Historias de valor y entrega

El teniente coronel Italo Ángel Piaggi era un militar de carrera cuando estalló el conflicto del Atlántico Sur. De fuerte contextura física, su cráneo rapado le daba cierto aire de general prusiano, sensación que incrementaba su buen porte y su actitud marcial. Nacido en San Fernando, al norte del Gran Buenos Aires, el 17 de marzo de 1935, pertenecía a una conocida familia del vecindario de Victoria, donde sus antepasados itálicos se habían establecido en la segunda mitad del siglo XIX.

Al momento de estallar la guerra, Piaggi se desempeñaba como jefe del Regimiento de Infantería 12 “General Arenales”, cuyo asiento de paz era la ciudad de Mercedes, provincia de Corrientes, donde gozaba de un excelente concepto de parte de sus superiores.La unidad que comandaba, formaba parte de la III Brigada de Infantería cuyo comando se encontraba en Curuzú Cuatiá, la cual, como el resto de la fuerza, aplicaba el sistema de incorporación trimestral. De los conscriptos que cumplían el servicio militar hasta el 2 de abril, el 75% pertenecía a la clase 62 y terminaba su período de instrucción. El 25% restante acababa de ser dado de baja y comenzaba el alistamiento de la primera cuarta parte de la clase 63, pront a iniciar su etapa de adiestramiento de manera inmediata. Como dato curioso, el 45% de ellos eran analfabetos.

A partir de este punto, conviene seguir atentamente el diario de guerra del teniente coronel Piaggi, reproducido años después en su libro Ganso Verde (mala traducción de Prado del Ganso), por constituir una incuestionable fuente de información. Conoceremos así, la verdadera odisea del valeroso regimiento correntino, especialmente la de su jefe, denostado injustamente tras la derrota, acusado de ineptitud y pasado a situación de retiro obligatorio “por inepto” para las funciones de su rango. Por esos cargos fue sometido a procesó y condenado por la Corte Suprema de las Fuerzas Armadas que además de sancionarlo con 120 días de arresto, lo hizo responsable directo de la derrota.A partir de este momento, saque el lector sus propias conclusiones.

La odisea del teniente coronel Piaggi

Conocida la noticia de la toma de las islas, el jefe del Regimiento de Infantería 12 (RI12) convocó a una concentración cívico-militar en el centro de la ciudad de Mercedes donde, en su carácter de comandante de la guarnición, hizo uso de la palabra.Ante numeroso público, Piaggi destacó la importancia de aquella gesta, remarcando el hecho de que Gran Bretaña sería fiel a sus principios de política internacional, aquellos que en el pasado le habían permitido fundar un imperio de dudoso origen y por tal motivo no iba a permitir la mengua gratuita de su rol de potencia mundial. Según sus expresiones, era seguro que lejos de permanecer quieta, iba a vengar lo que creía era una afrenta a su soberanía y su imagen exterior, procediendo en consecuencia.

Tal vez hayan sido esas las primeras palabras sensatas por parte de un representante de las fuerzas armadas argentinas en lo que iba del conflicto.

Ante la multitud entusiasta, congregada en el lugar para exteriorizar su júbilo (vale recordar el fervor inicial de la totalidad del pueblo argentino y su apoyo a la gesta), Piaggi agregó: “Si ha llegado la hora del argentino tronar de los clarines llamando a la guerra, el Regimiento 12 de Infantería estará dispuesto a empeñar la sangre de sus hombres en cumplimiento de su sagrado deber militar”.

¡Y vaya que el “General Arenales” cumpliría fielmente ese deber!

Aquel día, por la noche, el Rotary Club de Mercedes ofreció un banquete en honor de la recuperación del archipiélago. Piaggi, en su carácter de invitado especial, fue agasajado por la concurrencia no solo como jefe de la unidad sino por ser el oficial más antiguo de la región.

Al agradecer la demostración, el militar hizo hincapié en el negativo tenor de sus presentimientos y en el hecho de que aquel paso podía acarrear graves dificultades para la Argentina. No olvidaría el silencio sombrío que siguió a continuación. Piaggi había advertido con prudencia, cual sería el desenlace de la contienda, cosa que ninguno de los presentes pareció percibir.

El 4 de abril el regimiento recibió la orden de comenzar el alistamiento, movilizar a los soldados clase 62 que habían sido dados de baja y preparar el equipo correspondiente. Se puso especial énfasis en la preparación de una subunidad formada con elementos de los regimientos 4 y 5 destinada a integrar la denominada Fuerza de Tareas “Litoral”, a cuya plana mayor fue asignado el mayor Ernesto Moore, oficial de operaciones de Piaggi, bajo cuyo mando estaría el jefe del Regimiento de Infantería 5 (RI5).

El 6 de abril llegó una nueva directiva desde la Brigada, ordenando completar la compañía con soldados clase 63, dada la demora en presentarse de algunos componentes de la 62.

En plena tarea se hallaba la unidad cuando a las 23.00 de ese mismo día se recibieron nuevas instrucciones en el sentido de disolver la Fuerza de Tareas “Litoral” ya que el regimiento completo sería movilizado hacia la zona del V Cuerpo de Ejército, en el litoral patagónico.

Transcurridos los primeros tres días se presentaron en la jefatura, oficiales y suboficiales procedentes del Comando de Institutos Militares, designados para completar los cuadros superiores y subalternos. Piaggi quiso dar realce y significación al suceso y por esa razón los recibió en la Sala Histórica de la unidad, pronunciando palabras de bienvenida que fueron agradecidas por cada uno de ellos. Inmediatamente después, se los despachó hacia sus destinos a efectos de interiorizarse y aclimatarse lo más rápidamente posible a la situación.

El 11 por la mañana la Brigada emitió la directiva especial Nº 11/82 disponiendo que un destacamento de vigilancia se hiciese cargo del cuartel. Al día siguiente, Piaggi recibió nuevas instrucciones, una de las cuales le mandaba presentarse en Comodoro Rivadavia junto a su plana mayor, antes de las 12.00 del 13 de abril, a efectos de acelerar el traslado de toda la unidad y dejar a cargo del regimiento en Mercedes a su segundo jefe, el mayor Alberto Frontera. Era la orden de movilización.

Para concretar la misma, se resolvió efectuar el desplazamiento en dos escalones; el primero por vía aérea, trasladando al personal por su rol de combate con todo el equipo, municiones y armamentos individuales y el segundo por vía terrestre, incluyendo el armamento pesado junto al personal de apoyo, al mando del jefe de la Compañía de Comandos, capitán Arnoldo Raúl Buompadre.

El traslado del primer escalón se hizo en dos etapas, la primera hasta Paraná, por vía férrea y desde allí en avión hasta su destino.

El segundo se verificó en dos columnas de marcha en tanto el resto se desplazó por ferrocarril hacia San Antonio Oeste, provincia de Río Negro y desde ese punto a Comodoro Rivadavia en camiones del Ejército.

Eran las 15.30 del 13 de abril cuando Piaggi y su plana mayor recibieron la orden de trasladarse a la ciudad de Corrientes, de donde partirían en avión con destino a Buenos Aires. Lo hicieron en dos jeeps pertenecientes al Escuadrón de Caballería Blindada 3, abordando la aeronave a las 20.30 horas.

Llegaron a Comodoro Rivadavia a las 11.30 del día siguiente, después de una prolongada escala en la Capital Federal, trasladándose todos, de manera inmediata, al puesto de comando de la Brigada III ubicado en el Liceo Militar “General Roca”, el mismo que sería atacado por elementos desconocidos a mediados de ese mes. Allí se les asignó una habitación como sala de trabajo y les pidieron aguardar nuevas instrucciones.

Pasada una hora tuvo lugar una reunión con el jefe de la División de Operaciones del Comando, teniente coronel Luis María Gil, quien los puso al tanto del operativo de protección para la defensa del litoral marítimo, aclarándoles que no había todavía una decisión definitiva al respecto.

El sector asignado al RI12 era un espacio de 80 kilómetros que cubría el Golfo de San Jorge, desde Comodoro Rivadavia hasta Caleta Olivia, el mismo sobre el que iban a operar comandos y fuerzas especiales del enemigo a fines de abril y principios de mayo. En vista de ello, Piaggi y sus subalternos dedicaron el resto del día a reunir información y mientras lo hacían, el capitán Pedro Horacio Lavaysse, oficial de Personal, salió de recorrida con el mayor Moore para reconocer el terreno.

El 14 de abril el comando no había resuelto el destino definitivo del regimiento. En vista de ello, Piaggi propuso incluir al área bajo su mando la localidad de Cañadón Seco, importante centro petrolero sin el cual corría el riesgo de quedar aislado del dispositivo de protección y defensa costera. Conjuntamente con ello, estableció contacto con las autoridades civiles y las fuerzas vivas de la región, muy útiles a la hora de solicitar su colaboración, a las que halló bien predispuestas y preparadas, tanto moral como materialmente.

Aprobada la propuesta de Piaggi, el 15 de abril procedió a estudiar el límite norte del litoral, realizando la correspondiente inspección junto al coronel Juan Ramón Mabragaña, jefe del Regimiento de Infantería 5.

Para entonces, el comando de la Brigada tenía dispuesto segregar a la Compañía B del RI12 a efectos de constituir, con otros elementos, una reserva a las órdenes del segundo comandante de la misma, coronel Horacio Chimeno. Más o menos por la misma época llegó la noticia de que el puente sobre el río Colorado se había roto debido a la inusual frecuencia de tránsito y la excesiva carga de los convoyes por lo que el traslado de la unidad se vería demorado.

Mientras tanto, en Rada Tilly, el mayor Ernesto Moore y el capitán Lavaysse tomaban las medidas pertinentes destinadas a ubicar las tropas. Para ello se asignaron escuelas, edificios públicos y demás instalaciones, incluyendo las barracas cedidas por YPF, donde se montó provisoriamente la sede del comando.

Al otro día, 16 de abril, llegó el escalón aéreo del regimiento, que fue a alojarse en las instalaciones del Regimiento de Infantería 8 (RI8). Por entonces, el segundo escalón se encontraba en marcha motorizada, la cual fue incrementada a 150 kilómetros de acuerdo a lo previsto inicialmente, sin apoyo de mantenimiento y librada a su propia suerte.

A las 07.00 horas del 17 de abril, Piaggi se dirigió a la localidad de Caleta Olivia a efectos de coordinar con las autoridades comunales la recepción del regimiento.

El primer escalón llegó alrededor de las 10.00 en camiones militares y ómnibus especialmente contratados, conducidos por personal propio y de Defensa Civil. El segundo lo hizo a las 12.30 del mismo día.

En horas de la tarde Piaggi dispuso una reunión con los integrantes de su plana mayor y los jefes de las diferentes compañías a efectos de impartir las primeras órdenes operacionales. Aunque resulte difícil de creer, aún no se habían recibido directivas precisas de la Brigada respecto al destino que se le daría a la unidad, cuyo equipo y material, imprescindible para la misión encomendada (la cobertura de 80 kilómetros de litoral marítimo), todavía se encontraba en viaje.

Al día siguiente, el regimiento procedió a ocupar sus posiciones. Lo hizo marchando a pie y posteriormente en camiones y vehículos de diversa procedencia, la mayoría provistos por Defensa Civil que volvió a demostrar su buena predisposición y operatividad.

A las 12.00 del 19 de abril llegó el coronel Horacio Chimeno, acompañado por el mayor Juan Groppo Vilar, llevando para Piaggi la esperada orden de operaciones. El recién llegado procedió a inspeccionar los trabajos realizados hasta el momento y después de formular algunas críticas, se retiró. El resto de la jornada fue dedicada a tareas de planeamiento.

El despliegue de la unidad se completó entre el 19 y el 20 de abril. La Compañía C (reforzada) se desplazó hacia el norte y ocupó las instalaciones de la estancia San Jorge y la B pasó a constituir la reserva que junto a otros elementos fue puesta a las órdenes del coronel Chimeno, en tanto la A (también reforzada) tomaría ubicación al sur, sobre Caleta Olivia y Cañadón Seco. De esa manera, quedaron disminuidas las compañías de Servicios y Comando mientras se instalaban patrullas fijas y se llevaban a cabo rondas a cargo de efectivos provistos de armas automáticas que se movilizaban a pie y en automotores jeep.

A las 10.00 del 20 de abril el teniente coronel Piaggi recibió una nueva orden: debía trasladarse a Río Gallegos en el primer vuelo que partiese con ese destino, a efectos de realizar un reconocimiento de la región fronteriza con Chile, entre las localidades de El Zurdo y El Turbio.

El jefe del RI12 llegó a las 13.45 y quedó impresionado por los progresos que había experimentado la ciudad desde la última vez que estuvo allí, a poco de haber egresado del Colegio Militar (debía prestar servicios en el Regimiento de Infantería Motorizada 24, su primer destino como oficial de esa rama).

Ni bien descendió del avión, se presentó en el comando de la Brigada XI y junto a personal de la División de Operaciones, voló hacia el área mencionada en una avioneta civil que tuvo problemas al aterrizar debido al intenso viento que azotaba la región.

De regreso, por la noche, decidió pernoctar en el lugar y fue entonces que, a poco de instalarse, salió a recorrer el pueblo efectuando una larga caminata por sus calles, sumido en profundos pensamientos. De vuelta en la jefatura, disfrutó de una agradable cena en compañía de sus camaradas, entre quienes se encontraba el teniente coronel Gil. Eso lo ayudo a distenderse y despejar la cabeza luego de semejante ajetreo.

El 20 de abril llegó a Caleta Olivia el escalón terrestre de la unidad, al mando del capitán Buompadre. Los vehículos en los que viajaba la tropa se encontraban en un estado deplorable, con el 50% de ellos fuera de servicio después de tan larga y agotadora jornada.Luego de descargar a los efectivos se condujo a los transportes hasta los talleres y una vez allí se los sometió a trabajos de reparación y reacondicionamiento al tiempo que Piaggi volaba a Río Turbio urgentemente convocado a una reunión con los jefes del Regimiento de Infantería 37 (RI37). Lo acompañaba el capitán Arnaldo Luis Sánchez y una vez más volvió a padecer problemas durante el aterrizaje, debido al viento que cruzaba la pista. Su regreso a Caleta Olivia coincidió con la llegada la segunda columna del escalón terrestre, a las órdenes del teniente primero Atilio Juan Perazzo.

