Si tuviésemos que resumir la década del 30 en el mundo, podríamos decir que fue una gran batalla de izquierdas contra derechas. Entre 1939 y 1945 el nacionalsocialismo se encargó de eliminar casi 80 millones de personas entre enemigos y compatriotas. La caída del imperio japonés determinado por las bombas atómicas norteamericanas sobre Hiroshima y Nagasaki. La guerra civil tiñó con la sangre de casi un millón de personas el territorio español en la dictadura del general Franco, una de las mas largas de la historia moderna, perpetuándose durante 40 años.
“Ha llegado la Hora de la Espada” advertía el poeta Leopoldo Lugones en nuestro país anunciando así el primer golpe militar contra la democracia, encabezado por el general José Félix Uriburu, al que apodaban ¨von Pepe¨ en honor a su admiración por el trabajo del tercer Reich. Los diarios conservadores de la época se rasgaban las vestiduras espantados por el aluvión de inmigrantes “que profanan la pureza racial del país”, y no ahorraban indignantes injurias contra judíos, árabes, turcos, italianos, gallegos…
Es en este contexto histórico que surge Leónidas Barletta. Escritor, periodista y dramaturgo que, tomando ideas de algunos pares franceses (principalmente Romain Rolland), piensa en la posibilidad de un tipo de teatro orientado al sector obrero de la sociedad. Un teatro que fuera espejo, denuncia y creador cultura.
Barletta, un socialista casi romántico (estilo Jean Jaurès), pacifista por naturaleza y convicción, participante del grupo Boedo y del movimiento fundador de los teatros independientes. Crea en 1930 el Teatro del Pueblo, en la calle Roque Saenz Peña 943, por fuera del circuito de teatros de la avenida Corrientes e inaugurado dos meses después del golpe de Uriburu contra el presidente Hipólito Yrigoyen.
Fue también por pedido de Leónidas Barletta que una tarde se acercó el periodista y escritor Roberto Arlt, ya famoso por sus “Aguafuertes” publicadas en los diarios “El Mundo” y “Crítica”. Es en el Teatro del Pueblo que estrena sus obras “300 millones” y “Saverio el cruel”.
Se dice que a Barletta lo apodaban El hombre campana, debido a que salía con una campana a llamar al público, gritando: “Función, función…”. No hubo actriz ni actor de renombre que faltara a un estreno.
Su personalidad resulta clave a la hora de analizar la historia cultural argentina del siglo pasado. Huérfano de madre a los siete años y de padre ausente, Barletta pasa su niñez al cuidado de diferentes tías.
Salgari, Dumas y Verne estuvieron entre sus primeras lecturas. Cuando terminó la escuela primaria decidió no estudiar más y comenzó a ganarse la vida trabajando. Entre 1924 y 1937, en paralelo con sus actividades literarias y teatrales, fue despachante de aduana en el puerto.
Tras unos años como presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, en 1952 fundó Propósitos, un periódico político-cultural desde el que desarrolló su máxima lucidez como periodista e intelectual. Desde allí se opuso a los golpes militares, criticó ácidamente a Juan Perón durante y después de sus dos primeras presidencias y rescató la figura de Evita, denunció las maniobras para privatizar la producción y explotación del petróleo y defendió el rol de YPF, rechazó la requisitoria de EE.UU. para que la Argentina se sumara a la guerra de Vietnam.
Posturas que le significaron persecuciones y clausuras varias. Propósitos, que llegó a tener una tirada de 100.000 ejemplares, quedó descontinuado en 1975, año del fallecimiento de Barletta. Los temas centrales de su vasta producción literaria son la pobreza y las diferencias sociales. Sus personajes son, en general, hombres y mujeres pobres, y sus circunstancias, sentimientos e historias son narrados desde una óptica solidaria y comprensiva.