“La música amansa a las fieras” es una expresión que tiene origen en la leyenda de Orfeo, hijo de Apolo y de una de las musas, Calíope. Cuentan que, al cantar y ejecutar la lira, Orfeo detenía el fuego del Hades y aplacaba la furia de los animales más feroces, incluyendo los hombres.
Fue Pitágoras quien intentó usar la música para tratar las dolencias del alma, ya que sostenía que ésta se rige por los mismos principios matemáticos de la música. Hoy estos principios han dado lugar a la musicoterapia, que pretende si bien no curar, mejorar las condiciones de ciertas enfermedades.
El caso más conocido por utilizar este recurso es el de Carlo Maria Michelangelo Nicola Broschi, conocido como Farinelli (por el nombre de una rica familia napolitana que lo asistió al comienzo de su carrera), sin dudas el cantante más célebre del siglo XVIII, quien a lo largo de más de 3.000 noches (las versiones van de 3.200 a 3.600) veló por el sueño no de uno, sino de dos reyes de España.
Felipe V había accedido a la corona del imperio después de las guerras de sucesión a la muerte de Carlos ll, llamado El Hechizado. Cuando Farinelli arribó a España en 1738, convocado por la reina consorte, Isabel de Farnesio, la corte estaba convulsionada por el estado de ánimo del rey, quien no solo había dejado de lado sus tareas reales, sino que no se levantaba de la cama ni se bañaba ni se cambiaba la ropa… Un verdadero desastre.
Farinelli, este castrato con la tersura de la voz de una soprano, pero con la fuerza de un tenor (al castrarlo las cuerdas vocales no se engrosan como pasa con los adultos mayores por efecto de la testosterona y así contienen su brillo juvenil, pero el desarrollo torácico le da una sonoridad muy especial a la voz) comenzó a cantar todas las noches desde el 28 de agosto de 1738 al 9 de julio de 1746. A lo largo de esas noches muchas canciones se repetían como “Pallido il sole” de Johann Hasse (1699-1783) o “El ruiseñor” de Giacomelli (1692-1740).
Hasse fue un músico alemán muy conocido en su época, a quien le atribuyen el haber pronosticado su propia decadencia al conocer al joven Mozart. Al escucharlo ejecutar su obra dijo: “Este niño nos hará caer a todos en el olvido”.
Geminiano Giacomelli compuso 19 óperas pero solo “Semiramide riconosciuta” se representa con cierta frecuencia.
Algunos historiadores incluyen entre las melodías que vencieron a la melancolía del monarca al aria “Lascia ch’io pianga”, obra que Farinelli conoció durante su estadía en Londres, cuando Händel era un destacado compositor de la corte de Inglaterra. Les recomiendo, queridos lectores, que vean en la película de Gérard Corbiau (de 1994), la escena cuando Farinelli interpreta esta obra ante una conmovida concurrencia, mientras evoca el cruel proceso de castración (si bien algunas versiones sostienen que en su caso la privación de testes se debe a un accidente).
Farinelli cantaba todas las noches, aunque empezaba tarde porque Felipe tenía el ritmo circadiano invertido y generalmente cenaba a las 5 de la tarde y después escribía su última carta a las 6.30. Farinelli empezaba a cantar a la 1 de la mañana, o a veces a las 2 o 3, y seguía hasta el amanecer.
La primera vez que lo escuchó, el rey se dirigió a Farinelli y sin vueltas le espetó: “¿Qué quieres para cantarme todas las noches?” Y éste le respondió: “que su majestad se levante de la cama, se afeite, se vista y cumpla su deber de rey”. Al día siguiente, después de años de estar postrado, Felipe se levantó y cumplió con sus tareas del día.
La gratitud fue enorme. El rey español le pagó lo mismo que le iban a abonar en Londres y además lo nombró ministro, cargo que Farinelli rechazó. Llegó a ganar 135.000 reales de oro por año. Una cifra extraordinaria.
Felipe V había caído en este pozo depresivo después de ser durante años un príncipe generoso y un gran guerrero. En 1714 había invadido Cataluña y durante sus primeros años como rey se manejó con inteligencia y determinación hasta que cayó en este pozo a raíz de la muerte de su hijo Luis.
A diferencia de otros músicos que vivían con la servidumbre, tal el caso de Mozart, Carlos Broschi habitaba el palacio real (entonces los Borbones habían dejado las lúgubres dependencias del Escorial por las más amables del Palacio de La Granja en Aranjuez) y hasta cenaba con el rey y la reina, que lo aceptaban como otro miembro de la familia.
Su función era cantar cada noche junto a un trio de cuerdas. La leyenda dice que repetía las mismas canciones todas las noches, pero es muy probable que a lo largo de 9 años cambiase de repertorio.
Con la muerte de Felipe, Fernando VI, le asignó nuevas tareas a Farinelli pues debía preparar los espectáculos en el palacio y las óperas que se interpretaban en Madrid.
Uno de estos espectáculos era un reminiscencia de la “Música Acuática” que Häendel había montado en Londres, con orquestas paseando sobre naves que navegaban por el Támesis bajo la incierta luz de las velas.
La vida sentimental de los castrati siempre fue objeto de diversas historias, a veces exageradas. Se dice que solían cortejar a las damas que se sentían atraídas por su prestigio y también porque tenían la indudable ventaja de no deparar sorpresas desagradables, como embarazos indeseados…Farinelli era muy discreto en sus aventuras galantes, pero otros castrati, como Cafarelli, tuvieron varios problemas con maridos celosos.
La muerte de la esposa de Fernando, la princesa de Braganza, obró el mismo efecto demoledor que el fallecimiento de su primogénito (Luis l de España, el monarca que menos duró en el trono ibérico) había causado en su padre.
El médico real, Andrés Piquer, lo hizo encerrar en el palacio de Villaviciosa para que no se dispersase la voz de su locura, pero el médico no prescindió de Farinelli, quien se quedó al lado del rey, cantando todas las noches como lo había hecho con su predecesor, hasta que un año después de la muerte de la reina, Fernando falleció y fue reemplazado por su hermano Carlos III. Este, que no padeció ningún episodio depresivo (muy por el contrario), tomó la resolución de despedir a Farinelli. Cuentan que no fue muy elegante: “Nada de capones en la corte” dijo, y Farinelli volvió a su Nápoles natal con su fortuna, donde vivió cómodamente recibiendo la visita de personajes que querían conocer al legendario castrati como un tal Mozart.
En 1782, a los 77 años, falleció Carlos Broschi, Farinelli, el cantante cuya voz había vencido hasta a la misma melancolía.