Para entonces, el comando de la Brigada había impartido nuevas directivas al segundo jefe del regimiento, notificando otro cambio de planes: debían iniciar la marcha hacia la frontera con Chile en tres etapas, Caleta Olivia-Tres Cerros, Tres Cerros-Comandante Piedrabuena y Comandante Piadrabuena-El Zurdo.

La nueva disposición obligó a una rápida modificación del programa de recuperación por resultar imperioso para la movilización, sin embargo, debido a la falta total de apoyo por parte de la Brigada, debieron contratarse ómnibus de empresas de transporte particulares en Caleta Olivia.

La Compañía B del RI12, segregada como reserva según se ha dicho, arribó a la localidad a las 22.00 con una sección de la Compañía de Ingenieros 3, debiendo apresurarse todas las medidas para recibir de golpe a personal que no se esperaba.

El teniente coronel Piaggi procedió a reconocer el terreno en compañía de algunos oficiales, recorriendo el área comprendida entre Caleta Olivia, Río Turbio, Río Gallegos y la primera localidad. De regreso en Caleta Olivia, encontró a su regimiento preparado para el cruce de la Patagonia por lo que, pasadas las 14.30, se apresuró a completar el repliegue de los elementos estacionados en Cañadón Seco y San Jorge. Y una vez más debieron recurrir a medios civiles. No se habían cumplido 48 horas de su desplazamiento desde Corrientes cuando se le ordenaba un nuevo cambio de planes y ponerse en marcha para otra misión, completamente diferente.

A las 12.30 del 21 de abril llegaron al puesto de comando el coronel Arévalo y el teniente coronel Fernández Suárez con órdenes del Comando del Teatro de Operaciones, de asumir las correspondientes jefaturas en el sector. Dos horas después, a las 14.30, Piaggi aprobó las disposiciones adoptadas por el mayor Frontera y pasada media hora, despachó al capitán Lavaysse como adelantado, con instrucciones de reconocer el camino y los alojamientos dispuestos para la tropa en Tres Cerros.

El Regimiento de Infantería 12 inició la marcha entre las 19.30 y las 20.00. Transcurrida la primera hora, hallándose la unidad a 80 kilómetros de su destino (21.00), fue inesperadamente detenida en un solitario puesto caminero por agentes de la policía provincial. Era noche cerrada y el frío calaba los huesos. Muchos de los efectivos dormían cuando el teniente coronel Piaggi se enteró que a través de la red radioeléctrica, que se le ordenaba detener la marcha y regresar de inmediato a la zona de acción inicial (Caleta Olivia) para presentarse, antes de veinticuatro horas ante el comando de la Brigada donde se le tenían nuevas instrucciones. Era de no creer.

En medio de la noche, la columna entera giró y volvió sobre sus pasos.

Los últimos elementos del regimiento llegaron a Caleta Olivia a las 23.00 del 23 de abril, disponiéndose enseguida su alojamiento. Quince minutos después, Piaggi se presentó en la jefatura y una vez frente a sus superiores, fue impuesto de la novedad: el total de la unidad pasaría a las islas.La noticia lo tomó por sorpresa, lo mismo a su personal, pero no había tiempo para cavilaciones y quejas; era necesario adoptar las medidas pertinentes e iniciar el avance a la mayor brevedad posible.

A las 08.00 del 24 de abril, todavía sorprendido por la noticia, Piaggi designó una comisión encargada de contratar contenedores y carretones donde almacenar el material y el equipo a embarcar. El mismo debía ser cargado en el ELMA “Córdoba”, surto en las radas de Puerto Deseado, localidad distante a 200 kilómetros de Caleta Olivia y transportado en sus bodegas hasta Puerto Argentino, a las 14.00 horas del día siguiente.

Así se hizo mientras desde Comodoro Rivadavia, comenzaba el traslado de las tropas por vía aérea junto a su armamento, equipo liviano y raciones individuales. Un nuevo desplazamiento y una nueva movilización, con el agregado de que la retaguardia debería permanecer en la localidad a disposición del comandante del Teatro de Operaciones. Era evidente que el Estado Mayor argentino improvisaba sobre la marcha.

Los elementos embarcados en el “Córdoba” jamás llegarían a destino pues a mitad de camino la nave abortó su misión ante la presencia de submarinos enemigos.

Eran las 09.00 cuando Piaggi ordenó a los jefes de compañías iniciar el cruce. Una hora después, se enteró que los contenedores y carretones no habían podido contratarse y que de los diez que se necesitaban, apenas se consiguió uno. Fue una situación en la que debió haber intervenido directamente el Alto Mando porque las existencias locales habían sido agotadas por otras unidades, pero aquel no dio señales y la unidad debería embarcar sin ellos. El 24 de abril, ante la imposibilidad de conseguirlos, Piaggi notificó al comando de su brigada que por carecer de contenedores, no podría transportar el material hasta Puerto Deseado y proceder a su embarque, exigiendo al jefe de turno arbitrar las medidas necesarias para solucionar el problema.

A las 06.00, el mayor Moore voló a Puerto Argentino con instrucciones de efectuar el reconocimiento de la zona de reunión asignada al escalón aéreo y a las 12.00 el regimiento comenzó el desplazamiento hacia Comodoro Rivadavia, incluyendo su retaguardia que debería permanecer en el continente como reserva. En Caleta Olivia, en tanto, quedó el escalón marítimo en espera de los contenedores.

Mientras eso sucedía, Piaggi mantuvo una reunión con su superior a efectos de requerir información sobre la futura misión de su regimiento. Se le comunicó que el total de la III Brigada iba a pasar a la Gran Malvina y por esa razón, se lo autorizó a embarcar y trasladar al archipiélago el tipo y número de vehículos que creyera conveniente, arbitrando las medidas del caso.

A las 14.00 del 24 de abril el total del regimiento aguardaba en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia, listo para abordar los transportes. Allí fue donde se produjo un nuevo inconveniente debido a una demora imprevista, ocasionada por el Regimiento de Infantería 5, que no había completado su salto a las islas.

El primer embarque se llevó a cabo a las 15.00 cuando equipo, tropa y plana mayor, con su jefe a la cabeza, abordaron un avión de la Fuerza Aérea Argentina y partieron hacia el archipiélago. Con ellos viajaban también el comandante de la brigada, general Omar Parada y su ayudante, el mayor José Tadeo Luis Bettolli.

El vuelo se efectuó sin inconvenientes y al cabo de tres horas, la visión de las primeras islas generó gran expectativa en la tropa. Piaggi experimentó una extraña sensación de orgullo e incertidumbre y lo más importante, sintió que estaban escribiendo un importante capítulo de la historia. ¡Y vaya que lo hacían! El mundo enero se hallaba pendiente de lo que sucedía en los confines del mundo y él era uno de los principales actores del drama.

Al echar un vistazo al interior del avión y ver a los jóvenes conscriptos apretujándose contra las ventanillas para contemplar el panorama, no pudo evitar una reflexión. Eran casi todos correntinos aunque se contaban también chaqueños y formoseños, ninguno de los cuales, había volado en su vida. Piaggi se preguntó muchas cosas y se lamentó de otras. ¿Se estaría forjando una nueva generación de hombres? ¿Deberían madurar en el fragor del combate? ¿Regresarían vivos? ¿Regresaría él mismo? El repentino grito de un suboficial lo volvió a la realidad.

-¡Viva la Patria!

-¡¡Viva!! – respondieron todos a una voz.

La aeronave comenzó a descender y a las 17.30 horas se posó sobre la pista, iniciando de inmediato el desembarco de la tropa. El mayor Moore los esperaba en el aeropuerto para presentar el informe de sus observaciones. Una vez todos reunidos, lo primero que señaló a los oficiales fue el terreno de playa a ocupar, distante a un kilómetro y medio al sur de la estación aérea y al oeste del camino que conducía a la capital insular.

Tras escuchar sus palabras, Piaggi se volvió hacia sus subalternos y les ordenó tomar posiciones; en esos momentos soplaban vientos de 110 a 130 kilómetros, lloviznaba y hacía frío.

Como primera medida, se decidió establecer el puesto de comando provisoriamente en el aeropuerto, con el objeto de recibir los vuelos, impartir instrucciones y guiar a las fracciones hasta sus emplazamientos.

Piaggi no pudo creer lo que le decían cuando alguien le manifestó que el racionamiento en caliente no estaba previsto y no se habían tomado medidas respecto a donde debían alojarse los hombres. Aquella primera noche, la unidad a su mando pernoctó casi a la intemperie, en medio de un clima inhóspito, sin alimento y con varios grados de temperatura bajo cero.

El Regimiento de Infantería 12 en Malvinas

El regimiento amaneció empapado y entumecido. A mediodía el teniente coronel Piaggi intentó conseguir raciones pero su pedido cayó en saco roto, por lo que, muy a su pesar, nadie merendó esa mañana.

Fue entonces que se le ordenó presentarse en el puesto de mando de la Brigada, ante el general Parada (14.30) donde se le informó que a partir de las 20.00 horas debía ocupar el establecimiento de Puerto Darwin y el poblado de Prado del Ganso, en el istmo que unía la parte norte de la isla con la península de Lafonia. Se resolvió movilizar a los hombres en dos escalones a pie, durante la noche y se le indicó que su misión consistiría en la defensa de la Base Aérea Militar “Cóndor” y los dos caseríos mencionados ya que, a esa altura, el paso a la Gran Malvina había sido descartado.

Para entonces, la tropa se hallaba bastante desmoralizada, no solo por el esfuerzo y la mala alimentación sino por los constantes cambios de órdenes y destinos.

Reforzado con la sección de Ingenieros incorporada en el continente, el regimiento se puso en marcha después de 24 horas a la intemperie, bajo un constante temporal.

Un estudio del terreno efectuado por los jefes de las compañías permitió determinar que el camino hasta el istmo de Darwin finalizaba a 17 kilómetros al oeste de Puerto Argentino y que, a partir de allí el suelo se tornaba blando y extremadamente húmedo, con varios cursos de agua, algunos permanentes y otros provocados por temporales, a los cuales se debería vadear. El relieve era montañoso y el camino (apenas una huella) se veía de tanto en tanto interrumpido por grandes acarreos de piedra que hacían variar su ancho en varios tramos.

Algo que llama poderosamente la atención es que, en lo que respecta a los isleños y sus propiedades, Piaggi no recibió ninguna instrucción.

La tropa se puso en marcha a las 17.00 horas, bajo una intensa lluvia, con vientos de 70 a 100 kilómetros, niebla, escarcha y heladas, cargando su equipo y prácticamente en ayunas. Para colmo de males, la plana mayor del regimiento carecía de la cartografía necesaria para el desplazamiento, situación que se agravaba por la falta de mochilas. En lugar de ellas, los hombres debían cargar el equipo en incómodos y poco adecuados bolsos con manija cuya capacidad no superaba los 30 kilogramos. Pero la falta de previsión del Alto Mando quedó aún más en evidencia con las escasas dos bolsas de curaciones con las que contaba la sección Sanidad, las cuales ni por asomo cubrían las necesidades.

Piaggi expuso todos los inconvenientes ante las máximas autoridades de la brigada, en especial el Comando Logístico y explicó que la unidad a su mando sería muy vulnerable a los ataques aéreos y el cañoneo naval, lo mismo a las emboscadas y los golpes de tipo comando. Pese al énfasis puesto en su informe verbal, a sus palabras se las llevó el viento.

Con el Comando Logístico se resolvió a último momento que el escalón que debía marchar a pie lo hiciera en vehículos automotores hasta el final del camino pavimentado y que a partir de ahí siguiera a pie hasta sus posiciones en el istmo. El equipo pesado y el armamento se trasladarían hasta las posiciones en helicópteros y embarcaciones.

La tropa abordó los camiones y a las órdenes del mismo Piaggi, se puso en movimiento.

A las 18.30 hizo un alto en el camino y aprovechó para racionar, algo que los soldados necesitaban imperiosamente. Así se hizo, en medio de vientos huracanados y un frío que cortaba la piel, con el clima amenazando empeorar y una marcha agotadora por delante.Consumida la ración, se procedió a levantar campamento y reanudar el avance. De esa manera dio comienzo una derrota a través de campos pantanosos, terrenos inundados, senderos pedregosos y una turba que parecía esponja, penosa jornada que se prolongó hasta la llegada del crepúsculo cuando, por consejo del capitán Lavaysse, se volvió a ordenar un alto. Era imposible seguir en horas de la noche, la columna estaba agotada y la helada aumentaba a cada minuto.

Mientras Lavaysse le explicaba los hechos a Piaggi, se apersonó el teniente coronel Higler, integrante del Comando Logístico, para interiorizarse de la situación. Eso dio paso a un intercambio de opiniones que terminó ni bien el recién llegado estableció contacto telefónico con sus superiores y tras un breve diálogo, transmitió a Piaggi la orden de suspender la marcha y establecer al día siguiente una zona de reunión. El jefe del RI12 preguntó cuál sería la nueva misión y entonces Higler le respondió que no sabía nada. Como medida precautoria, el oficial de Sanidad propuso que la tropa procediese a cavar una posición defensiva ya que, según sus palabras, no había efectivos propios a lo largo del camino.

Entre las 20.30 y las 21.00 llegó la columna motorizada integrada por vehículos Bedford, Dodge, MB-1114, MB-1124, Unimog 415 y 421 y tractores con acoplados, todos al mando del capitán Luis Alberto Requejado.

Con los relojes marcando las 22.00, la columna se puso nuevamente en caminoconformando tres escalones, con la jefatura y su plana mayor en primer término. Le seguían, inmediatamente después, la tropa y el equipo con los tractores encabezando el avance para regular la velocidad. Así cruzaron Puerto Argentino en dirección sudoeste, a través de un camino estrecho que dificultaba el desplazamiento.

