Derrotado en la batalla de Sedán, capturado por Otto von Bismarck, quién se convertía así en el nuevo amo de Europa, a Napoleón III no le quedó otro destino que el destierro. Gracias a las buenas relaciones mantenidas con la corona británica, a Napoleón le fue posible desplazarse a Londres con su familia y algunos fieles seguidores… pero a la capital inglesa llegaba un hombre atormentado por la enfermedad que finalmente lo llevaría a la tumba.
Desde hacía años, Napoleón padecía una litiasis renal y vesical. Muy probablemente estos trastornos, de por sí molestos, hayan alterado la capacidad de conducción del emperador, como años antes las hemorroides que aquejaban a su tío durante la batalla de Waterloo confabularon para el final desastroso de esos épicos cien días.
Desde su llegada a Londres, los médicos le aconsejaron que se operase pero por tres años Napoleón soportó cateterismos uretrales que sólo lo aliviaban transitoriamente. El encargado de atender al augusto paciente era el doctor Sir Henry Thompson quien aseguraba que la litiasis que afectaba al emperador era del tamaño de una nuez.
El mismo profesional reconoció el heroísmo de Napoleón que toleró el dolor de dicha litiasis mientras se mantenía firme a caballo durante la batalla de Sedán.
Si bien Napoleón no estaba convencido de involucrarse en una guerra con Prusia después de la desastrosa campaña de México, había miembros de la corte (que incluían a la misma Emperatriz) que pensaban que una guerra victoriosa resolvería las presiones de la oposición en Francia.
Sin embargo, los dolores que aquejaban al emperador y que en ciertas circunstancias requerían el uso de opiáceos, evidentemente alteraban su juicio y la coherencia de sus medidas. De todas maneras, para el gran público el tema se mantuvo en secreto.
EXILIO
En el exilio la afección empeoró, razón por la cual no quedó otra opción más que ser operado con poca suerte, ya que el 9 de enero de 1873 Napoleón fallecía en Chislehurt, después de una molesta agonía.
Su cuerpo fue exhibido en Camden Place donde se lo acondicionó para una misa de cuerpo presente en la iglesia católica del lugar. Sus clásicos bigotes fueron encerados para recuperar antiguos esplendores. Curiosamente, no se dispuso ningún signo heráldico que recordarse que el difunto había sido emperador de Francia pero su cadáver lucía el uniforme que había utilizado en Sedán.
El único que llevaba sobre su pecho la Legión de Honor era el joven príncipe Luis Napoleón, que no conocía ni imaginaba su luctuoso destino como oficial del ejército británico durante las guerras contra los zulúes en Africa.
Cientos de franceses fueron a presentar los últimos respetos a su expresidente y emperador que había llevado al país a una posición internacional que estaba más allá de sus posibilidades. Tratar de superar las habilidades de su tío lo llevaron a Napoleón hacia este trágico final .
El entierro se llevó adelante el día 15 de enero en presencia de otros miembros de la familia real ante la digna compostura de la Emperatriz Eugenia de Montijo.
Con Napoleón lll morían las ansias imperiales de Francia después de la humillante derrota de Sedán.
Estas historias nos deben hacer pensar que el pueblo debe conocer el estado de salud de sus gobernantes porque sino batallas como Waterloo y Sedán se volverán a repetir.