra de lo rápido que puede cambiar la opinión general ante los personajes de gran presencia mediática. Jackie era la mujer más popular de Estados Unidos y una de las más célebres del mundo, todavía partido en bloques en plena Guerra Fría. Ya lo había sido en vida de su primer marido, el presidente John Fitzgerald Kennedy, por su belleza, elegancia y saber estar que representaban la cara más amable de la “nueva frontera” que significaba la política presidencial. Hasta los comunistas en Venezuela portaban carteles durante una visita de la pareja que rezaban “Kennedy no, Jackie sí”. La tragedia del asesinato del presidente en Dallas en el 63, la entereza demostrada durante el funeral, su rectitud como viuda y madre de dos niños pequeños, habían emocionado profundamente a ciudadanos de todos los países. Y hete aquí que de la nada se volvía a casar traicionando a ojos de muchos el legado de su marido que había jurado proteger, y no con un hombre (en apariencia, la realidad era muy diferente) intachable como el ya casi santificado JFK, sino con un multimillonario con fama de mafioso veinte años mayor que ella, feo, con aspecto de sapo o siendo benévolos de tortuga, y que para colmo tenía ya una pareja oficial conocida por todos, la famosísima cantante de ópera Maria Callas.

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Jacqueline y John Fitzgerald Kennedy el día de su boda.

Jacqueline y John Fitzgerald Kennedy el día de su boda.

“Solo es posible en América”. Aristóteles Onassis ejercía de griego, uno de los griegos supervivientes de la matanza turca de Esmirna, pero había recuperado y engrandecido el negocio familiar en América, en Argentina. De limpiacristales a ser el hombre más rico del mundo, la de Ari era una de esas historias que alimentaron el sueño americano, que hoy identificamos solo con Estados Unidos pero que durante gran parte de los siglos pasados representó todo el continente, destino de emigrantes de todos los rincones del mundo que buscaban huir de la miseria, prosperar y hasta enriquecerse. Él lo hizo a lo grande, y para mediados de siglo era el principal magnate naval del mundo, representación humana del hombre de negocios exitoso y un poco turbio. También era padre de dos hijos, Alexander y Christina, fruto de su matrimonio con Athina Livanos, hija de otro importante empresario naval. La boda en el 46 había sido tanto una maniobra conveniente desde el punto de vista de los negocios como una victoria ante Stavros Niarchos, su rival griego en los negocios (que acabaría casándose con Eugenia, la hermana de Tina, un año después). Para sorpresa de nadie, “Ari” le era infiel a “Tina” de forma habitual. Uno de esos romances acabaría siendo el amor de su vida y haciendo historia en la crónica rosa del siglo XX. Y como no podría ser de otra manera, empezó en un barco.

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Athina Livanos y Aristóteles Onassis en 1955.

Athina Livanos y Aristóteles Onassis en 1955.

Fue en el verano del 59. El Christina, el fastuoso yate de casi cien metros de eslora de Onassis, zarpaba desde Capri hacia Estambul, con Montecarlo como destino final. Entre los ilustres invitados, Winston Churchill o la soprano María Callas en compañía de su marido y agente, Giovanni Battista Meneghini. No se trataba de un matrimonio feliz. La Callas decía que había elegido a su marido “como a un padre”, para que cuidara de ella y de su carrea, y hacía tiempo que no mantenían relaciones sexuales. Meneghini empezó a sufrir náuseas desde el principio del crucero y se pasaba los días encerrado en su camarote, mareado. Mientras, María y Aristóteles, que padecían insomnio, comenzaron a pasar las noches en alta mar de charla hasta la madrugada. Ambos eran griegos, la seducción fue mutua y en el mismo barco se convirtieron en amantes a espaldas del resto de los tripulantes, incluidos sus respectivos esposos.

El 13 de agosto del 1959 el Christina atracaba en Montecarlo. Ese mismo día María le anunciaba a su marido que iba a dejarle. Meneghini no se lo tomó muy bien. “Yo creé a la Callas y ella me ha pagado con una puñalada en la espalda. Cuando la conocí era una mujer gorda y mal vestida, una refugiada, una gitana. No tenía ni un céntimo ni la menor posibilidad de hacer carrera”. En efecto, Maria Kalogeropoulos había sido una prometedora cantante de ópera con sobrepeso y aspecto vulgar, el patito feo de su familia, despreciada por su madre, y él la había ayudado a pulir su canto y su aspecto hasta encumbrarla. Pero obviaba en su ira Meneghini que había desviado el dinero ganado por ella a cuentas que estaban solo a nombre de él, y que al final era ella la única dueña del talento. También contribuyó el marido a la famosa leyenda urbana de que María había logrado adelgazar ingiriendo una tenia, una solitaria que vivía en su intestino y le permitía comer todo lo que quería sin engordar. Lo del parásito nunca ha sido comprobado, pero sí la obsesión de María por las dietas y por la actriz Audrey Hepburn. Cuando vio Vacaciones en Roma en el 53, quedó fascinada por su deslumbrante protagonista, y se propuso parecerse lo máximo posible a ella. De hecho, cuando se observa alguna de las fotos icónica de la Callas, parece una versión racial y más madura de Audrey, con las cejas marcadas, los grandes ojos oscuros y el sofisticado vestuario.

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Aristóteles Onassis, Churchill,  Maria Callas y su marido Giovanni Battista Meneghini, en el barco

Aristóteles Onassis, Churchill, Maria Callas y su marido Giovanni Battista Meneghini, en el barco ‘Cristina’, atracado en el puerto de Mónaco en 1959.

Al lado de Onassis, el look de la Callas se refinó y se volvió todavía más lujoso. Al anunciar la separación de su esposa y su relación con la cantante, Onassis declaraba: “Soy un desgraciado, soy un asesino, soy un ladrón, soy un impío, soy el ser más repugnante de la tierra, pero soy millonario y déspota, así que no renuncio a María”. Ella fue para él tanto un amor sincero como un trofeo, un tanto que apuntarse que señalaba el triunfo de su ambición voraz en todo lo que se proponía. La tempestuosa relación Onassis-Callas protagonizó cientos de portadas y titulares en prensa, por lo escandaloso y atractivo de ambos. Ella le amó con locura y entrega, llegando a descuidar su profesión por él, lo que produjo el desinterés de Onassis, que solo quería lo mejor, los números uno de lo que fuera a su alrededor. La frágil estabilidad emocional de María sufría con sus cada vez más frecuentes infidelidades. Entonces, en el 63, apareció Jacqueline Kennedy en el horizonte, aunque todavía no como una amenaza.

La primera dama de Estados Unidos acababa de sufrir un fuerte golpe: su recién nacido hijo Patrick moría a los dos días de vida de complicaciones pulmonares. Ya antes de tener a Caroline y a John había sufrido un aborto involuntario y dado a luz a una niña que nació muerta, Arabella. Para recuperarse, su hermana Lee Radziwill le propuso pasar unos días a bordo del yate de Aristóteles Onassis, que era, oh sorpresa, su amante esporádico. Al Christina no se invitó a María Callas para su disgusto, porque Onassis adujo que la mujer del presidente no podía compartir crucero con su concubina. Jackie y Aristóteles se hicieron amigos y confidentes, y ahí quedó el tema hasta que un mes después, el 21 de noviembre del 1963, Lee Harvey Oswald cambiaba el curso de la historia salpicando con la sangre de JFK el Chanel rosa de su mujer. Se dice que al ver las imágenes del funeral por televisión, Onassis dijo señalando a Jackie “He ahí mi próxima esposa”.

Tardó cinco años, pero lo consiguió. Para lograrlo tuvo que morir otro Kennedy. Bobby y Jackie se habían hecho muy íntimos después de la muerte de John. Tan íntimos que algunos señalan que llegaron incluso a tener una relación sentimental a espaldas de Ethel, la esposa de Bobby. No sería la primera vez que la endogamia Kennedy entraba en acción (también se dijo que otro hermano, Ted, estaba enamorado de Jackie), de hecho por todos es sabido que John y Bob habían compartido amantes como Marilyn Monroe. La versión oficial es que Bobby ejercía de protector y de figura paterna para John John y Caroline mientras vivían en Nueva York, todo hasta que murió asesinado de un tiro en el 68. Todavía puede dar un giro más sórdido este relato: el biógrafo de Onassis Peter Evans asegura que el armador estaba implicado en el asesinato de Bobby Kennedy, el obstáculo para casarse con su amante.

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Jackie y Lee Radziwill en 1962.

Jackie y Lee Radziwill en 1962.

