La cruz en la que Cristo muere se ha convertido en símbolo para sus seguidores. Este castigo de origen persa era utilizado por los romanos para ejecutar a extranjeros, esclavos y traidores. Era considerado indigno para un ciudadano de Roma. La muerte de un crucificado podía llegar varias horas o días después, sin embargo, la agonía de Jesús apenas dura tres horas, cosa que sorprende a las autoridades. ¿Por qué fallece Cristo? ¿Cuáles son las causas que llevan a su muerte?
Muchos médicos han discutido este tema a la luz de los conocimientos de fisiopatología y los datos ofrecidos por los textos sagrados.
La expulsión de los mercaderes del templo selló a la condena de Jesús, quien, de esta forma, interfería en los negocios de los miembros del Sanedrín.
Por otro lado, la afirmación de Cristo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” había creado resentimiento entre los grupos más radicalizados que esperaban a un Mesías guerrero para expulsar al invasor romano. Cristo estaba condenado por los dos extremos del espectro político judío antes que por los romanos.
Si bien existen datos históricos concretos más allá del relato bíblico (como el de Flavio Josefo, Tácito, Plinio el Joven y Suetonio), hay ciertas inconsistencias en los textos canónicos. Se desconoce con exactitud el día de la crucifixión. Las Pascuas judías se celebran el 14 del mes de Nisán, día en que las familias sacrificaban en el templo al cordero que cenarían esa noche. Según los cálculos, el 14 de Nisán cayó viernes en el año 30 de nuestro calendario, fecha que coincide con el concepto más difundido, que es que Jesús no nace en el año 0 de nuestra era (calculado por Dionisio el Exiguo) sino tiempo antes de esa fecha.
La iconografía que fue usaba como el relato pictórico de la Pasión por la Iglesia no refleja las verdaderas condiciones de la crucifixión. Las experiencias del doctor Pierre Barbet (en 1931) demuestran que la palma de la mano no sostiene el peso del cuerpo. El clavo para soportar el peso debe atravesar la muñeca por el punto que los anatomistas llaman “de Destot”, como se aprecia claramente en el Manto Sagrado.
Las opiniones están divididas en cuanto a los pies, ya que ambos podían ser atravesados por un clavo, por dos clavos al frente del madero o por dos clavos a los costados del madero, como lo han demostrado estudios arqueológicos. De hecho, se han hallado cinco clavos de la verdadera cruz.
Originalmente se sostenía que los crucificados morían por asfixia (tesis sostenida por el doctor Barbet en su libro Un doctor en el Calvario): como la víctima debe elevarse en cada inspiración llega un momento en que se produce una contractura de los músculos respiratorios y un agotamiento del paciente. Al no respirar, la persona entra en hipoxia y por tal razón muere asfixiado.
Este fenómeno suele aparecer después de varias horas y aún días de mantener esta posición. Sin embargo, las experiencias realizadas con voluntarios atados a una cruz por más de unas horas no confirman este fenómeno. Según las experiencias del doctor Zugibe, estos podían respirar cómodamente durante este lapso y más tiempo aún. Resulta poco probable que Cristo muriese asfixiado.
Otra teoría postula que la falta de retorno venoso podía inducir una insuficiencia cardíaca. Al no caminar, la sangre venosa no retorna al corazón y al no tener suficiente sangre para bombear, el corazón entra en insuficiencia. Sin embargo, en el caso de Cristo, tres horas tampoco es tiempo suficiente para llegar a este estado.
Llama la atención la sangre y el agua que brotan por el costado de Jesús al ser atravesado por una lanza. No aclaran los textos si fue del lado derecho o del izquierdo, aunque la mayoría de los autores opinan que la lanza atravesó el costado derecho (como se ve en casi todos los cuadros de la Pasión) y que el agua que brotó, por lo tanto, fue un derrame pleural, es decir, alojada en el espacio entre el pulmón y el tórax.
Este fenómeno conduce a la hipótesis de que Jesús tenía este derrame antes de ser crucificado. La causa más común de derrame es la tuberculosis, enfermedad que explicaría el porqué de la debilidad de Jesús, sus caídas durante el Vía Crucis y la necesidad de asistencia para un traslado de poco más de seiscientos metros de un madero de unos 35 kilos. La imagen del traslado de la cruz tiene valor simbólico pero no es histórico, lo que llevaba Cristo era el patibulum, el madero al que serían clavados sus brazos.
La muerte de Jesús fue tan precoz que llamó la atención de Poncio Pilatos, un soldado acostumbrado a ver hombres durar horas y horas en ese suplicio.
Cuando los saldados deciden romper las rodillas de los condenados (una costumbre llamada crurifragium para acortar la vida de las víctimas, ya que de allí en más no podrían levantarse para respirar), Cristo ya estaba muerto. De esta forma se cumple una de las predicciones bíblicas sobre la muerte del Mesías.
La costumbre entre los romanos era dejar los cuerpos de los crucificados pudriéndose en la cruz, a la vista del público como parte del castigo. No en vano el Gólgota llevaba ese nombre por los cráneos allí acumulados. Pero como era preparación de Pascuas y se aproximaba el Sabbat, José de Arimatea, hombre de fortuna y miembro del Consejo de ancianos, pidió y obtuvo de Poncio Pilatos la autorización para descender el cuerpo de la cruz a fin de terminar con la humillante exposición de Jesús. Este es un momento dramático inmortalizado en cientos de obras de arte.
Como vemos, cada paso de esta tortura tenía como intención agudizar el dolor y aumentar la sanción ejemplificadora que desalentase cualquier conato de revuelta contra el Imperio. La flagelación debilitaba al condenado. La pérdida de sangre favorecía las posibilidades de un shock. Los clavos en las muñecas seccionaban los nervios, pero no así las arterias que hubiesen cortado la vida de la víctima. La progresiva disminución de la capacidad respiratoria llevaba al cúmulo de dióxido de carbono en sangre (hipercapnia) que producía más fatiga y calambres.
Como podemos ver, las causas de la muerte eran múltiples en el crucificado: las hipovolemia, las arritmias, la asfixia, la insuficiencia cardíaca, el taponamiento cardíaco y hasta ruptura del ventrículo, pero sobre todo el terrible dolor que acompaña este procedimiento que da lugar al término “excruciante” (de la cruz).
Esta muerte dolorosa se convierte para los seguidores de Cristo en la mayor prueba de que Dios nos ama (y) su hijo murió por nosotros “para nuestra salvación y reconciliación” (Romanos 5.7-11).