Las autopsias de Don Simón Simón Bolívar (1783- 1830)

El presidente Avellaneda, al proponer el retorno de los restos del general San Martín, después de 27 años de espera, escribió “Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir”.
Como frase, es movilizadora, pero no estoy tan seguro que sea cierta. Al menos, no creo que lo haya sido en el caso del otro Libertador de América, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco.
A Bolívar se le atribuye (sin que exista documento que así lo sostenga) la frase: “He arado en el mar”. Frase que pinta su percepción escéptica del futuro americano, dicha ante la conflictiva situación política que debió enfrentar empujándolo a renunciar a la presidencia y marchar al exilio, algo no logró, pues la muerte lo sorprendió en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, Colombia.
Lo de sorpresa es también una licencia poética ya que para entonces su salud estaba muy deteriorada y era evidente que su fin se aproximaba .
Después de haber sido aceptada su renuncia a la presidencia el 27 de abril de 1830, Bolívar veía como su idea de crear una confederación americana, se veía diluido por guerras intestinas.
Meses antes, había sobrevivido a un atentado frustrado por la oportuna intervención de su amante, Manuela Sáenz (1797-1856). Hostigado, desalentado y frustrado en sus sueños, solo pensaba en dar un paso al costado. De allí está expresión de “arar en el mar y sembrar en el viento “que se le atribuye.
Para colmo, su salud se había deteriorado, al llegar a tierra colombiana, apenas pesaba 47 kilos. Por esta condición se vio obligado a detenerse en Santa Marta (la primera ciudad fundada de Colombia). Allí conoció al Dr. Alejandro Próspero Révérend, un ex soldado de Napoleón que estudió medicina, pero se vio obligado a abandonar Francia por cuestiones políticas. Révérend revalidó su título en Colombia y ejerció con éxito su profesión. De hecho, Bolívar había depositado exageradas expectativas en Reverend por su bien ganado prestigio.
Sin embargo, y a pesar de una mejoría del paciente, el doctor no tenía muchas esperanzas. Igualmente convocó al médico norteamericano Mac Night, cirujano del US Grampus, una nave que escoltaba al general por el curso del río Magdalena. La comitiva del Libertador solicitó un lugar más tranquilo para alojarlo, razón por la cual fue trasladado a la Quinta de San Pedro Alejandrino.
Consciente de la importancia de documentar el caso, Révérend hizo una minuciosa historia clínica que fue publicada en París 36 años más tarde. Como el general mantenía un exagerado optimismo y no ponía orden a sus asuntos mundanos, los generales Montilla, Carreño y Silva hablaron con Révérend para que convenciera a su paciente de redactar un testamento y dirigir una última proclama a los pueblos americanos que concluía con un impactante: “Si mi muerte contribuye a la unión…yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Y así lo hizo, el 17 de diciembre de 1830, después de haber mantenido una discusión a puertas cerradas con el obispo Estévez de Santa Marta ya que la Iglesia había excomulgado al Libertador. Dicen que de esta reunión salió visiblemente agitado y se dirigió a su leal mayordomo, José Palacios, diciendo:
“¡Maldita sea! ¿Cómo saldremos de este laberinto?”
La historia las han consignado como sus últimas palabras y García Márquez las utilizó para titular una novela sobre los días finales del general
Révérend propuso a los acompañantes hacer una autopsia para confirmar su diagnóstico. Todos estuvieron de acuerdo. En ella el doctor detalla el estado caquéctico de don Simón y llegó a la conclusión que su fallecimiento se debió a una tuberculosis fibro-ulcero-cavernosa. Después procedió a vestir su cadáver que sería colocado en una cripta de la Catedral de San Marta perteneciente a la familia Díaz Granados. El deseo de Bolívar de ser enterrado en Caracas se vio postergado 12 años por la complicada situación política.
Sin embargo, por años se difundió la sospecha de que Bolívar había sido envenenado. ¿Por quién? La única posibilidad se dio el 12 de diciembre cuando llegó a Santa Marta un coronel francés llamado Luis Perú de Lacroix con una carta de Manuela Sáenz para su amado Simón. Lacroix se enteró que en la casa del obispo Estévez se encontraba el Dr. Ezequiel Rojas, uno de los conspiradores que había intentado asesinar a Bolívar dos años antes. Enseguida fue apresado y enviado a Bogotá. ¿Cabe la posibilidad que el tal Rojas haya accedido a la finca donde agonizaba el Libertador? La probabilidad era remota.
Sin embargo, algunas versiones conspirativas subsistieron y de ellas se hizo eco el presidente Chávez quien ordenó una nueva autopsia del Libertador para descartar un posible envenenamiento.
El cadáver del general había sido trasladado a Caracas en el año 1842 a instancias del presidente Páez. El mismo Dr. Révérend fue el encargado de entregar los restos a la comitiva, hecha la excepción del corazón que permaneció en Santa Marta con la venia del gobierno venezolano.
Al llegar a la catedral de Caracas los restos fueron examinados por el Dr. José María Vargas y colocados en una urna junto a los restos de sus padres, su esposa y su hermana María Antonia.
En 1947, un Dr. José Izquierdo denunció que en la cripta de la familia Bolívar había encontrado en el suelo un cráneo trepanado, diciendo que pertenecía al Libertador, y su urna había sido profanada por algún insano. Sin embargo, la cuidadosa investigación ordenada por el Congreso determinó que dicho cadáver pertenecía a Josefa Tinoco, la esposa de Juan Vicente Bolívar, el hermano del Libertador.
Como dijimos, el presidente Chávez ordenó una nueva autopsia en el año 2010 cuyo informe, a cargo de la Dra. Yancelis Cruz (jefa de la división de anatomía patológica forense) fue formulado el 24 de julio del año 2012 donde mediante estudios microbiológicos se determinó que no había muerto ni de tuberculosis, ni sífilis, ni Brucelosis, ni malaria, ni leishmaniasis ni de paracoccidioidomicosis, afecciones comunes de la época que podrían ser los diagnósticos diferenciales del cuadro clínico descripto por Révérend.
También se precedió al examen toxicológico pues las versiones del asesinato sostenían que el Libertador había sido envenenado con arsénico. Si bien se encontraron indicios de dicha sustancia de ninguna manera estás concentraciones podrían haber sido la causa de su muerte.
Lo único que se encontró fue un hongo llamado Histoplasma capsulatum, que da un cuadro respiratorio parecido a la tuberculosis .
Como vemos, la nueva autopsia no pudo confirmar la hipótesis conspirativa y aunque oficialmente descarta la tuberculosis, me cabe la duda profesional si la ausencia de micobacterium entre los ajetreados restos del Libertador es suficiente prueba para negar el diagnóstico del Dr Révérend. ¿No había este inyectado sustancias para preservar los restos de Bolívar?
Toda esta movilización mortuoria con intenciones políticas alrededor de un cadáver no es la primera ni será la última en la historia de las naciones, de allí mis dudas sobre la realidad de la afirmación del Dr Nicolás Avellaneda, emocionante y movilizadora pero que no necesariamente se adecuan a las azarosas, impredecibles y muchas veces irracionales voluntades de los hombres.
Solo nos cabe recordar la frase de Freud donde convergen Eros y Tantos convirtiendo a los cadáveres en “poderosos señores”, aunque eso no alcance para asegurar un porvenir auspicioso a las naciones que ellos liberaron.

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