«Decíamos ayer»: la frase que Fray Luis de León jamás pronunció tras ser procesado por la Inquisición

La tradición pone en labios del fraile la frase “decíamos ayer” (“Dicebamus hesterna die”) al retornar su cátedra tras años encarcelado, pero lo cierto es que la primera referencia documental a esta anécdota es de dos siglos después.

La Universidad de Salamanca alcanzó en el siglo XVI su momento de mayor gloria, con debates sobre derecho internacional, protección de los indios y economía avanzada a una escala inédita hasta entonces. Y, sin duda, una de las figuras más conocidas de aquel periodo es Fray Luis de León, al que el presidente español Pedro Sánchez ha confundido en su libro “Manual de resistencia” (Península) con San Juan de la Cruz, figura igualmente importante, aunque en su caso por su vinculación con Santa Teresa de Jesús.

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Salamanca recuerda a Fray Luis de León con una estatua de bronce ante la fachada plateresca de uno de sus edificios universitarios, a pesar de que él no nació allí, sino en Belmonte (Cuenca), en 1527. Sus padres fueron Inés Varela y el licenciado Lope Ponce de León, letrado de Corte, cuya ascendencia cargaba el estigma de haberse hallado a varios falsos conversos en su familia. Parte del recelo inquisitorial contra el conquense procedería precisamente de este historial de conversos.

La carrera profesional de su padre hizo que la infancia de Luis transcurriera por varias ciudades castellanas, hasta que, con catorce años, fue enviado a estudiar a Salamanca, donde su tío Francisco de León ejercía como catedrático de Leyes. Allí ingresó en el convento de los agustinos tres años después.

Agustinos contra dominicos

Era costumbre que los frailes cursaran en sus propios conventos primero estudios de Artes (Gramática latina, Lógica, Filosofía Moral y Natural), como paso previo para acceder a titulaciones superiores (Teología, Medicina, Leyes, Cánones). Siguiendo estos cauces, Fray Luis se matriculó en el curso 1546-47 como estudiante de la Facultad de Teología. Tras esta primera formación universitaria, el fraile convalidó la formación académica con el ejercicio de la docencia en conventos de la propia orden, como los de Soria y Salamanca. En el seno de esta comunidad, el joven denunció los males de la Orden, ganándose no pocos enemigos.

Sus principales intereses académicos se centraron en la teología escolástica, basada en la lectura de Santo Tomás y sus comentaristas, más que en la llamada teología positiva, centrada en la explicación de los textos bíblicos. De ahí su decisión de estudiar en la facultad de Teología de Alcalá, donde se empapó del ambiente humanista y de espíritu de libertad intelectual y antidogmático que años antes había sembrado allí el movimiento erasmista, como explica el filólogo Víctor García de la Concha, en la entrada dedicada al fraile en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia.

De vuelta a Salamanca, obtuvo mediante exámenes, en 1560, los títulos de licenciado (licentia docendi) y de maestro (doctor) en Teología. Se dedicó entonces a la docencia universitaria, naufragando en la oposición para la cátedra de Biblia, que obtuvo su amigo Gaspar de Grajal, pero ganando un año después una cátedra menor, la de Santo Tomás, frente al maestro Diego Rodríguez, protegido de los frailes dominicos.

En 1565, obtuvo y desempeñó también la cátedra de Durando, igualmente menor pero mejor remunerada. Ocupaba aún este cargo, en 1572, cuando se produjo la denuncia y prisión en las cárceles de la Inquisición de Fray Luis. Un proceso que, más allá de cuestiones teológicas, tenía como trasfondo los constantes pleitos que se vivían en la Facultad de Teología entre agustinos y dominicos, cada vez que salía a colación un puesto vacante en alguna cátedra.

Un proceso inquisitorial

Desde 1569, Fray Luis y León participó en una comisión universitaria para debatir la posible reimpresión de la Biblia de Vatablo (una nueva traducción de las Sagradas Escrituras realizada directamente del hebreo), que tras más de cien juntas derivó en un lucha entre órdenes religiosas, con graves enfrentamientos personales, descalificaciones, insultos y alusiones de todo tipo. Hasta el punto de que se materializó en un denuncia ante el Santo Oficio presentada contra Fray Luis de León, Gaspar Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra, los denominados hebraístas salmantinos.

Frente a la recomendación de los hebraístas de una reimpresión por ser, según su opinión, una interpretación más abierta y moderna a la ya establecida, León de Castro, profesor de Griego, experto acusador de judíos y judaizantes y abiertamente enemigo de todo aquello que tuviera que ver con los textos en hebreo defendía, sin embargo, por parte del bando de los dominicos, que aquella tradución pervertía el significado y sentido de las Sagradas Escrituras, tanto de la Griega (septuaginta) como de la Vulgata de San Jerónimo, avaladas estas por el reciente Concilio de Trento.

A la vista de que iba subiendo el tono de las amenazas, Cantalapiedra escribió, en 1572, poco antes de iniciarse el proceso: “Los tiempos andan peligrosos; cierto sería mejor andar al seguro y sapere ad sobrietatem”. No erraba en sus cálculos. A principios de ese año, los tres hebristas fueron denunciados por León de Castro y por el dominico Bartolomé de Medina, resultando la denuncia en el encarcelamiento de los frailes en las cárceles del Santo Oficio.

Se les acusó de hasta diez cargos en primera instancia, a los que se añadieron otras nuevos a lo largo de los cuatro años que duró el proceso, en total 73, relacionados con la autoridad de la Vulgata, la posible tradución del Cantar de los Cantares al romance y otras cuestiones de carácter teológico. Según la tradición, Fray Luis habría escrito desesperado por lo injusto del proceso en las paredes de las cárceles de Valladolid:

“Aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado…”

Una anécdota no demostrada, como tampoco lo es que escribiera allí parte de su obra literaria, pues ni era el lugar propicio, pues no gozaba de ánimo ni de material (papel y tinta), ni tenía tiempo para escribir algo más allá de los largos memoriales de argumentación teológica en los que defendió su inocencia.

La frase que no dijo

Los tres serían finalmente absueltos en 1576 y, al menos en el caso de Fray Luis de León, la experiencia reforzó sus convicciones. No así para Cantalapiedra, que abandonó su actividad y se retiró de la vida académica, ni para Gaspar de Grajal, que murió, un año antes de cerrarse el proceso. De hecho, Fray Luis, que ya había tenido otro roce con el Santo Oficio en el pasado, se creció en sus réplicas tanto como para ganarse una llamada a la moderación en la misma sentencia que le absolvió:

“El dicho Fray Luis de León sea absuelto de la instancia deste juicio y en la sala de la audiencia sea reprendido y advertido que de aquí adelante mire cómo y adonde trata cosas y materias de la cualidad y peligro que las que deste proceso resultan y tenga en ellas mucha moderación y prudencia como conviene para que cese todo escándalo y ocasión de errores, y que se recoja el cuaderno de los Cantares traducido en romance”.

Al fin libre, se reintegró a la Universidad de Salamanca, que había guardado excesivo silencio durante el proceso, en una cátedra extraordinaria de Teología diseñada para que explicase teología escolástica. En este sentido, la tradición pone en sus labios la frase “decíamos ayer” (“Dicebamus hesterna die”) al retornar su cátedra. Palabras que han pasado a la historia como la reafirmación de una mente libre resistente al viento y a las mareas, pero que resulta dudoso que pronunciara, dado lo tardío de su documentación, hasta el siglo XVIII no se menciona que lo dijera, y que ni siquiera volvió a la misma cátedra, en ese momento ocupada por otro profesor. Aparte de que pasaron varios meses hasta que la justicia aclaró qué estudios y qué aula debía asumir.

A este respecto, comenta el historiador Manuel Fernández Álvarez en la obra “Fray Luis de León. Historia, Humanismo y Letras”, que aunque no haya pruebas concluyentes de que dijera la frase, “no se puede rechazarse de plano que la pronunciara o una similar, pues Fray Luis sabía que todo el Estudio, y aun toda Salamanca, estaba pendiente de cuál sería su primera intervención, una vez recuperara su cátedra”. Y, cierto o no, Miguel de Unamuno, también según la tradición popular de la Universidad de Salamanca, pronunció las mismas palabras en su primera clase allí tras ser restituido como rector tras la dictadura de Primo de Rivera.

Una amonestación benigna y caritativa

En 1578, el religioso pasó a ocupar la cátedra de Filosofía Moral, en la Facultad de Artes y, finalmente, logró la cátedra de Sagrada Escritura imponiéndose por delante del hijo dominico de Garcilaso de la Vega, Fray Domingo de Guzmán. Asegura el catedrático Javier San José Lera en una breve biografía sobre Fray Luis de León que fue desde esta cátedra “cuando se dedicó a la creación literaria en latín y en romance. El contacto con los libros lo ha tenido Fray Luis desde sus primeros años en Salamanca, manteniéndose al tanto de novedades y comprando ediciones de sus amados clásicos. Su situación económica, desahogada, se lo permite. E incluso estando en la cárcel pide que se le compren libros de que carece y necesita para su defensa; o manda que le traigan sus Homero, Píndaro, Horacio…”.

La poesía y la prosa ocuparon la obra literaria de Fray Luis, entre cuyos textos está una de las cumbres del Renacimiento, “De los nombres de Cristo”. Entre otras labores, Fray Luis ejerció como editor y crítico textual de obras hebreas y, en su admiración hacia la Madre Teresa de Jesús, colaboró en una recopilación de sus obras. Todo ello bajo la atenta mirada de la Inquisición, que volvió a reprender al agustino en 1582. A raíz de un debate con al jesuita Prudencio de Montemayor sobre la libertad humana, fue denunciado nuevamente ante la Inquisición, aunque esta vez sin otra consecuencia que una suave amonestación del Inquisidor general, arzobispo de Toledo y cardenal, Gaspar de Quiroga:

“…le amonesta benigna y caritativamente que de aquí adelante se abstenga de decir ni defender pública y secretamente las proposiciones que parece haber dicho y defendido…”.

El fraile murió el 23 de agosto de 1591, en el convento de San Agustín de Madrigal de las Altas Torres.

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