Nuestro teatro no nació de Calderón ni de Moliere, tampoco de Shakespeare, sino de las arenas del circo levantado con lonas y maderas por los hermanos Chiarini, los hermanos Amato, el de Pablo Rafetto, el Podestá-Scotti o el de Anselmi o el de aquel acróbata y payaso llamado Frank Brown, que abandonó su Inglaterra natal para navegar por más mares que cualquier marinero. Y así lo hizo hasta llegar a Buenos Aires, donde vivió más de 60 años y donde murió. Un artista que ganó mucho dinero y que también lo perdió en grandes cantidades. Generoso y desprendido colaboraba con quienes se lo solicitaban, entre sus cuadernos de recortes se encontraron muchas cartas de agradecimiento. En 1898, en Rosario colaboró dando varias funciones a total beneficio de la “Liga Patriótica” que quería comprar un buque de guerra para el Estado Argentino.
Su circo, el Hippodrome, estaba ubicado en Corrientes y Carlos Pellegrini, fue el lugar donde grandes y chicos encontraban emociones, risas y caramelos que el mismo Frank Brown repartía entre un ensordecedor griterío de los pequeños admiradores: ¡Aquí, Frank! ¡Aquí! Y Frank vaciaba bolsas de caramelos arrojándolos por puñados a su platea.
Cuando en 1910 el país se preparaba para los festejos del centenario con la visita de grandes personalidades, Frank Brown quiso sumarse con lo mejor que podía dar; su circo. En un baldío de la calle Florida levantó otra carpa; más grande aún que el Hippodrome, de lonas y madera para que el mundo pudiera verla, pero demasiado cerca del Jockey Club. A la aristocracia patricia le pareció que esa barraca era una muestra de la Argentina incivilizada, algo que había que evitar, no podía ser que se viera ese mamotreto cuando la ciudad ya tenía su teatro Colón. Frank Brown se negó a retirarla y de semejante ultraje a la arquitectura de la “parisina” Buenos Aires, se ocuparon las llamas. Seguramente esas mismas manos incendiarias se extendieron alguna vez esperando los caramelos del gran payaso, pero eso no importó, tampoco sus aportes a la “Liga Patriótica”; se había purificado con fuego el honor de la patria civilizada.
¡Frank Brown estás viejo!
¡Frank Brown tan arrugado!
Yo siento por ti la maldad del espejo.
¡Maldito maquillaje! ¡Ese carmín está pasado!
Frank Brown eres un fuelle demasiado gastado,
Un juguete que ha caducado.
Mira, si yo pudiera suplantarte,
Llenara el Hippodrome con mis ágiles muecas
-y con Shimmys y tangos y zamacuecas-
-al mismo tiempo haciendo por imitarte-
para hacer reír a un niño, que es tan noble misión,
haría de mi alma una matraca,
de mi entusiasmo una faca,
de mi poeta un clown,
y una serpentina de mi corazón.
RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN