Desde que era un simple estudiante de zoología en la universidad de Múnich, el joven Karl fue profundamente anticonformista y desmontó muchas creencias erróneas sobre cómo los animales percibían el mundo. Los científicos estaban convencidos de que ciertos animales inferiores, como peces e invertebrados, no pudiesen tener sentidos complejos. Se creía, por ejemplo, que los peces eran sordos. Von Frisch demostró que no era así. Hizo experimentos con un gran pez gato llamado Xaverl que se encontraba en el acuario del instituto, y en muy poco tiempo le entrenó para que saliera de su agujero en respuesta a un silbido.
En cierto momento, von Frisch empezó a trabajar con las abejas, animales que lo fascinaban desde que era un niño. Con unos experimentos sencillos y elegantes demostró que estos insectos eran capaces de distinguir los colores, algo que muchos de sus profesores creían imposible.
Durante los años veinte del siglo pasado, el científico vienés comenzó la que iba a ser su investigación más importante. Algunas abejas, después de regresar a la colmena cargadas de polen, realizaban una misteriosa danza frente a sus compañeras. Esa danza se componía de una serie de vueltas semicirculares adelante y atrás con las que la abeja trazaba una figura en forma de ocho. Terminado un giro en un sentido, la abeja volvía atrás en línea recta para empezar el siguiente y mientras tanto sacudía el cuerpo. ¿Cuál era el significado de este comportamiento?, se preguntó von Frisch. Hasta la fecha nadie había investigado sobre este tema porque se creía que las abejas solo podían comunicarse a través del olor. Algunos hasta pensaban que la danza fuera una especie de juego que las abejas practicaban por puro placer.
Von Frisch obviamente no estaba convencido, y realizó unos experimentos sencillos donde colocaba un plato de miel cerca de una colmena (puesta en una caja de cristal para poder ver el interior) y marcaba con un rotulador rojo las abejas que se acercaban al plato. Pronto se dio cuenta de que las abejas que nunca se habían acercado al plato de miel iban directamente y con seguridad hacia ello después de haber visto bailar a sus compañeras que si se habían acercado a ello. Las abejas parecían capaces de decir de alguna forma donde estaba una buena fuente de comida. Pero, ¿cómo funcionaba este lenguaje oculto?
Von Frisch necesitaba más experimentos para confirmar su teoría. Los recursos no le faltaban, ya que gracias a su talento se había convertido en el director de su instituto. Pero tiempos duros se acercaban: los nazis habían subido al poder. Von Frisch acabó pronto en el punto de mira del régimen por haber tenido un abuelo judío y a punto estuvo de tener que dejar su trabajo. Pero sus queridas abejas en cierto sentido le salvaron: en aquella época, un terrible parasito llamado Nosema estaba azotando a los apicultores alemanes, diezmando las colmenas. Dado que von Frisch era el máximo experto de abejas en el país, el ministro de agricultura en persona pidió que se le permitiera quedarse en su puesto para poder trabajar en una solución. Von Frisch consiguió así no perder el trabajo y durante la guerra intentó ayudar a otros científicos menos afortunados que habían acabado en la cárcel.
A pesar de todo, von Frisch consiguió continuar sus estudios sobre la comunicación de las abejas, y por fin empezó a encontrar respuestas. Se dio cuenta de que algo en la danza cambiaba según la distancia a la que se encontraba la comida: si la distancia aumentaba, los insectos disminuían la frecuencia y la velocidad de las vueltas. De esta forma, las otras abejas sabían con precisión a que distancia se encontraba el objetivo.
Aún faltaba una parte del mensaje por descifrar: ¿cómo sabían las abejas que asistían a la danza hacia dónde dirigirse? Von Frisch sospechaba que la posición del sol jugaba un papel clave, ya que las abejas no bailaban cuando no podían ver el cielo. Después de incontables horas de observaciones y medidas, el científico entendió que su intuición era correcta: cuando, durante la danza, la abeja caminaba en línea recta entre una media vuelta y la otra, apuntaba en la dirección de la fuente de comida usando el sol como brújula.
Von Frisch se encontraba ante el primer (y, hasta la fecha, único) ejemplo de lenguaje simbólico observado en un animal no humano. Y ni siquiera un animal complejo, sino un humilde insecto. La teoría de la evolución de Darwin ya hace tiempo había destruido todos mitos sobre un origen divino de nuestra especie, pero aún se pensaba que los humanos fueran el punto culminante de la evolución, con habilidades únicas como el lenguaje. Las abejas acababan de desmontar los últimos mitos sobre la superioridad de nuestra especie.
Cuando von Frisch habló por primera vez en público de sus ideas, sus compañeros no le creyeron e incluso se burlaron de él. Pero con el tiempo pudo corroborar sus ideas con estudios y tuvieron que rendirse a la evidencia. Años después, otros científicos hicieron nuevos estudios sobre la danza, concluyendo que las propuestas del zoólogo vienés eran correctas. Von Frisch empezó a recibir los justos reconocimientos, hasta obtener, en 1973, el Premio Nobel de Medicina o Fisiología. El científico que bailaba con las abejas murió en Mónaco en 1982, a la edad de 96 años.
Texto originalmente publicado en https://principia.io/2019/08/08/el-hombre-que-bailaba-con-las-abejas.IjEwMDQi/