Sin duda, fueron los alemanes quienes intentaron canalizar sus enormes frustraciones al perder la Primera Guerra a través del arte, incluso por medio del nuevo cinematógrafo en el paradigmático film El gabinete del Dr. Caligari, de 1920, considerada como la primera película del cine expresionista. En esta obra de Robert Wiene, el crimen y la locura se deslizan en una atmósfera de exageración teatral. El director parece decirnos que solo una mente desequilibrada podía llegar a dichos extremos de violencia. Sin embargo, todos habían sido testigos de este horror…
Pintores como Otto Dix y George Grosz llevaron al lienzo los terrores de la guerra, además de denunciar las injusticias que vivieron los soldados mutilados y los ex combatientes después de la contienda.
En el caso de Grosz, a su obra se agregó un valor testimonial ya que él fue soldado a lo largo de dos años en las trincheras y fue dado de baja por cuestiones de salud. Su estilo recibió influencias de Honoré Daumier y, al igual que Daumier, se dedicó a la caricatura y la historieta.
Más de una vez, Grosz debió enfrentar a los tribunales alemanes, acusado de incitación al odio, ofensa al pudor y vilipendio a la religión. En 1921, fue condenado a pagar una multa de 300 marcos por atacar e injuriar al ejército. En su juventud adhirió al comunismo y llegó a viajar a Rusia, donde conoció a Lenin y a Trotski, aunque, posteriormente, sufrió una desilusión por el camino que tomaba el régimen soviético
Tanto Dix como Grosz adhirieron al dadaísmo, pero a diferencia del dadaísmo suizo, que pretendía ser apolítico, en Alemania adoptó un posicionamiento partidario, rechazando al naciente nacionalsocialismo.
La forma de tríptico adoptado por Otto Dix y Grosz fue un tributo a Matthias Grünewald y su políptico de Isenheim. Al igual que el artista renacentista, pintaron con toda su crudeza la violencia y el dolor de la sociedad, convirtiendo al Tríptico de Guerra en un altar del expresionismo.
Grosz y Dix fundaron el movimiento Neue Sachlchkeit (Nueva Objetividad), consagrado a la denuncia política satírica en revistas como Die Pleite. Sus ataques a las clases dirigentes que apoyaban al nacionalsocialismo, se reflejan en obras como Los Pilares de la Sociedad, de 1926, donde muestra a la burocracia burguesa con el cráneo abierto, luciendo un aspecto grotesco.
Grosz también realizó una serie de grabados sobre la guerra (Der Krieger) que incluían El loco de la medianoche, el fantasma de la guerra encarnado en un sobreviviente.
Otro tríptico famoso fue La gran ciudad o Metrópolis, donde el pintor resume sus escépticas observaciones sobre la sociedad de la República de Weimar. En esta obra contrasta las vanidades burguesas, bailando “en el cráter del volcán” (como le decían al Charleston entonces) con el oprobio de los lisiados de guerra y el desfile de elegantes prostitutas emperifolladas para ejercer su oficio.
“Nadie quiere verlo, nadie quiere colgarlo… prefiero seguir mi voz interior aunque no sepa para qué es bueno”, escribió Grosz ante el rechazo manifiesto por estas obras que con los años serían señeras del expresionismo alemán.
Tanto Grosz como Dix debieron huir de Alemania con la llegada del nazismo, el primero vivió en los Estados Unidos y el segundo en Suiza.
El expresionismo sirvió como válvula de escape de una realidad intolerable que conducía a la pérdida de las formas, a los colores estridentes y a la abstracción para plasmar los sentimientos encontrados que generaba un tiempo de incertidumbre y desorden social.
El siglo XX fue el campo de batalla de posiciones contrapuestas, un enfrentamiento que llegó a su máxima expresión después de la Primera Guerra. Tanto horror debía servir para algo; la sociedad necesitaba recapacitar sobre su destino pero, como siempre, no hubo una sola respuesta y las diferencias crearon más confusión y enfrentamientos. Mientras que unos denunciaban los horrores, otros se apartaban de la realidad.