Hermann Goering escapa de la horca

Hermann Goering fue hecho prisionero por el ejército americano en Radstadt, Austria, el 8 de mayo de 1945, el mismo día que el mariscal Keitel firmaba la rendición de Alemania en Berlín. Pretendía entrevistarse con el general Eisenhower y ponerse bajo su protección, pensando ingenuamente que se le dispensaría un trato de acuerdo con su rango militar. Pero Goering, obeso, con dolencias cardiacas y dependiente del éter y la morfina, no era consciente del duro castigo que exigirían los vencedores. Pese a que formalmente fue el número dos del régimen hasta finales de abril de 1945, hacía meses que estaba marginado de la cúpula del poder nazi, formada por Himmler, Goebbels, Bormann y Speer.

Hermann Goering nació en Rosenheim, Baviera, en 1893. Destacó como aviador en la Primera Guerra Mundial. En 1922 se unió al Partido Nacionalsocialista de Hitler. Fue el primer jefe de las Secciones de Asalto (SA). Participó en el putch de Munich de 1923 y, gracias a sus relaciones con financieros y militares, ayudó a Hitler en su acceso al poder. Ministro del Interior de Prusia en 1933. Creador de la Gestapo y ministro del Aire, se encargó de reconstruir la Luftwaffe, que tendría sus mayores éxitos en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Fue nombrado mariscal del Reich en 1940.

Pero su prestigio menguó tras los fracasos aéreos de las batallas de Inglaterra y Stalingrado, perdiendo poco a poco protagonismo. Hitler acabó expulsándolo del partido en los últimos días de la guerra por el intento de Goering de sustituirle en el mando e intentar un acuerdo de paz con los aliados occidentales, cuando la suerte del führer en el bunker de la cancillería estaba decidida.

Los suicidios de Hitler, Himmler y Goebbels le permitieron recuperar brevemente su primacía entre los cabecillas nazis juzgados en Nuremberg. A ello le ayudó el régimen de desintoxicación al que fue sometido durante su detención y juicio.

El proceso de Nuremberg, un hito en la jurisprudencia contemporánea, fue la consecuencia de la voluntad de los aliados por someter a la cúpula nazi a un juicio ejemplar. El 8 de agosto de 1945 se firmó en Londres el acuerdo para crear el Tribunal Militar Internacional y redactar el reglamento de funcionamiento. Destacaba el artículo sexto en que se tipificaban los delitos de que habían de responder los acusados: crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad. Además se establecía un principio de responsabilidad de los actos cometidos que suprimía la excusa de la obediencia debida.

El juicio comenzó el 20 de noviembre de 1945. La imagen de los dirigentes nazis sentados en el banquillo de los acusados detrás de sus respectivos abogados recorrió el mundo. En la primera sesión, los 21 acusados se declararon no culpables. Goering intentó, sin éxito, dirigirse al tribunal. Carlos Sentís, que cubrió para La Vanguardia y el ABC la primera parte del juicio, calificó al mariscal de vedette , por sus continuos gestos y poses. Su buen humor sólo desapareció con las imágenes del genocidio nazi.

Se celebraron 406 sesiones. Dos de ellas destacaron: la declaración de Friedrich von Paulus, el general alemán derrotado en Stalingrado, y la proyección de una película sobre los campos de exterminio. La última sesión fue el 1 de octubre de 1946, el Tribunal dictó doce sentencias de muerte, entre ellas las de Goering y Martín Bormann –este juzgado en rebeldía-. Tres prisiones perpetuas, cuatro temporales y tres absoluciones.

Las reacciones de los procesados fueron diferentes. El almirante Raeder pidió que se le cambiara la prisión perpetua por la de pena de muerte (fue puesto en libertad en 1955 por motivos de salud). Goering, el mariscal Keitel y el general Jodl pidieron ser fusilados, de acuerdo con su rango militar, en vez de ahorcados, pero el Consejo de control aliado denegó tanto estas solicitudes como otras de clemencia. En Inglaterra hubo personas que mostraron su disconformidad con la penas de muerte, sobre todo con las aplicadas a los militares.

El 16 de octubre, de madrugada, fueron ejecutadas las diez sentencias de muerte. El mariscal Hermann Goering consiguió eludir la horca; a las 22,45 horas del día 15 de octubre se suicidó injiriendo una capsula de cianuro potásico. Nunca se ha sabido como llegó el veneno a sus manos. Las primeras sospechas recayeron en su viuda o en los guardianes. En 1951, el general alemán Von dem Bach-Zelewski aseguró que fue él quien facilitó el veneno a Goering.

El cadáver del mariscal fue llevado, junto a los cuerpos de los diez dirigentes nazis ahorcados, al campo de Dachau, situado a pocos kilómetros de Munich, e incinerado en uno de los hornos en los que fueron exterminados miles de detenidos. Las cenizas fueron arrojadas a las aguas del río Isar.

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