Juan Bautista Bairoletto nació en la provincia de Santa Fe, el 11 de noviembre de 1894, en plena Pampa gringa. Hijo de inmigrantes italianos dedicados a las tareas rurales, se afincaron en La Pampa donde Juan Bautista creció trabajando en el campo, apenas sabiendo leer y escribir. En la ciudad de Castex tuvo una disputa con un cabo de la policía, el “turco” Farache, por el amor de una prostituta. El turco lo encerró y lo torturó. Dicen que lo “jineteó” con las espuelas puestas. Cuando volvieron a cruzarse Juan Bautista le disparó al cuello. Aquí comienza la carrera delictiva de Bairoletto que lo llevaría al plano de leyenda. Era el 4 de noviembre de 1919 y Juan Bautista tenías solo 24 años.
Por el asesinato del turco lo persiguieron cuatro policías, pero no lo alcanzaron. El mismo Bairoletto se entregó a la policía 5 meses más tarde. Purgó un año de condena en la cárcel de Santa Rosa y fue declarado inocente. “La actitud de la víctima justifica la acción del procesado”, decía el dictamen. Juan Bautista quedó libre pero no por mucho tiempo, al año lo pusieron preso por perturbar el orden en la vía pública. A lo largo de su vida fue recluido en 19 oportunidades por innumerables sustracciones y asesinatos. Robaba estancias y era despiadado. Su puntería era legendaria, decían que con un disparo de su Winchester podía cortar las riendas de los policías que lo perseguían sin lastimarlos. Era solo parte de la leyenda. Por unos pesos los paisanos le guardaban caballos frescos encerrados en el monte. De allí que las muchas partidas que lo persiguieron nunca pudieron dar con él.
Huyó a Tucumán donde conoció a David Peralta, más conocido como Mate Cosido. Juntos perpetraron asaltos a las sucursales de Bunge y Born, a Dreyfus, y a La Forestal. Llegó al Paraguay y de allí volvió a la Pampa. Era el malhechor más buscado del país, pero ya estaba cansado de huir. Con el dinero mal habido se compró un campo en el sur de Mendoza y tuvo esposa e hijos. Poco les contó de su pasado. Decía que no era mejor no saberlo. También era una forma de olvido.
Hacía años que no perpetraba un robo, pero la policía se la había jurado. No podía salir impune. Al final lo vendió un compañero de fechorías. Siempre hay un Judas que se vende por monedas. La partida rodeó la casa y le pidieron que se entregarse. Se encerró en la casa para pelear con sus pistolas y su Winchester. Había jurado no volver a la cárcel y cumplió su palabra. Se pegó un tiro en la cabeza.
Lo enterraron en General Alvear. En su tumba siempre hay flores. Ha ganado fama de milagrero y hasta hay quien dice que es santo. “San Bautista Bailoretto, la Pampa te ha de vengar”, dice una milonga que canta sus proezas
Quién sabe…