Jean nació el 19 de diciembre de 1910. Huérfano desde bebé, criado entre reformatorios, cárceles y fugas, Genet aprendió pronto la gramática de la exclusión. Pero lo que para la sociedad era caída, para él fue iniciación. No buscó redención sino inversión: si el bien era un hábito burgués, el mal podía ser una forma de lucidez. En su universo, la abyección no significaba una derrota moral, sino una estética, una ética y una teología negra.
Su primera gran misa fue “Notre-Dame-des-Fleurs”[i] (1943), escrita en prisión: una Biblia invertida donde los proxenetas son santos, los asesinos profetas y las prostitutas mártires del deseo. Luego vino “Querelle de Brest”[ii] (1947): marineros, deseo, crimen y un lenguaje que huele a sudor y a incienso. En “Diario del ladrón”[iii] (1949), convirtió su propia biografía en evangelio de la abyección: el delito como vía mística, el deseo como método de conocimiento.
En todas sus obras, el héroe no se eleva: se arrastra con elegancia. Genet fundó una teología de la caída. Sartre lo diría mejor en “Saint Genet, comédien et martyr”[iv]: “Hace de su vergüenza una gloria”. Pero la fórmula se queda corta: Jean no se santificaba por el mal, sino por el estilo. Su sintaxis no pedía perdón; se enroscaba, se masturbaba, se exaltaba. Escribió con la precisión de un orfebre y la furia de un blasfemo.

En el teatro, este paname literato perfeccionó su religión del escándalo. “Las criadas”[v] (1947) es una misa negra doméstica: dos sirvientas que juegan a matar a su empleadora -explotadora-, invirtiendo roles, poder y deseo. En “El balcón”[vi] (1956), el prostíbulo se vuelve teatro dentro del teatro, donde obispos, jueces y generales pagan por representar su propio poder. Genet, en estas obras, evidencia que toda autoridad es un disfraz, que la moral es una escenografía y que el orden se sostiene en pura performance.
“Los negros”[vii] (1958) y “Los biombos”[viii] (1961) llevaron la abyección al terreno de la política y la raza: el teatro como campo de batalla simbólica, donde el cuerpo colonizado recupera la escena y el lenguaje del amo. Aquí la marginalidad no es un tema: es una estructura, una forma de habitar el espacio.
En Genet, el teatro no representa: invoca. El cuerpo no actúa: se consagra. La abyección se vuelve ceremonia. Lo repulsivo se refina hasta volverse bello. La belleza, en cambio, se ensucia hasta adquirir verdad.
Para él, el erotismo era una estrategia de insurrección. El cuerpo no ama: conspira. Cada beso es una blasfemia, cada mirada un desafío al poder. En “Querelle de Brest”[ix], la homosexualidad no es un secreto, sino un arma poética. Amar es desobedecer. Desear es escribir contra la ley. El placer, cuando se vuelve visible, desmantela la hipocresía del orden moral.
En los años 60 llevó su estética de la abyección a la calle. Apoyó a los Panteras Negras en Estados Unidos, caminó con los palestinos, escribió desde los campos de refugiados. “Un cautivo enamorado”[x] (1986) es testamento y despedida: una mezcla de elegía política y poema erótico. Su solidaridad no fue caridad: fue identificación radical. El delincuente comprendía mejor que nadie la dignidad del oprimido.
Genet no militaba: performaba su ética. Sabía que escribir podía ser tan peligroso como un atentado. Su literatura era –y sigue siendo- una forma de acción directa. Cada frase era –y seguirá siendo- un sabotaje moral, una rosa envenenada lanzada al rostro del poder.

Murió el 14 de abril de 1986, solo, en un hotel en París. -Final coherente para quien hizo de la soledad un método y de la exclusión un espejo-. Lo enterraron, por expreso pedido suyo, en Larache, Marruecos, orientado hacia La Meca: un último gesto de herejía estética. Francia, madre severa, lo perdonó demasiado tarde, con premios que olían a penitencia. Jean no necesitaba absolución: su gloria estaba en la mancha.
Leerlo es asistir a un incendio moral gozoso. Mirar la sociedad desde la obscenidad de su intersticio. Ver que la suciedad también brilla, que el dolor, cuando se escribe con estilo, se transforma en belleza. Su obra deja una lección que ninguna academia aprendió: lo abyecto puede ser conocimiento; el arte puede brotar del basural; el lenguaje, cuando se corrompe, recupera su verdad política.
Jean Genet, enfant maudit, hizo del arte una ceremonia del oprobio, del cuerpo una cárcel gozosa y del teatro una misa negra. Su lema podría haber sido: “Adoro lo que el mundo desprecia, porque ahí se esconde su verdad”.

[i] https://lamalcria.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/09/genet-jean-nuestra-senora-de-las-flores.pdf
[ii] https://es.scribd.com/document/351666831/Querelle-de-Brest-Jean-Genet
[iii] https://es.scribd.com/document/710124070/Genet-Jean-1983-Diario-del-ladron
[iv] https://es.scribd.com/document/444069187/san-genet-comediante-y-martir
[v] https://es.scribd.com/document/539922021/Genet-Jean-Las-Criadas
[vi] https://es.scribd.com/document/376115209/El-Balcon-j-Genet
[vii] https://es.scribd.com/document/344214145/Los-Negros-Jean-Genet
[viii] https://archive.org/details/lesparaventsthes0000jean/page/n5/mode/2up
[ix] https://es.scribd.com/document/351666831/Querelle-de-Brest-Jean-Genet
[x] https://archive.org/details/prisoneroflove0000gene (en inglés)
Links a su poesía: