Una vez escuché al Dr. Rodolfo Tálice explicar que el aplauso era una forma de “palmear el hombro”, de saludar a una persona, pero “a distancia”. Se trata de una señal de aprobación, de cercanía pese a la lejanía. Aplaudir es un gesto de aprobación, de la misma manera que muchos no aplauden para transmitir su disconformidad con lo que han visto o presenciado. A veces también el aplauso, por el sonido, por el ruido que provoca, puede expresar un rechazo, depende siempre del contexto y de la cadencia o contundencia del golpeteo de manos, porque también se protesta aplaudiendo. Pero en general, cuando los golpes con las palmas de las manos son regulares, entusiastas, se trata de una señal de beneplácito. El sonido nos indica qué tipo de mensaje se quiere transmitir, si aprobación o enojo.
Pero ahora se aplaude hasta en los casamientos, velorios y sepelios. El ruidoso aplauso está a la orden del día, en cualquier momento. En todos los casamientos ahora se aplaude. ¿Desde cuándo sucede esto? El Registro Civil se parece muchas veces a la Tribuna Ámsterdam. Basta que alguien comience para que la manada continúe. Y es muy fácil integrarse al aplauso. A veces no participar lo deja a uno afuera, en evidencia. A veces se parece a la “claque” que es ese conjunto de personas contratado especialmente para asistir a una representación o a un programa para aplaudirlo.
El aplauso es uno de los mecanismos, no verbal, para transmitir una opinión. Forma parte del llamado comportamiento kinésico, que consiste en un movimiento corporal, a veces congénito, otras veces adquirido, que se percibe visualmente, que puede ser consciente o inconsciente y que el emisor realiza en la comunicación oral. A veces combina estos gestos con el lenguaje, otras veces no. Lo cierto es que se trata de señales que tienen sus funciones discursivas, como resaltar algún aspecto de lo que estamos diciendo, también señalar alguna persona o situación de la realidad a la que nos estamos refiriendo. También se trata de pistas, que quien nos observa, interpreta sobre lo que nos sucede, por ejemplo cuando nos reímos o lloramos. Entre los comportamientos kinésicos, que tienen un significado permanente, se cuentan el saludo militar, el aplauso, o la seña de autostop, por ejemplo.
Los antiguos griegos expresaban su aprobación a las obras de teatro vitoreando y aplaudiendo. Los romanos chasqueaban los dedos, aplaudían y hacían ondear la punta de sus togas, o bien, sacudían tiras especiales que se distribuían entre el público para tal propósito. Desde la época del Imperio Romano se contrataban personas para que aplaudieran durante un evento. Eran los denominados “plausores”. Cuentan que el emperador Nerón pagaba a casi 5,000 plausores para que aplaudieran sus apariciones en público. En el siglo XVII, chiflar, pisotear y aplaudir era lo correcto para mostrar aprobación a un espectáculo. Tales prácticas se observaron también en las iglesias durante un tiempo, pero cuando el clero prohibió estas manifestaciones, toser, tararear o soplar por la nariz pasaron a ser la forma en que se aprobaba un sermón brillante o un coro bien entonado.
En los últimos tiempos ha pasado de todo: o se exagera de un recurso que estaba destinado exclusivamente a determinadas veladas artísticas o a alguna ceremonia suprema como el sepelio de una celebridad del arte, en cuya despedida final, se coronaba con un sentido aplauso a aplaudir cualquier cosa. Sin embargo, la crisis del coronavirus ha puesto al honesto y generoso gesto del aplauso, el lugar que jamás debió dejar de ocupar: el reconocimiento. Hoy el mundo es testigo como en miles de ciudades del mundo, desde los balcones y ventanas, los confinamientos, agradecen y valoran el sacrificio de la primera línea de combate de la pandemia, ya sean enfermeros, policías, médicos o voluntarios. Así que, señoras y señores, de pie y aplausos.
Texto de Jaime Clara, originalmente publicado en https://delicatessen.uy/