Cuando su cuñado murió en circunstancias tan parecidas a las de su marido, Jackie enloqueció de paranoia. Declaró “Odio América”, temió por sus hijos y decidió refugiarse en el pretendiente con el que llevaba cuatro años de secreta relación y que podía proporcionarle algo que cada vez le era más preciado: seguridad económica y física. Aceptó la propuesta de matrimonio y en el mismo 68 se casaba con Onassis en su isla privada de Skorpios, rodeados de un enjambre de fotógrafos llegados de todo el mundo que flotaban en barquitas alquiladas a los pecadores locales por “miles de dracmas”, según Jaime Peñafiel, también desplazado al lugar.

El Vaticano rugió al casarse Jackie, viuda del único presidente católico de Estados Unidos, con un divorciado. “Jackie, un mito desvanecido”, titulaba ¡Hola! en su portada dedicada al enlace. La antipatía por el armador era evidente en las páginas interiores. “Su boda con Jackie en Skorpios rubricó la última victoria de Onassis sobre Niarchos” o “salta a la vista que se siente feliz, orgulloso –sobre todo orgulloso- de su conquista” rezaba la revista. Maria Callas se enteró por la prensa de la boda, tuvo que ser hospitalizada por una sobredosis de píldoras para dormir y se sumió en una depresión de la que ya nunca saldría del todo. Alexander y Christina estaban evidentemente contrariados; ya no les gustaba María Callas, a la que culpaban de la separación de sus padres, pero sentían una antipatía por Jackie que se exacerbaría con los años. Caroline y John, más jóvenes, parecían resignados. De todos modos, su forma de vida no cambió mucho tras el segundo matrimonio de su madre. Siguieron escolarizados y viviendo en Nueva York, porque desde el principio quedó claro que la pareja iba a mantener una relación errante. Era una de las cláusulas de su rumoreado contrato prematrimonial, donde se especificaban cosas como que no se exigiría que Jackie tuviese otro hijo, que él se comprometía a dormir en otra habitación, que ella solo estaba obligada a pasar fiestas y verano con él y que podía viajar sola sin necesidad de permiso marital. Para los estadounidenses, que tenían en un pedestal a su viuda nacional, fue un golpe que certificaba el final de la década de esperanza de los 60 que se había inaugurado con la llegada de JFK al poder. Los recientes asesinatos de Martin Luther King y de Bobby Kennedy parecía que solo dejaban lugar para el cinismo, el desencanto y el materialismo que reinarían durante los 70 y que esta boda de Jackie encarnaba tan bien.

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María Callas y Aristóteles Onassis.

María Callas y Aristóteles Onassis.

Otro mito representaban también los protagonistas de esta historia: el de que para ser tan rico, tan exitoso en lo que te propones, tan famoso, hay que pagar un precio en forma de maldición, desafecto y desgracia para aquellos a los que más amas. Alexander, el hijo al que Onassis había sacado del colegio para que aprendiera de los negocios a su lado, al que humillaba públicamente a la menor ocasión, inició una escandalosa relación con Fiona Campbell-Walter, una amiga de su tía Eugenia 16 años mayor que él y tercera esposa del barón Thyssen. Aristóteles enfureció, pero Alexander le dejó claro que no pensaba renunciar a Fiona. En enero el 73, el joven sufría un terrible accidente de avioneta. Pasó varias semanas en coma y después de desconectarlo de las máquinas que le mantenían con vida, fue enterrado en el recién inaugurado panteón familiar de la isla de Skorpios. Aquello fue el principio del fin para el magnate. Intentó que Christina fuese su heredera en los negocios, pero la inconstante joven no había sido educada ni entrenada para ello. En el 74, una criada encontraba a Christina inconsciente tras ingerir una sobredosis de pastillas. No era la primera vez que lo hacía ni sería la última.

El matrimonio entre Onassis y Jackie estaba roto desde hace tiempo; quizá desde el principio. Pasaban mucho tiempo separados y las visitas de ella a Skorpios eran cada vez más esporádicas (en una de ellas el paparazzi Settimio Garritano la fotografió tomando el sol desnuda, imágenes que acabaron siendo publicadas en Hustler, lo que demostraba como habían cambiado las cosas desde el 63). El armador le reprochaba a Jackie su constante tren de vida y nivel de gasto, puede que con motivo. Cuando años después Jackie le preguntó escandalizada a su hijo John John cómo podía salir con una mujer como Madonna que definía a sí misma como una “Material girl” (en un videoclip en el que además emulaba a Marilyn, la amante de su marido), John le contestaba: “Pero si no hay nadie más materialista que tú, madre”. Parecía claro que el matrimonio iba a divorciarse, pero una vez más el destino se adelantó.

