Juego, prostitución, contrabando de bebidas alcohólicas en plena Ley Seca… Y fue a dar con sus huesos en la cárcel por evasión de impuestos. Una minucia si tenemos en cuenta los litros de sangre que fueron derramados por orden suya. Pero fue así como las autoridades consiguieron atrapar a uno de los criminales más famosos de todos los tiempos: Al Capone.
El 17 de octubre de 1931, el gángster que había puesto en jaque al FBI, el hombre que había controlado el hampa en la ciudad de Chicago, la figura que había fundado el ‘sindicato del crimen’ y que había liquidado a cuantos osaron ponerse en su camino era condenado a once años de cárcel en un prisión federal al ser hallado culpable de cinco de los 23 cargos presentados contra él. Fue recluido en un penal de Atlanta, pero dado que seguía controlando su vasto imperio sin apenas problemas, fue trasladado a la mucho más dura cárcel de la isla de Alcatraz, donde su salud comenzó a deteriorarse a la par que su imperio se desmoronaba y de la que fue finalmente liberado en noviembre de 1939. Arruinado y demente, acabaría muriendo en enero de 1947. Lo hallaron muerto en la bañera. Un final mucho más plácido, no obstante, del que él dio a buena parte de sus compañeros de los bajos fondos.
Al ‘Scarface’ Capone había nacido en Brooklyn en enero de 1899. Hijo de inmigrantes italianos, abandonó pronto los estudios para desempeñar diversos trabajos. Pero su vida cambió cuando se topó con Johnny Torrio, el gángster cuya astucia le valdría el sobrenombre del ‘zorro’ y que le introduciría en los ‘Five Points Gang’, la banda juvenil más temida de la época. También se desempeñaría como guardaespaldas de otro hampón, Frankie Yale. Fue trabajando en un club nocturno propiedad de este cuando Capone se metió en una pelea con un hombre fruto de la cual recibiría profundos cortes en la cara que le harían ser conocido a partir de ese momento con el apodo de ‘Scarface’.
La ‘Matanza de San Valentín’
En 1919, Capone se trasladó junto a su mentor, Johnnie Torrio, a la ciudad de Chicago. Se pusieron inmediatamente a las órdenes de ‘Big Jim’ Colosimo, el hombre fuerte por aquella época. Pero sus días de gloria estaban tocando a su fin. Torrio deseaba extender el imperio a través del contrabando de alcohol. Colosimo prefería seguir con la extorsión, el juego y los burdeles. Un choque de voluntades que se resolvió por la vía rápida. Colosimo pasó a mejor vida y aunque las circunstancias de su asesinato nunca han sido aclaradas, todo apunta a que fue Torrio quien ordenó su muerte. Que el gatillo lo apretase el propio Capone o Frankie Yale es objeto de debate, pero lo cierto es que el suculento negocio cambió de manos.
Cuando Torrio se retiró, poco después, dejó los negocios en manos de Capone. Tenía lo que hacía falta, una ausencia total de escrúpulos, lo que le permitió hacerse inmediatamente con el control de la ciudad. Las bandas que se le opusieron, como la de Aiello, fueron liquidadas a balazos. La misma suerte corrieron os hombres de Bugs Moran, acribillados en la que fue conocida como la ‘Matanza de San Valentín’.
Al Capone solo tenía ya enfrente a los defensores de la ley y, muy especialmente, a Eliot Ness y sus ‘intocables’. El agente del Departamento del Tesoro se convirtió en el azote del hampón. Las redadas contra destilerías y cervecerías golpearían una y otra vez los intereses del mafioso. Pero fue Frank Wilson, un agente del IRS, la agencia del gobierno estadounidense encargada del cumplimiento de las leyes tributarias, quien logró reunir las pruebas que permitirían atrapar al criminal. Los ingresos relacionados con el juego y la evasión de impuestos relacionados con esas ganancias fueron el principio del fin del impero de Capone. Un ignominioso final para un hombre acostumbrado a burlarse de la ley y salir indemne de todos sus crímenes.