Pasadas las 23.00, el regimiento atravesaba Town Hall, muy cerca de donde la III Brigada instaló el comando. En esa circunstancia, el mayor Bettolli detuvo la marcha para advirtiendo que cruzar el puente de Fitz Roy (2 kilómetros al oeste del punto donde finalizaba el camino) era peligroso porque la Infantería de Marina tenía montada una emboscada y no había manera de comunicarse con ella.

El recién llegado mayor Carlos Rodolfo Doglioli, jefe del Estado Mayor del general Menéndez, confirmó las palabras de Bettolli y aconsejó esperar porque los batallones de Infantería de Marina 5 y 3 se encontraban apostados a lo largo del camino y de no ser advertidos, podían abrir fuego. Una pregunta pasó entonces, por la cabeza de Piaggi: “¿No era que no había tropas propias en el camino a Darwin?”.

Por fortuna una directriz emanada desde la gobernación, es decir, desde el puesto de mando del general Menéndez, trajo un poco de alivio a la situación: se ordenaba detener la marcha y reiniciarla al amanecer, en mejores condiciones climáticas.

Piaggi mandó hacer alto y acampar. En ese preciso momento paró de llover y de esa manera, el vapuleado “General Arenales” se aprestó a racionar e iniciar un nuevo descanso a la intemperie, el segundo desde su llegada a Malvinas 48 horas atrás.

La unidad llegó al final del camino y como estaba previsto, comenzó a transitar una huella apenas perceptible. Lo bueno de aquello fue que, efectivamente, el cielo estaba totalmente despejado y el sol brillaba intensamente, aligerando levemente el frío.

A las 10.15, descargado el armamento y equipo, los camiones giraron en redondo (con cierta dificultad) y regresaron a Puerto Argentino; quince minutos después, guiándose a través de los mapas y ayudados por una brújula, la plana mayor de Piaggi pudo establecer donde se encontraba realmente.

Se hallaban sobre la falda sur del monte Challenger, una ruta que, según el jefe del regimiento, podía llegar a ser utilizada como avenida de aproximación por el enemigo en su avance a la capital. Por esa razón, ordenó adoptar un dispositivo de defensa, conformado en primera línea por tres subunidades de tiradores con el límite de la retaguardia apoyado sobre la mencionada elevación y el resto desplegando hacia el oeste.

A las 15.00 y las 16.30 se distribuyó una sopa caliente y una manzana y finalizada la ración, se llevó a cabo el despliegue de las correspondientes compañías a efectos de reconocer y comenzar a ocupar los emplazamientos asignados, todo antes del anochecer.

Recién a las 20.00 llegó el tercer escalón. Lo hizo en plena noche, con mucho frío y niebla, distribuyéndose en plena obscuridad. Al mismo tiempo, procedió a desplegar el armamento sobre el terreno en tanto el teniente coronel Piaggi se hacía una nueva pregunta, desconcertado por la tardanza: “¡Más de veinticuatro horas para recorrer 17 kilómetros!; ¿Qué hubiera ocurrido si en ese momento el enemigo atacaba?, ¿qué, si hubieran tenido que trasladar todo el equipo del regimiento?”. Algo estaba funcionando mal en el dispositivoargentino, pero lo que más fastidio le ocasionaba al jefe del RI12 era que todos esos problemas eran ajenos a su unidad.

Fue durante aquella tercera jornada cuando aparecieron los primeros problemas de congelamiento en los pies. Varios soldados debieron ser evacuados, uno de ellos directamente al hospital de Puerto Argentino y otros atendidos sobre el terreno con los escasos recursos disponibles.

Ese mismo día Piaggi fue fue puesto al tanto de una agrupación de reserva al mando directo del jefe de la Brigada pasaría a formar parte su regimiento para cubrir Darwin y Prado del Ganso

El 27 de abril amaneció con fuertes lluvias y mucho frío. La tropa, helada, fue sometida a trabajos de organización en las posiciones para no entumecerse mientras se aguardaba el grueso de los componentes del equipo pesado que ya debía estar cruzando a bordo del “Córdoba”.

A las 12.15 el comando de la Brigada informó que se estaba organizando una agrupación denominada “Capitán Giachino”, la cual actuaría como reserva del Comando de las Fuerzas Terrestres al mando del capitán Horacio Osvaldo Chimeno, quien transmitió la novedad.

Entre las directivas que recibió Piaggi ese día, la principal establecía iniciar la ocupación del istmo de Darwin el día 28, ejecutando movimientos helitransportados en aparatos Chinook de la Fuerza Aérea Argentina. Para ello debía segregar la Compañía B y con ella reforzar la seguridad del Batallón de Aviación de Ejército 601 en el monte Dos Hermanas.

A las 12.30, encontrándose Piaggi ausente, se produjo un hecho curioso. El jefe del Regimiento de Infantería 4 (RI4), teniente coronel Diego Alejandro Soria, se apersonó en el puesto de mando del “General Arenales” para informar que su unidad se hallaba en la zona reconociendo el dispositivo pero que las mismas no le habían sido precisadas con exactitud (¡¿?!).

Demostrando sentido común, el capitán Frontera -segundo de Piaggi- se atrevió a sugerir que la unidad se ubicase en la falda sur del monte Wall para cubrir el sector de costas y el camino hasta el puente de Fitz Roy, entre el espacio ocupado por el Regimiento de Infantería 12 y el aguerrido Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM5), propuesta que Soria vio aceptable.

El desplazamiento del RI4 se llevó a cabo entre las 14.30 y las 15.00, una vez que sus tropas cubrieron el trayecto a pie desde Puerto Argentino, bajo una lluvia torrencial, transportando su equipo por un terreno fangoso y anegado, muy difícil de transitar. El RI12 hizo apoyo con racionamiento en caliente y eso alivió en la situación de los recién llegados.

En medio del aguacero, los soldados procedieron a cavar trincheras y preparar sus posiciones. El trabajo fue extremadamente agotador y se vio entorpecido por la lluvia y los vientos feroces que sumados al frío y la escarcha, provocaron nuevos casos de congelamiento.

A las 15.00 el teniente coronel Piaggi se trasladó a la capital de las islas para exponer a sus superiores el plan de transporte hacia la zona asignada. A las 16.15 se encontraba de regreso cuando llegaron en helicóptero el jefe de la Brigada y su ayudante. Cuarenta y cinco minutos después hizo lo propio el general Menéndez a quien Piaggi expuso sus inquietudes y se atrevió a hacer algunas indicaciones. El alto oficial explicó que la flota enemiga se hallaba a 50 millas de la costa y que era muy probable el inicio de acciones, incluyendo operaciones de desembarco. Por esa misma razón, según sus palabras, debían estar preparados.

Cuando los generales se retiraron, Piaggi ordenó un alerta general y alistamiento máximo para el caso de que se originase un ataque.

