1. Preludio: el gesto que interrumpe la partitura
En el silencio expectante de una sala de conciertos, antes de que la primera nota estalle, hay un instante de poder absoluto. Es un poder que no se impone con gritos, sino con el leve movimiento de una muñeca, con el arco de un brazo que traza una geometría invisible en el aire. Ese instante, históricamente, ha pertenecido a hombres —altos, solemnes, vestidos de frac— cuya autoridad no se cuestionaba. Hasta que, en algún momento de las últimas dos décadas, en medio de un ensayo o una presentación, esa figura cambió de forma y de género: Alondra de la Parra ocupó ese lugar. Y su gesto, lejos de reproducir la coreografía de la tradición, propuso otra forma de dirigir: menos marcial, más dialogante, sin perder un ápice de precisión.
Podría parecer solo una variación estética, pero es una fractura política. La dirección orquestal no es neutra: es un escenario condensado de la historia de la autoridad occidental. Requiere no solo competencia técnica, sino la capacidad de habitar y encarnar —para usar la terminología de Judith Butler— una “performatividad de la autoridad” que la tradición ha codificado como masculina¹.
2. Biografía en contrapunto
Alondra de la Parra nació en Nueva York en 1980, pero a los dos años fue nacionalizada mexicana y trasladada a Ciudad de México. Creció en un entorno en el que la música y la narrativa no eran actividades accesorias, sino la materia prima de la vida: su padre, Manelick de la Parra Vargas, guionista y director de cine; su abuela, Yolanda Vargas Dulché, una de las escritoras e historietistas más influyentes de México; su tía, Emoé de la Parra, actriz; su hermano, Mane de la Parra, cantante y actor. En ese ecosistema cultural, empezó a tocar el piano a los siete y el violonchelo a los trece, lo que la dotó de una doble perspectiva instrumental que más tarde se filtraría en su concepción de la orquesta como organismo plural.
Tras estudiar en el CIEM de México, ingresó a los diecinueve años como becaria en la Manhattan School of Music, donde obtuvo la licenciatura en piano bajo Jeffrey Cohen y la maestría en dirección orquestal con Kenneth Kiesler, ambas con honores. El currículum impresiona, pero lo verdaderamente significativo es la manera en que Alondra fue construyendo un repertorio que se desviaba de la ruta marcada: fundó en 2004 la Orquesta Filarmónica de las Américas con el fin de promover a compositores y solistas latinoamericanos. No se trataba solo de un gesto de representación, sino de una intervención directa en el canon.

3. La política del podio
La dirección orquestal es, como diría Pierre Bourdieu, un “campo” saturado de capital simbólico: quien ocupa el podio no solo controla el tempo y la dinámica, sino la narrativa misma de lo que es y no es música “seria”². Durante siglos, esa autoridad se legitimó por la masculinidad de quien la encarnaba. La batuta, más que una herramienta técnica, fue un cetro.
Cuando Alondra de la Parra asume ese espacio, lo hace consciente de que cada movimiento de su cuerpo —el vestido que elige, el modo en que sonríe o frunce el ceño— será leído bajo una lupa de género. En una entrevista, señaló: “La música clásica y el rol de director se forjaron con estereotipos masculinos, patriarcales y obsoletos”. Aquí, su presencia no es mera inclusión: es una desestabilización de la gramática corporal del poder.
4. Resistencias y trampas del reconocimiento
Como Marin Alsop ha señalado, “me deja estupefacta comprobar que todavía hay primeras veces para las mujeres en el siglo XXI”. Ser la primera mujer en dirigir la Orquesta Sinfónica de Queensland en 2017 es un hito y, al mismo tiempo, una evidencia de la lentitud con que las estructuras ceden. El riesgo del “tokenismo” —ese mecanismo que, como advierte Rosabeth Moss Kanter, convierte a una mujer visible en excusa para no cambiar nada de fondo³— es constante.
En el caso de Alondra, su estrategia ha sido ocupar el espacio y, simultáneamente, reescribirlo: no limitarse a ser la excepción que confirma la regla, sino convertir cada proyecto en una ampliación del mapa. Esto se ve en su insistencia en programar compositores latinoamericanos, en el equilibrio entre repertorio clásico y contemporáneo, y en su convicción de que la música es también una herramienta política.
5. Redes transnacionales de mujeres en la dirección
El trabajo de Alondra no ocurre en un vacío, sino dentro de una red informal de directoras que, desde Finlandia (Susanna Mälkki) hasta Estados Unidos (Alsop), comparten una batalla contra las inercias del campo musical. En 2018, un estudio revelaba que menos del 6% de las principales orquestas del mundo eran dirigidas por mujeres de forma titular. La cifra, más que una estadística, es un mapa de exclusión.
Estas redes no solo intercambian repertorios y consejos, sino que encarnan lo que la teórica Chandra Talpade Mohanty llama “feminismo transnacional”: una alianza que reconoce diferencias culturales y, sin embargo, actúa contra estructuras opresivas compartidas⁴.

6. Pandemia y creación: la Orquesta Imposible
El confinamiento de 2020, lejos de inmovilizarla, llevó a Alondra a concebir la Orquesta Imposible: un proyecto que reunió a músicos de distintos continentes para recaudar fondos destinados a mujeres y niñas en riesgo en México. Aquí, la noción de orquesta se desplaza del espacio físico a la comunidad virtual; la música se vuelve acto de cuidado y resistencia.
En términos feministas, podríamos leer esta obra como un ejercicio de “economía del cuidado” —la música como trabajo que sostiene la vida, no solo como espectáculo—, desmontando así la dicotomía entre arte y acción social.
7. Coda: reescribir la orquesta
Alondra de la Parra no pretende “abrir puertas” para otras mujeres, sino, en sus propias palabras, “reconstruir el edificio” de la música clásica. Su batuta no solo marca compases: cuestiona la arquitectura jerárquica del concierto, el repertorio eurocéntrico, la idea misma de autoridad en la música.
Si la orquesta es una metáfora de la sociedad —con su estructura jerárquica, sus voces dominantes y sus silencios impuestos—, entonces la labor de Alondra consiste en reorquestar esa partitura para que lo inaudible se vuelva audible. No se trata solo de ocupar el podio, sino de cambiar para siempre la música que desde allí se toca.
Notas
1. Butler, Judith. Gender Trouble. Routledge, 1990.
2. Bourdieu, Pierre. La distinción. Taurus, 2002.
3. Kanter, Rosabeth Moss. Men and Women of the Corporation. Basic Books, 1977.
4. Mohanty, Chandra Talpade. Feminism Without Borders. Duke University Press, 2003.