La fotografía no ha sido apreciada siempre como la forma de expresión que es actualmente. De hecho, durante mucho tiempo no se la consideró un arte. Pero en algún momento esa percepción cambió, y lo hizo gracias al esfuerzo y la dedicación de varios pioneros que decidieron dejarse la piel para demostrar a todo el que quisiera escucharles que su arte merecía estar a un nivel equiparable al de la pintura o la escultura.
Alfred Stieglitz fue uno de esos «revolucionarios». Quizás el más influyente de todos ellos. Su vida está repleta de vaivenes, conflictos, éxitos y decepciones; pero, sin duda, es y será recordado por haber logrado que la fotografía dejase de ser un ejercicio menor y empezase a ser respetada como una auténtica forma de arte. Así era Stieglitz. Y este es su legado.
Los primeros años
Alfred Stieglitz nació en Hoboken, en el estado de Nueva Jersey, el primer día del año 1864. Sus padres eran unos inmigrantes de origen alemán y judío que decidieron buscar en Estados Unidos el entorno adecuado para formar su propia familia. Alfred fue el primero de los seis hijos que tuvieron en total, y tuvo la fortuna de iniciar su formación académica en uno de los mejores colegios privados de Nueva York gracias a la acomodada posición económica de sus padres. Sin embargo, las escuelas estadounidenses, a ojos de su padre, no le ofrecían el reto ni la motivación necesarias para que obtuviese una educación intachable. Esta fue una de las razones que propiciaron que, cuando Alfred tenía diecisiete años, toda la familia se mudase a Alemania, la tierra natal de su padre, para recibir allí la estricta formación germánica que su progenitor ansiaba para él.
Stieglitz comenzó sus estudios de ingeniería mecánica en una prestigiosa escuela técnica de Berlín, aunque en ese momento ya había calado en él algo que marcaría profundamente su vida: la fotografía. Se dice que su primer coqueteo con esta forma de expresión llegó cuando tenía 10 u 11 años gracias a un retratista de su localidad, al que observaba en su laboratorio, y que probablemente era amigo de la familia. La fotografía le había calado con la suficiente hondura para incitarle a abandonar sus estudios de mecánica y comenzar su formación en esta aún incipiente forma de expresión.
Pero posiblemente también influyó mucho en él Hermann Wilhelm Vogel, un destacado científico que le dio clases de química durante su formación en ingeniería mecánica, y que, como él, estaba muy interesado en la fotografía y la química del proceso de revelado. Stieglitz había encontrado el reto que buscaba desde su infancia.
Su prestigio empieza a consolidarse
Alfred compró su primera cámara fotográfica en esa época, con 18 o 19 años, y no se lo pensó dos veces: la agarró y se fue de viaje por Europa Central. No solo recorrió Alemania, sino también Italia y los Países Bajos, y, al parecer, aprovechó todas las oportunidades que se le presentaron para retratar a los campesinos con los que tropezó, y también para practicar fotografía de paisajes. Pero poco después, cuando tenía 20 años, su vida dio un nuevo giro: sus padres decidieron regresar a Estados Unidos. Alfred consideró que debía continuar formándose en Europa, así que decidió quedarse en Alemania y aprovechó la ocasión para empezar a dar forma a una colección muy respetable de libros de fotografía que devoró durante la década de los años 80 del siglo XIX.
La lectura de aquellos libros y su conocimiento creciente de los fotógrafos más destacados de la época provocaron que se fuese formando en el interior de Stieglitz la concepción de la fotografía como un arte con una capacidad expresiva equiparable a la de la pintura, la música o la escultura. Así que en 1887 escribió su primer artículo para la revista The Amateur Photographer, iniciando así una colaboración habitual con varias revistas de fotografía alemanas e inglesas. Además, ganó varios premios de fotografía en esta publicación, por lo que su nombre empezó a sonar con cierta fuerza en los círculos fotográficos europeos.
En 1890 Alfred regresó a Nueva York para acatar una orden de su padre, contra su voluntad, y coincidiendo con el fallecimiento de una de sus hermanas pequeñas mientras daba a luz. Así que, de nuevo en Estados Unidos pero ahora con una formación sólida, Stieglitz montó un pequeño pero floreciente negocio de fotografía, y, a la par, siguió publicando sus artículos en las revistas de fotografía estadounidenses y ganando concursos. En esa época, a principios de la década de los 90, compró su primera cámara «portátil», una Folmer & Schwing Speed Graphic de 4 x 5”, y comenzó a ejercer como editor adjunto de la revista The American Amateur Photographer.
Del pictorialismo a la naturalidad
Nuestro protagonista se codeó durante toda su juventud con pintores, escultores y otros artistas, lo que probablemente contribuyó a alimentar en él la necesidad de defender la fotografía como una forma de arte. Las instantáneas que tomó durante la última década del siglo XIX y la primera del XX tenían un marcado estilo pictorialista, probablemente imbuido por la influencia de sus amigos pintores. Experimentó con la luz y las texturas, y continuó acrecentando su fama de experto no solo en fotografía, sino también en otras artes gracias a los artículos que firmaba en The American Amateur Photographer y otras publicaciones.
Pero probablemente el hecho más relevante en el que se vio envuelto en esa época fue la creación de algo a medio camino entre una muestra y un club fotográfico, a la que llamó Photo-Secession, cuyo objetivo era defender una fotografía muy diferente a la que imperaba en aquel momento, y muy cercana a la idea de la fotografía como arte que tenía en mente desde hacía años. La acogida que tuvo esta iniciativa fue muy buena, lo que le animó enseguida a poner en marcha Camera Work, una nueva revista de fotografía en la que podía dar rienda suelta a la visión pictorialista que practicaba y defendía en esa época.
En aquellos años Stieglitz estaba casado con Emmeline Obermeyer, con la que contrajo matrimonio poco después de su regreso a Estados Unidos, pero a la que en realidad no quería. Su enlace había sido propiciado por las presiones familiares, por lo que unos años más tarde, en 1918, se divorció de ella e inició una relación con la pintora Georgia O’Keeffe, con la que se casó en 1924. En aquella época fue poco a poco abandonando el estilo pictorialista que marcó sus primeros años y derivó en una fotografía con un carácter más natural, lo que le llevó a practicar con cierta frecuencia el retrato, e, incluso, la fotografía de desnudos. Además de a O’Keeffe, retrató en numerosas ocasiones a Dorothy Norman, exhibiendo sus instantáneas en algunas de las galerías no comerciales más prestigiosas de la Nueva York de la época.
Su legado
Alfred Stieglitz tenía una salud frágil. Padeció una enfermedad del corazón durante la mayor parte de su vida, pero, aun así, siguió practicando la fotografía prácticamente hasta su muerte, que se abalanzó sobre él en julio de 1946, cuando tenía 82 años. Buena parte de los últimos años de su vida la pasó en su casa de veraneo junto al lago George, en Nueva York, «encerrado» en un cobertizo que había acondicionado como cuarto oscuro para poder continuar experimentando y practicando esa fotografía que él había ayudado a fijar sin discusión no solo como una potente forma de expresión, sino también como un arte. Un arte con mayúsculas.