Esa noche tuvo lugar el primer incidente serio con bajas en el personal. El cabo Héctor Colobardas de la Compañía B, ubicada al oeste del dispositivo, creyó ver algo extraño moviéndose en la obscuridad y armado con su fusil automático FAL, decidió ir a explorar, sin percatarse de que el soldado clase 63 Vicente Pérez lo seguía a cierta distancia.

En la obscuridad, Colobardas sintió ruido a sus espaldas y sin pensarlo dos veces, giró sobre sí mismo y disparó, hiriendo de gravedad a Pérez. El conscripto cayó sangrando sobre la turba, resultando alcanzados también el sargento Francisco Bazán en su mano derecha y un tercer hombre apostado en su trinchera. Los tres fueron evacuados al hospital de Puerto Argentino, el primero en muy grave estado.

El 28 de abril amaneció, como era ya costumbre, lloviendo copiosamente, a las 08.00 se sirvió una primera ración y poco después la Compañía A comenzó a alistarse para ser helitransportada.

Con las condiciones climáticas mejorando lentamente, los soldados aguardaban a lo largo del camino la llegada de las máquinas de la Fuerza Aérea, una espera que resultó una eternidad porque las recién aparecieron a las 18.00, para cargar a la primera sección.

Piaggi recorrió el dispositivo e inmediatamente después solicitó al Comando un equipo radioeléctrico Thompson, para establecer comunicación con la Brigada. En ese sentido, despachó hacia la capital al teniente primero Carlos María López Cazo, quien debía presentar la solicitud y regresar con el aparato a la mayor brevedad posible.

Casi al mismo tiempo, llegó al puesto de mando una noticia que cayó como balde de agua fría: forzado por el bloqueo y ante la amenaza de los submarinos nucleares, el “Córdoba”, debió regresar al continente con el equipo pesado del regimiento en sus bodegas. Por resolución del Comando del TOAS, debería esperarse a que el mismo fuera desembarcado en Puerto Deseado y posteriormente transportado a Comodoro Rivadavia para ser acondicionado y despachado en aviones Hércules C-130. Nuevas demoras, nuevos inconvenientes.

El jefe del RI12 no lo podía creer; no se habían tomado las previsiones del caso y era evidente que las falencias en materia de logística comenzaban a tornarse en algo realmente preocupante. Se estaba improvisando y lo peor de todo, se improvisaba mal.

Para olvidar su indignación, Piaggi decidió efectuar una nueva recorrida por el dispositivo, a efectos de “masticar” más fácilmente la furia que sentía.

Solo y en silencio caminó toda la noche y mientras lo hacía, pensaba que apenas disponía de dos piezas sin retroceso de 105 mm y de igual número de jeeps, poco, por no decir nada, para lo que se venía.

Llovía furiosamente pero eso no importaba. Todo su regimiento estaba empapado y semienterrado en el fango y él nada podía hacer. La situación se tornaba intolerable y presagiaba un futuro angustiante. Todavía no lo sabía pero se avecinaba una verdadera odisea.

El 29 de abril, siempre bajo una persistente lluvia, comenzaron a embarcar las otras dos secciones que aún permanecían en el camino. Hacia el mediodía comenzó a aclarar lentamente y eso alivió un poco las condiciones.

A las 17.00 llegó un jeep con el segundo comandante de la Brigada. Piaggi le presentó un informe verbal poniendo especial énfasis en que la falta de coordinación entorpecía la movilización. El recién llegado explicó que el soldado Pérez, herido en el incidente la noche del 27 al 28 de abril, había fallecido y al sargento Bazán debieron amputarle tres dedos de su mano herida, razón por la cual, se lo iba a evacuar al continente. Por otra parte, el teniente primero López Cazo, a quien Piaggi había enviado a Puerto Argentino para traer el equipo radioeléctrico, había sido segregado de la unidad y afectado a la flamante Agrupación “Capitán Giachino” y por consiguiente, no iba a regresar. Fue algo desconcertante que sumió en nuevas cavilaciones a su jefe. Era evidente que no había otro aparato en todo el archipiélago porque se retiraba de su unidad a uno de los tres hombres especialista en la materia, para reforzar una sección de flamante creación. ¿No era función de la Brigada proveer de los medios necesarios a los regimientos?

A las 17.30 el alto oficial se retiró dejando a Piaggi más inseguro que nunca.

El 30 por la mañana llovía intensamente y así siguió hasta las 11.25 cuando aterrizó un helicóptero Chinook para embarcar a la sección de tiradores de la Compañía A. Con ellos abordaron también Piaggi, el capitán Lavaysse y el mayor Moore, quienes llegaron al istmo de Darwin media hora después, para recorrer el área y hacer la correspondiente evaluación.

Hemos dicho que Prado del Ganso, mal llamada Ganso Verde, es la segunda población del archipiélago, con algo más de un centenar de habitantes. El caserío contaba con un precario embarcadero, una pista de aterrizaje, un hipódromo y una importante escuela rural (en esos momentos en desuso), cuyo edificio de dos pisos, en forma de hélice tripala, había llegado a albergar a estudiantes pupilos provenientes del interior de las islas. Puerto Darwin era un poblado mucho más pequeño, un establecimiento rural sería más adecuado decir, cuya importancia radicaba en ser la residencia del administrador de la Falklands Island Company.

Cuando Piaggi y sus oficiales descendieron del helicóptero, lloviznaba ligeramente. Se encontraban a 2 kilómetros de Prado del Ganso, muy cerca del aeródromo de la localidad por lo que, de manera inmediata, iniciaron la recorrida. Pudieron comprobar, de esa manera, que el lugar era una típica zona de potreros, protegido por campos minados, recientemente sembrados por la Compañía C del Regimiento de Infantería 25 luego de ocupar el sector el 5 de abril.

Durante la inspección pudieron comprobar que la BAM “Cóndor” estaba defendida por una compañía compuesta por dos secciones de tiradores, una sección de apoyo que contaba con dos morteros de 81 mm, otra de artillería antiaérea integrada por seis cañones de 20 mm, un escuadrón de servicios, uno de aviones Pucará IA-58 y otro de helicópteros.

Por boca del vicecomodoro Wilson Pedrozo a cargo de la base y el teniente primero Carlos Daniel Esteban (Compañía C del RI25), los recién llegados supieron todo lo necesario sobre el dispositivo de defensa por lo que a continuación, el teniente coronel Piaggi procedió a detallar la misión que se le había asignado.

Finalizada la exposición, el jefe del RI12 y su plana mayor pasaron a reconocer el área norte del istmo que quedaría a cargo de la Compañía A del RI12 y e inmediatamente después, el personal desplegado comenzó a ocupar la región, siempre bajo una lluvia torrencial, mientras se conocían nuevos casos de pie de trinchera.

Ese mismo día, en horas de la tarde, se completó el traslado del regimiento, más precisamente las compañías A y C, la primera de las cuales fue ubicada en el sector norte del istmo y la segunda algo más al sur.