El 15 de marzo del 75, Onassis moría a los 69 años en el Hospital Americano de París, con su hija Christina presente. Jackie diría sobre él “Aristóteles Onassis me rescató en un momento de mi vida envuelto en sombras. Me llevó a un mundo donde se podía encontrar la felicidad y el amor. Hemos vivido juntos muchas experiencias hermosas que no olvidaré, y por ello le estaré eternamente agradecida”. Siguió una lucha cruenta entre la viuda y la hija por la herencia del millonario. Al final, Jacqueline recibió una pensión anual de 250.000 dólares y 26 millones de dólares en efectivo a condición de no litigar más contra Christina. Dos veces viuda, se refugió en su piso del 1040 de la Quinta Avenida y emprendió una carrera como editora de libros de bastante éxito, además de apoyar al resto de los Kennedy en sus intenciones políticas y alimentar el legado de sus hijos. Desde el año 80 mantuvo una discreta relación con el empresario Maurice Tempelsman, ya recuperado el favor y la comprensión del público. De Jacqueline Kennedy a Jackie O, con el paso de las décadas su segundo matrimonio ya no se veía como un insulto al recuerdo de JFK, sino como el propósito firme de no ser una enterrada en vida para siempre, de no vivir solo de recuerdos y homenajes a un muerto. Jackie era ahora una mujer que había elegido sobreponerse a la tragedia para seguir viviendo. El 19 de mayo del 94 moría tras un cáncer fulminante, y era enterrada con todos los honores en el cementerio de Arlington junto a su primer marido. Llevaba décadas siendo un mito y un símbolo que ahora se volvía imperecedero.

Maria Callas nunca se recuperó de la muerte de Ari. Tras su ruptura había vuelto a ganar peso y se volvió aún más dependiente de los tranquilizantes y barbitúricos. Murió con solo 53 años el 16 de septiembre del 77 en París, en el piso de la avenida Georges Mendel que le había regalado Onassis, en circunstancias no aclaradas. Su exmarido, Meneghini, aseguraba que se suicidó porque tenía el corazón roto. Él también tuvo una depresión tras la muerte de la diva; falleció en Verona en el 81, a los 85 años.

Athina Livanos, la primera mujer de Onassis, se casó en el 61 con John Spencer-Churchill y en el 71 con Stavros Niarchos, el enemigo de Aristóteles y marido a su vez de su hermana Eugenia, ya fallecida. Adicta al alcohol y a los barbitúricos, no logró superar la muerte de su hijo Alexander. Fue encontrada muerta el 10 de octubre del 74 en su piso de París, a los 45 años. No se esclarecieron las causas de su muerte.

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Christina y su hija Athina Onassis.

Christina y su hija Athina Onassis.

Christina Onassis, la única hija superviviente del armador griego, vivió entre Skorpios y Suiza rodeada de fiestas, amigos lisonjeros y una profunda infelicidad. Se hizo dependiente de los somníferos, de las pastillas adelgazantes con las que intentaba controlar su peso –llegó a alcanzar 110 kilos- y de las cocacolas light. Tomaba 24 al día que se hacía traer de Estados Unidos en jet privado porque decía que eran las únicas que le gustaban. Tuvo tres matrimonios que duraron un suspiro antes de enamorarse de nuevo de un antiguo amigo, el heredero francés Thierry Roussel. Él aceptó casarse con ella si perdía 25 kilos. En el 85 tuvieron una hija, Athina, pero la felicidad duró poco. Descubrió que Thierry tenía una relación paralela con la modelo sueca Gaby Landhage, con la que tenía un hijo que solo se llevaba unos meses con Athina. Christina se divorció pero siguió viendo a Thierry; siempre que él necesitaba dinero se pasaba a verla y siempre lo conseguía. En el 88 se trasladó a Buenos Aires para buscar una vivienda allí con vistas a casarse con Jorge Tchomielkgjoglou, pero el 19 de noviembre fue encontrada por su íntima amiga y hermana de Jorge Marina Dodero muerta en la bañera. La causa de su muerte se dictaminó como un infarto de miocardio. Su hija Athina Roussel se convertía en la heredera del emporio de Aristóteles Onassis con solo 3 años.

La isla de Skorpios fue vendida por Athina en 2013 a su amiga Ekaterina Rybolovleva, hija de un magnate ruso, por 120 millones de euros. En ella están construyendo un resort de lujo destinado al turismo. La condición para la venta fue que el panteón donde reposan los restos de la familia Onassis debe mantenerse incólume.

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