Al igual que muchos de mi generación, crecí leyendo a Isaac Asimov, autor de una obra inabarcable. De su pluma brotaron cientos de libros sobre física, química, historia y ciencia ficción, en una labor incesante que se extendió por cuatro décadas. Con Asimov aprendimos sobre la estructura de los átomos, el ADN, la historia del mundo y los viajes al espacio, explorando el universo con tecnologías que no se conocían (y que, en algunos casos, aún desconocemos ).
Con Asimov crecimos mirando a las estrellas. No es extraño que hoy, una generación de directores y guionistas vuelva a sus libros como fuente de inspiración. Obras ambiciosas como Serie de la Fundación, Robots e Imperio, El hombre bicentenario, han sido llevadas a la pantalla.
Mucho de lo que escribió desde 1950 hasta su muerte, el 6 de abril de 1992 (a causa de complicaciones derivadas del sida adquirido por una transfusión), se ha convertido en realidad o promete serlo en poco tiempo. Entre sus predicciones están las computadoras personales, Internet, robots automatizados, vuelos espaciales, ingeniería genética, energía solar y cambios demográficos.
En un volumen publicado en 1950, que incluía cinco cuentos y cuatro novelas cortas, expuso sus tres leyes de la robótica:
1- Un robot no debe hacer daño a un ser humano ni permitir que sufra daño por inacción.
2- Un robot debe cumplir órdenes de seres humanos, a menos que entren en conflicto con la primera ley.
3- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida que esa protección no vaya contra la primera o la segunda ley. Esta normativa, expresada con la elegancia de una fórmula química (que era su especialidad), ha sido repetida durante más de 70 años, a pesar que la propia Serie de los robots plantea situaciones que las ponen en duda.
Entonces, la inteligencia artificial era una fantasía lejana, aunque Arthur C. Clarke ya la había planteado en otro clásico de la ciencia ficción: 2001: Odisea del espacio (llevada al cine en la magnífica película de Stanley Kubrick). En esta historia, la computadora de la nave “Discovery One” ataca a uno de los tripulantes y después desobedece al comandante, quien se ve obligado a desconectarla.
Lo que antes era una discusión teórica hoy se ha convertido en un dilema mortal donde drones y máquinas robóticas han convertido a las batallas en conflictos computarizados. La ética de los robots es tan incierta como lo era durante la disputa ficcional entre los dos escritores. Asimov también introdujo el concepto de la psicohistoria, basada en la teoría de la cinética de los gases: no se puede predecir la ubicación exacta de una partícula (en este caso, una persona), pero sí la de los grandes grupos.
En su Serie de la Fundación, la psicohistoria, basada en cálculos estadísticos, principios de psicología y conocimientos técnicos e históricos, predice la caída de un imperio galáctico. El mismo Asimov hablaba de probabilidades de ocurrencia y nunca de certeza, alertando sobre el peligro de que la acumulación de datos (big data) no solo permita predecir el comportamiento, sino también provocarlo.
Quizás no hagan falta hacer elucubraciones muy elaboradas, porque sabemos que ningún imperio ha sido eterno. Todos han tenido su auge, esplendor, decadencia y caída. Son muchas las causas que llevan al colapso, pero siempre intervienen la vanidad, la codicia y la arrogancia, partes constitutivas de la condición humana. Somos, como decía Platón, esclavos de nuestras pasiones. Y así será en EEUU., Rusia, China y en el último rincón del universo.
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Esta nota fue publicada en Clarín