Tokyo es una ciudad con un ritmo frenético y una paz notable a la vez; es apabullante y admirable. Hay mucha gente en la calle y en movimiento en todos lados todo el tiempo. Pero no hay caos. Tokyo es una ciudad muy ordenada, con engranajes que la hacen funcionar de manera perfecta y continua sin ninguna nota fuera de tono.
El tránsito es abundante pero ordenado; dada la extensión de la ciudad y la cantidad de gente hay quizá menos autos que los que uno imaginaría. Las avenidas muestran el congestionamiento lógico aunque nunca caótico, pero las calles laterales lucen tranquilas, casi sin vehículos, hasta solitarias en algunos casos.
La gente viaja en tren y en metro; menos, en bus, menos aún en taxi. El transporte público es tan bueno y eficiente que usar el auto no tiene mucho sentido; los estacionamientos son muy caros y se tarda mucho más moviéndose en auto propio que en tren o en metro. Hay una línea de tren (Yamanote line) que tiene un trayecto circular, así que aunque uno se equivoque y tome el tren hacia el lado equivocado igual termina llegando al lugar al que quería ir. De todas manera, es difícil equivocarse: las pantallas y carteles indicadores en todas las estaciones son tantas, tan precisas, tan frecuentes, que es imposible ir hacia un lugar erróneo o subirse al tren equivocado. Casi no hay estaciones “solitarias”, todas tienen conexiones con otras líneas de tren o de metro. La línea circular tiene 30 estaciones y recorre así todos los barrios centrales de Toky, y no hay un lugar en Tokyo al que no se pueda llegar tomando esa línea o conectando desde ella con alguna otra línea de corto trayecto.
En Tokyo hay mucho de todo. El impactante palacio imperial, inaccesible para los ciudadano salvo dos días al año (el día del cumpleaños del emperador y el día de año nuevo). Los elegantísimos y suntuarios shoppings y comercios de Ginza. Akihabara, el mundo de la cultura otaku de los videojuegos, el manga-animé y los frikis, con las jovencitas (y no tanto) disfrazadas como personajes del manga, maids infantilizadas y bizarras. El teatro kabuki en Ginza, con sus funciones diarias desde horario temprano. El loquero comercial de Ikebukuro. La paz del imponente parque y bosque del shrine Meiji, con sus ofrendas y su silencio. El incesante movimiento alrededor del templo Senso-ji en Asakusa, con sus calles angostas llenas de comercios, restaurantes y jóvenes parejas caminando con kimonos alquilados. La impactante Sky Tower, con sus 634 metros de altura y su mirador desde el cual se observa la ciudad en 360 grados. Shinjuku, corazón de la ciudad, con Godzilla acechando tras los rascacielos, la publicidad callejera tridimensional más impactante y el City Hall, un complejo de torres ultramodernas con otro impactante mirador desde el cual hasta puede verse el escurridizo monte Fuji. Golden City, la parte más antigua de Tokyo, hoy algo así como el “lado B” de la ciudad, con tugurios de música en sótanos a los que se ingresa por oscuras escaleras angostas y fondas de puertas cerradas con la mejor comida local alejadas de turistas. Shibuya, con su famoso cruce, en el que cruzan unas en las horas pico unas dos mil personas en una conjunción de caos y sincronización casi inconcebible. Ueno, con la feria de Ameyoko, bajo las vías, en las que se puede encontrar todo, desde comida callejera de variedad interminable hasta pequeñas galerías de arte. La Tokyo Tower, de 333 metros de altura, emulando a la torre Eiffel. El barrio rojo de Ksbuki-cho. El impresionante panorama de rascacielos del distrito financiero. La bahía, desde la cual se observa la silueta de los edificios con diseños arquitectónicos ultramodernos y originales. La superabundancia de gachas y de tecnología de Akihabara. Shinagawa, junto a la bahía, y la isla Tennozu, con su paseo marítimo, sus tiendas, una elegante cervecería y restaurantes con vistas al agua, el parque, el templo Sengaku-ji, con las tumbas de 47 samurais, los puentes sobre el río Meguro bordeado por cerezos.
Algo más lejos, en la base del monte Fuji, el bosque Aokigahara, “el bosque de los suicidas”, en el que los árboles detienen el viento y el silencio es absoluto. Y el monte Fuji, de 3.776 metros de altura, imponente, enigmático, reticente a ser visto, cuya cara cambia en cada estación y hasta en cada minuto, tapado por nubes que se empeñan en preservar su intimidad, enorme dueño de las imágenes de Japón que quedan grabadas en la memoria. Hakone y el lago Ashi, la belleza del paisaje montañoso a media hora de Tokyo en el tren bala.
Osaka es otra ciudad enorme (su área metropolitana tiene 19 millones de habitantes, y su núcleo central 2,7 millones), con muchas cosas que impactan: la enorme ciudad-estación de Osaka tiene laberintos interminables de gente, tiendas, hoteles, trenes y rutas encontradas. El castillo, emplazado en un parque extenso y de una gran belleza. El puerto y la bahía, con el acuario y la Tempozan harbour village. La Torre Tsutenkaku, de 103 metros de altura y construida en 1912, un verdadero reducto de la historia de la ciudad y de todo lo antiguo, un muestrario de recuerdos y cosas raras, empezando por Billiken (como la revista), “el dios de las cosas como deben ser”, todo en el barrio Shinsekai, un barrio vintage encantador y lleno de cosas interesantes. Dotonbori, alrededor del canal, con los carteles de neón, el famoso cartel de Glico-Man de 1935, y su calle principal Shinshaibasi, con cientos de comercios, lugares de entretenimiento, gachas por todos lados, restaurantes y bares donde las noches son interminables porque la gente nunca se va.
Kyoto, con sus templos, el Kinkaku-ji, el templo dorado, construido en el siglo XIV, la comida callejera, las calles angostas en desnivel, los bosques de bambú. Sanjusangen-do, el templo de los 28 guerreros que protegen a los 1001 budas.
Kobe, su puerto alucinante, su Kobe Port Tower de 108 metros con su mirador panorámico y su interior repleto de arte y delicadeza. El memorial del terremoto de 1995, el paseo marítimo y su mini-ciudad para niños.
Nara, esa bellísima ciudad de enormes parques, templos y shrines, en la que los ciervos andan por la calle, se acuestan en el asfalto entre los autos y caminan entre la gente sin el menor problema.
Japón no es Tokyo ni Osaka, por supuesto.
Pero sí lo es, por supuesto.
Japón es inabarcable, abrumador, apabullante.
Japón es, sin embargo y a la vez, pacífico, rutinario y silencioso.
Vale la pena darse una vuelta.
Si es acá nomás…