Elizabeth Taylor apenas medía 1,57 de altura. Su salud no fue nunca de hierro. A lo largo de su vida fue hospitalizada 70 veces y operada en una veintena de ocasiones. Murió el 23 de marzo de 2011, hace ahora 10 años, a los 79, de una insuficiencia cardíaca. Y, sin embargo, esa mujer aparentemente tan frágil, transmitía una descomunal fuerza cuando aparecía en pantalla; desafiando a la cámara con unos ojos magnéticos, inclasificables y legendarios. Unos ojos perfilados por una doble hilera de pestañas congénita y que eran de un azul tan intenso que cuando se veían en tecnicolor parecían violeta.
Elizabeth Taylor enamoró a varias generaciones de cinéfilos. Tuvo una carrera larga que abarcó seis décadas. Comenzó a actuar con 11 años e inmediatamente se convirtió en una celebridad infantil gracias a títulos como Fuego de Juventud o El coraje de Lassie. Ya de adulta protagonizó filmes considerados hoy grandes clásicos como El padre de la novia, El árbol de la vida, por la que consiguió su primera nominación a los Oscar o Un lugar en el sol.
En 1961 ganó su primer Oscar por Una mujer marcada. Tres años después, durante el rodaje de Cleopatra, conoció al hombre de su vida, Richard Burton, y los dos vivieron uno de los romances más escandalosos de la historia del cine. Juntos hicieron diez películas, entre ellas ¿Quién teme a Virginia Woolf?, donde Liz se metió en la piel de una esposa alcohólica, un papel por el que ganó su segundo Oscar. Una película que contenía diálogos que parecían entresacados de las mismísimas discusiones de alcoba que mantenía con Richard Burton.
Durante toda su vida lo personal se entremezcló con lo artístico y profesional. Se casó ocho veces, dos con Richard Burton. Sus numerosos escándalos y su pasión por las joyas, entre ellas la legendaria La peregrina, ocuparon miles de páginas de periódicos y revistas.
Cuando se retiró del cine, Elizabeth Taylor continuó reinventándose y se convirtió en una de las personalidades más activas en la lucha contra el sida. Fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación y obtuvo un tercer Oscar por su labor humanitaria.
Para muchos fue la última gran estrella del Hollywood dorado. Una época que se fue apagando casi al mismo tiempo que lo hacía ella misma. Una estrella irrepetible que brillo tanto dentro como fuera de la pantalla y que como hacía su personaje de Maggie, “la gata”, siempre acababa saltando sobre ese tejado de zinc caliente que fue su propia vida.