Mientas eso ocurría, Piaggi se encaminó al puesto de mando del Regimiento de Infantería 25, anexo al establecimiento escolar, donde el teniente primero Esteban le expuso algunos detalles, uno de ellos, que la compañía a su cargo sería organizada como grupo comando (vale recordar que aún no se había producido el desembarco); que se disponía de cuatro secciones de tiradores, tres de ellas orgánicas y una perteneciente a la Compañía C del Regimiento de Infantería 8 (RI8) y que se carecía de una sección de apoyo porque la misma fue segregada y retenida en Puerto Argentino. Además, había 114 kelpers en el lugar (el total de los habitantes de Prado del Ganso) a quienes se les restringieron los movimientos, prohibiéndoseles terminantemente abandonar la población.

Así fue como las tropas del RI12 se dispusieron a ocupar la región. En algunos de los domicilios particulares se almacenaron las reservas de alimentos y se decidió emplazar el puesto de comando en una edificación de piedra ubicada al norte del pueblo, sobre la rada, después de confiscar el equipo de radioaficionado de su propietario.

Bajo fuego

La madrugada del 1 de mayo se desató una tormenta mucho peor. A las 04.30 horas llegó desde Puerto Argentino la primera alerta roja para el regimiento. Los británicos habían iniciado el bombardeo.

De manera inmediata, el teniente coronel Piaggi ordenó a la tropa estacionada en el límite norte de la pista de aterrizaje recoger equipo y armamentos y desplazarse unos 2 kilómetros al norte, hacia una zona explorada por la Compañía A. Los conscriptos tomaron sus pertenencias y salieron inmediatamente, salvando sus vidas gracias a la oportuna medida de su jefe.

A las 06.00, el alerta cesó. Acompañado por su estado mayor, Piaggi se encaminó hacia el puesto de mando de la base aérea donde el vicecomodoro Pedrozo lo puso al tanto de lo que estaba ocurriendo en Puerto Argentino. Al llegar, notó que había mucho nerviosismo en el personal y bastante incertidumbre, en especial cuando se dispuso el despliegue del escuadrón Pucará en previsión de un inminente ataque.

A las 08.25 tuvo lugar el bombardeo aéreo sobre la BAM “Cóndor” en el cual fallecieron el teniente Jukic y todo su personal técnico, una experiencia traumática que impresionó pero no amilanó a la guarnición. Otra bomba pegó en la banquina este del camino a Puerto Darwin estallando muy cerca de un vehículo que acababa de ser despachado en comisión (por un verdadero milagro no sufrió averías).

Los Sea Harrier batieron el área con mucha eficacia, barriéndola con el fuego de sus cañones y con los impactos de sus cargas. Dañaron instalaciones en la base, un tramo del camino y el extremo norte de la pista, alcanzando las carpas de los hombres que Piaggi, oportunamente había mandado desplazar. Hubieran sido muchas las bajas en ese sector si el jefe del regimiento no hubiera adoptado esa disposición.

A las 15.20 horas se produjo un nuevo alerta roja y desde la capital se informó que tres buques enemigos se dirigían hacia el seno Choiseul, al este del istmo. En vista de ello, Piaggi y Pedrozo se apresuraron a tomar las medidas necesarias para la defensa de la posición, una de ellas, alistar los morteros de 81 mm y ordenar a la Compañía A suspender la organización de su zona y ocupar posiciones en las elevaciones que dominaban el extremo norte de la rada.

Los helicópteros de la Fuerza Aérea comenzaron a desembarcar tropas en un sector no estipulado por Piaggi y eso demoró el operativo, obligando a los efectivos a realizar una nueva marcha a pie. Advertidos los aparatos, regresaron y corrigieron el error.

Por la noche, el teniente primero Esteban informó que el personal de la FAA en Darwin creía que alguien guiaba desde ese punto los ataques aéreos y por esa razón se inició de inmediato una búsqueda con las correspondientes requisas.

El 2 de mayo amaneció con mal tiempo. Previendo un ataque desde el mar, fueron reubicados los cañones de 20 mm que se habían desplegado sobre la costa en tanto la sección de 35 mm permanecería emplazada en el extremo oeste de la península, a 1 kilómetro y medio del aeródromo.

La malvinense June McMullen, nacida y criada en Prado del Ganso, casada con un pastor del lugar y madre de dos niños, cuenta en Hablando Claro que se asustaron mucho el día de la invasión pero la llegada de los argentinos no les resultó tan mala al principio. Sin embargo, tal como lo temía, comenzaron a empeorar con el transcurso del tiempo.Una cosa que la puso furiosa fue cuando los invasores adoptaron las primeras medidas y a dar directivas arbitrarias que nadie, y mucho menos ella, se atrevieron a refutar. La gente vio con verdadero temor como se colocaban los helicópteros entre las casas a efectos de evitar el bombardeo y como después del primer ataque, los pobladores eran sacados de sus viviendas a punta de fusil para ser concentrados en el centro administrativo (el edificio del ayuntamiento), donde los tuvieron encerrados hasta la llegada de los británicos. June salió de su casa con su hijo Mattew de tres meses y medio en sus brazos y la pequeña Lucille de 4 años, tomada de la mano. Junto a ella caminaban su esposo Tony, vecinos y familiares.

Al llegar a la edificación comprobaron que allí no había nada, solo su indumentaria y algún mobiliario y por esa razón, la primera noche pasaron mucho frío. Afortunadamente, al día siguiente, sus captores permitieron que algunos de ellos fuesen en busca de alimentos, mantas, colchones y demás provisiones, y eso alivió en parte la situación. Solo había dos baños en el lugar, con un inodoro y un lavatorio cada uno (en Malvinas no se conoce el bidet), y eso significó un verdadero inconveniente además de que los menos afortunados debieron dormir en el suelo, sin colchones.

Durante los días de cautiverio, los malvinenses rezaban todas las noches, comenzando por el Padrenuestro que dirigía Brook Hardcastle, administrador de la FIC local. Se llevaban todos muy bien, el humor era bueno y no hubo disputas. En días posteriores, algunos de los muchachos encontraron un viejo aparato de radio que procedieron a armar en secreto para sintonizar la BBC. Y así fue como se enteraron de lo que ocurría en el exterior, entre otras cosas, el hundimiento del “General Belgrano” y la destrucción del “Sheffield”.

El 4 de mayo las baterías antiaéreas abatieron al primer Sea Harrier. Su piloto, Nicholas Taylor, pereció cuando su avión se precipitó a tierra, cerca de la costa, a 150 metros de la pista de aterrizaje. Los argentinos celebraron la victoria lanzando sonoros vivas que los kelpers escuchaban a través de las explosiones. En pleno duelo de artillería, el sacerdote italiano Santiago Mora, capellán del regimiento, bendijo las posiciones a riesgo de su propia vida y fue él quien tuvo a su cargo el responso del infortunado piloto, una vez rescatado su cuerpo. La ceremonia se llevó a cabo el 6 de mayo a las 17.30, muy cerca de un tambo, a solo 300 metros de donde cayó el avión y fue documentada gráficamente.

Al día siguiente llegaron al lugar el periodista Nicolás Kasanzew y su camarógrafo, después que aviones enemigos sobrevolaran la región a gran altura. El corresponsal de guerra intentaba realizar una nota sobre las bombas británicas sin estallar y el mismo Piaggi se ofreció a guiarlo en una caminata de aproximadamente 45 minutos. Kasanzew notó que no se veía armamento pesado por ningún lado y por eso le preguntó al oficial donde se encontraba. La respuesta fue el más absoluto silencio.

En la mañana del 8 de mayo llegó un helicóptero con la primera sección de tiradores de la Compañía C, al mando del subteniente César Álvarez Berro, pero ninguna señal de los víveres solicitados.

Ese mismo día Piaggi fue llamado a Puerto Argentino para recibir nuevas directivas. Voló en un helicóptero Bell cuyos pilotos le informaron que las alertas rojas eran cada vez más frecuentes por lo que la incertidumbre fue aumentando a medida que se acercaban a la capital.

Al llegar al comando, una vez en presencia del general Menéndez, le fue comunicada la decisión de constituir con su unidad y la sección del Regimiento de Infantería 25, al Fuerza de Tareas “Mercedes”, así bautizada en honor de la ciudad asiento del 12 de Infantería en la lejana Corrientes.

Piaggi pernoctó en Puerto Argentino y regresó a las 19.00 del día siguiente sin haber recibido la orden de operaciones completa ni las instrucciones para la fuerza recientemente creada. Lo único que consiguió fue la confirmación del envío de dos cañones Otto Melara de 105 mm, pertenecientes a la dotación del Grupo de Artillería Aerotransportada 4 y la correspondiente munición.

Una vez de regreso, el jefe del RI12 impuso a su plana mayor de lo conversado en la capital de las islas mientras los capellanes Sessa y Mora oficiaban misa por sectores.

El día siguiente fue una jornada extremadamente fría, con numerosas alertas rojas durante la mañana y largas esperas del material solicitado. Los mismos (en realidad una reducida cantidad de víveres), llegaron pasado el mediodía junto con doce hombres de la Compañía de Comando que traían correspondencia para la tropa.

Ante la preocupante falta de raciones, Piaggi dispuso faenar una docena de ovejas porque el debilitamiento de los hombres y su insatisfacción comenzaban a hacerse notar.

El 11 a las 23.30 atracó en Prado del Ganso el “Monsunen”, a cuyo mando se encontraba el teniente de navío Jorge Gopcevich Canevari. Traía 100 tambores de 200 litros de combustible para helicópteros, 97 de nafta súper y 100 cajones de municiones calibre 105 mm para los Otto Melara1.

El 12 de mayo cuatro Sea Harrier que cruzaron el espacio aéreo a gran altura fueron repelidos por las baterías antiaéreas, provocando la consabida alegría de la tropa. Esos vuelos evidenciaban cautela por parte del enemigo debido al derribo de Nick Taylor y la avería de un segundo aparato el mismo 4 de mayo.

A todo esto, Piaggi se encontraba muy preocupado por la escasa cantidad (y no muy buena calidad) de raciones disponibles, hecho que incidía notablemente en la moral de los soldados. Por esa razón, solicitó una visita al Estado Mayor pero la misma no se concretó.

El 13 de mayo el Equipo de Combate “Güemes”, el cual, como se dijo al hablar de la batalla de San Carlos, fue organizado con efectivos del RI25 y una sección del RI12, se trasladó en dos helicópteros a la parte norte del estrecho, para cumplir una misión de patrulla y alerta a efectos de informar sobre posibles desembarcos en la zona. Al conocer la noticia, Piaggi se trasladó inmediatamente a Puerto Argentino dispuesto a manifestar su desacuerdo porque la medida debilitaba el dispositivo de defensa. De nada sirvieron sus argumentos y eso lo puso más furioso. Todo eran problemas; inconvenientes generados por la constante improvisación y nada se hacía por resolver las cosas, ni siquiera las cuestiones más sencillas.

Mascullando gruesos epítetos abandonó el puesto de comando mientras hombres de menor jerarquía se hacían a un lado para dejarlo pasar.

De regreso en Prado del Ganso, pidió agilizar el traslado de lo que quedaba de su regimiento y reiteró el pedido de armamento pesado junto con los indispensables medios de combate. Desde el Estado Mayor se le respondió que conocían perfectamente su situación y por eso se enviaría a la brevedad un equipo de Asuntos Civiles para hacerse cargo de la localidad y facilitar la atención de los problemas operacionales (¡!).

Al escuchar eso, Piaggi quedó por un momento en silencio, absorto, sin dar crédito a lo que acababa de oír. Estaba solicitando armamento y equipo para combatir a un enemigo pronto a iniciar el avance sobre su posición y le contestaban que le mandaban gente para atender a los civiles. La ineptitud de Menéndez y su entorno se tornaba en exasperante imbecilismo. Pese al esfuerzo supremo que hizo por mantenerse callado, no pudo evitar responder con dureza.

-¡¡Métanse los asuntos civiles en el c… y envíenme el equipo pesado de una vez, gran Dios!!

Un silencio hermético llegó del otro lado de la línea. Esa misma noche zarpó el “Monsunen” sin novedad.

Al otro día, las lluvias y el frío atormentaron a la tropa como nunca, lo mismo las alertas rojas que, para su fortuna, no tuvieron consecuencias. Las PAC seguían sobrevolando a gran altura sin efectuar ataques pero los inconvenientes continuaban.

El desplazamiento de los efectivos que esperaban en el monte Challenger fue suspendido hasta nueva orden y la noticia del hundimiento del “Isla de los Estados” esa misma noche dejó a los oficiales altamente preocupados.

El 15 de mayo a las 12.15 llegó a las posiciones del regimiento un helicóptero con la Compañía de Servicios y un nuevo cañón de 105 mm sin retroceso.

A las 17.00 sobrevolaron la región los dos helicópteros que habían transportado al Equipo de Combate “Güemes” hacia San Carlos y conducían de regreso a la capital a efectivos de la valerosa Compañía de Comandos 601.

Una repentina alerta roja obligó a las aeronaves a posarse sin detener sus rotores y mantenerse en espera. En ese mismo momento, el capellán Mora oficiaba una misa para la Compañía A del Regimiento de Infantería 12, la cual debió ser suspendida momentáneamente.

A las 09.00 del 16 de mayo dos Sea Harrier lanzaron bombas beluga sobre las posiciones ubicadas al noroeste de la pista de aterrizaje y las de la Compañía C, en el sector sur. El ataque no tuvo consecuencias y el resto de la jornada transcurrió sin mayores novedades. El día 18, el puesto de mando del teniente coronel Piaggi volvió a efectuar un nuevo pedido de armamento, recibiendo la siguiente respuesta:

-No se pongan exquisitos porque sino les bajamos la persiana.

El 19 de mayo el capitán Sánchez efectuó una recorrida por el dispositivo defensivo a efectos de supervisar la distribución del racionamiento, ello en cumplimiento de directivas de Piaggi. De esa manera, el oficial pudo comprobar las diferencias surgidas por la falta de efectos necesarios para la elaboración y distribución, un nuevo problema para el atribulado jefe del 12.

Desde monte Challenger se realizaron sucesivos vuelos de helicópteros con los que se completó el traslado de la sección Comunicaciones, aunque sin su equipo. Pese a que la misma no era de mucha uti

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