La fatal coincidencia
Humberto I de Saboya (1844-1900), Rey de Italia desde el 9 de enero de 1878, tuvo un final que por fuerza ha de darnos cierto escalofrío en la espalda.
El 28 de julio de 1900, el rey Humberto I se encontraba cenando en un restaurante de la localidad de Monza, a la que había acudido para presidir un concurso de atletismo que allí se celebraba. En ese restaurante, tuvo la sorpresa de su vida: el dueño, que había acudido personalmente a darle la bienvenida a su establecimiento, era físicamente idéntico a él… hasta el punto de que los presentes creyeron ver gemelos que solo se distinguían por sus trajes.
Intrigado por semejante encuentro, el rey le preguntó por detalles de su vida: resultó llamarse igual que él, habían nacido en la misma fecha y misma ciudad (Turín, la vieja capital de los Duques de Saboya) y sus esposas llevaban el mismo nombre de pila, Margherita, con las que se habían casado el mismo día. Como guinda final a tal cúmulo de extrañas coincidencias, resultó que Humberto I había sido proclamado rey el mismo día en que su alter ego (o su Doppelgänger como dirían los alemanes) inauguraba su restaurante.
Muy divertido, el monarca salió del restaurante despidiéndose calurosamente del dueño e invitándole formalmente a que viera con él, la competición que iba a celebrarse en el estadio, desde el mismo palco. Las curiosas coincidencias fueron prontamente contadas a todo el séquito que acompañaba al rey.
Al día siguiente, acudió al evento por el cual se encontraba en Monza. En el curso del mismo, el monarca se extrañó al ver que el asiento que había reservado a su doble seguía vacío. Poco después su ayudante, con gravedad, le comunicó que su invitado Humberto, el dueño del restaurante donde habían cenado la noche anterior, acababa de fallecer asesinado de un pistoletazo a las puertas del estadio.
El soberano, mientras dejaba el palco y se dirigía a su carruaje, asombrado a la par que inquieto por la noticia, apenas pudo percatarse cómo un anarquista italo-americano que respondía al nombre de Gaetano Bresci surgía de entre la multitud para dispararle tres veces casi a bocajarro, dándole muerte.
Era la tercera vez que Humberto I sufría un ataque terrorista. En noviembre de 1878, un tal Giovanni Passannante, anarquista también, intentó matarle durante un desfile que presidía en Nápoles; todo se redujo a un buen susto para él, pero para su primer ministro Benedetto Cairoli, las heridas fueron graves. El segundo se produjo en 1897: Pietro Acciarito quiso apuñalarle durante una visita en las inmediaciones de Roma y también fracasó.
Como reza el dicho, a la tercera va la vencida. Pero, desde luego, se trata de una sincronicidad que le hiela la sangre a cualquiera.
En cuanto al Doppelgänger (el doble fantasmagórico de una persona viva, traducido como doble andante), pertenece a las mitologías nórdica y germánica, y no suelen ser de buen augurio para quien lo vea. Éste no suele tener sombra propia como tampoco suele reflejarse en los espejos y la superficie del agua. Popularmente, se cree que son portadores de malas noticias para quien sufra dicho encuentro: generalmente, le anuncia su propia muerte y, en menor medida, una enfermedad inminente.
Claro que, en el caso del rey Humberto I, ¿se trató realmente de un doppelgänger?
Las circunstancias o errores que rodearon su muerte llevaron al fatal desenlace: primero renuncia a llevar por debajo de su traje la hermilla o malla de acero que suele ponerse para protegerse de los repetidos intentos de asesinato que planean los anarquistas contra su persona, y luego pide que su carroza sea descubierta por causa del agobiante calor del día. Acompañado por dos generales, se despide de la reina para dirigirse a su carruaje atravesando la multitud que se agolpa para saludarle gritando vivas, mientras suena la marcha real interpretada por la banda de música. El regicida Bresci, que lleva dos días en Monza preparando su cometido, aprovecha la confusión para disparar contra Humberto I con una pistola de cinco balas. Con tres disparos muy seguidos, Bresci da en el blanco: el rey recibe una bala en la espalda, la segunda le perfora un pulmón y la tercera, certera, en pleno corazón.
Humberto I ni siquiera se percata que le han herido de muerte: “No es nada, sigamos!”
Dos segundos después se desploma: “Rápido, creo que estoy herido!”… Al poco muere.