Un médico en Little Bighorn

Pocas derrotas han sido contadas de tantas formas distintas. Parece una compulsión a la repetición para asumir cómo una banda de salvajes pudo ultimar a uno de los oficiales más conocidos de Estados Unidos y parte del legendario 7º Regimiento de Caballería.
Era el triunfo de la barbarie sobre la civilización, algo inimaginable, un insulto a la superioridad del hombre blanco…
Como todas las derrotas, existen tantas versiones como espectadores del suceso. Y, probablemente, ninguna sea completamente verdad ni totalmente falaz. De eso se trata el trabajo del historiador: separar el mito de los hechos documentados.
El llamado general George Armstrong Custer es una figura mundialmente conocida porque cada generación da su versión de la calamitosa derrota de Little Bighorn.
Custer nunca pasó de teniente a coronel, pero lo llamaban general porque durante la Guerra Civil tuvo un meteórico ascenso a general de división en comisión con solo 23 años. Nadie sabe bien si fue un ascenso por mérito o por equivocación, pero como general de Caballería tuvo una destacada actuación en la batalla de Gettysburg. Concluida la guerra, volvió a su grado original y pasó más de diez años sin ser ascendido.
Igual se convirtió en un personaje popular, conocido por su forma extravagante de vestirse. Este prestigio le infundía aspiraciones políticas, Custer pensaba postularse a la presidencia.
Todas las biografías de Custer (su apellido original era Küster, descendiente de uno de los soldados hessianos que pelearon con los británicos durante las guerras de independencia) señalan que se había graduado último de su promoción en la Academia de West Piont, lo que sugiere que era un joven audaz, indisciplinado, díscolo y vanidoso. Y fueron estas las razones que lo condujeron a la derrota en Little Big Horn, batalla que adquirió un valor simbólico como el choque entre dos culturas.
Su error de cálculo (antes de la batalla, uno de sus subordinados le había advertido que no tenían suficientes balas para enfrentar a tantos indios), arrogancia y desobediencia a las órdenes escritas de no involucrarse en un combate frontal fueron negados por su esposa, Elizabeth Bacon Custer (1842-1933).
Elizabeth pasó los siguientes 60 años de su existencia honrando la memoria de su esposo, con quien no había tenido una feliz convivencia por las frecuentes aventuras galantes de Custer, quien llegó a tener un hijo con una india cheyenne.
Las memorias de Custer, escritas por Elizabeth, cimentaron su prestigio que trascendió en varias versiones cinematográficas que le otorgaron pingues ganancias.
Elizabeth viajó extensamente, fue agasajada por la fama que la precedía y se convirtió en una gran promotora del turismo masivo.
Pero les había anunciado la historia de un médico en la batalla de Little Bighorn, y este ha quedado en el olvido como los 276 camaradas muertos en acción.
James Madison DeWolf había nacido en 1843, hijo de una humilde familia. Nada hacía prever que un día se convertiría en médico. De no mediar la Guerra Civil, probablemente se habría convertido en granjero. Pero este enfrentamiento entre hermanos cambió su destino. A los 19 años, se alistó como soldado en una compañía de su pueblo en Pennsylvania, y como tal luchó en la batalla de Manassas, también conocida como batalla Bull Run, en agosto de 1862.
Durante el enfrentamiento resultó herido en su brazo derecho.
Fue atendido en el Finley Hospital de Washington, donde encontró su verdadera vocación: quería ser médico. Se desempeñó como enfermero para auxiliar a los caídos en acción, un puesto que requería coraje y altruismo. Y lo hizo bien. Al terminar la guerra, DeWolf permaneció en el ejército.
Estados Unidos estaba interesado en expandirse hacia el oeste, y hacia allá lo enviaron a DeWolfe, más precisamente a Camp Lyon, en Oregón. Como era el único con conocimientos médicos fue el único encargado del hospital en el fuerte. Así pasaron dos años hasta que se convirtió en ayudante de cirujano en Camp Warner.
Estando allí se casó con Fanny Downing. Debido a las largas ausencias, se conservan las cartas entre marido y mujer, pletórica de detalles de cómo era la actividad médica en los fortines y también llena de comentarios que trasuntan la armoniosa relación de esta pareja. En 1872, James solicitó al cirujano en jefe del ejército permiso para estudiar medicina y gracias a su excelente foja de servicios fue aceptado en Harvard Medical School, una de las facultades de medicina más prestigiosas del país. Por sus conocimientos práctico y su dedicación al estudio pudo aprobar el examen final en solo dos años. Una proeza impensada para un joven que había tenido un acceso limitado a la educación.
James y su esposa se trasladaron a Dakota para continuar con su carrera como médico de ejército. Las Dakotas eran lugares inhóspitos, con temperaturas bajo cero gran parte del año.
En las llamadas Black Hills, un lugar sagrado para los lakotas y cheyene, se había hallado oro, y pronto las tierras fueron invadidas por aventureros que soñaban enriquecerse rápidamente. Los indios defendieron su territorio y pronto hubo una serie de enfrentamientos entre blancos y los pieles rojas. El ejército se movilizó para proteger a los buscadores de oro y los colonos y hacia allá se dirigió el 7º de Caballería con Custer a la cabeza y DeWolf como cirujano.
Los indígenas, desde tiempos inmemoriales, habían mantenido una serie de conflictos tribales pero ante la aparición de un enemigo común, se unieron para defenderse. Los jefes Toro Sentado, Caballo Loco, Dos Lunas y Águila Negra habían dejado de lado diferencias para confirmar un enorme ejército, más allá de lo imaginable.
El primero de marzo de 1876, James se despidió de su esposa. En la correspondencia que mantuvo con ella da toda suerte de detalles sobre la dura campaña. El invierno en las Dakotas es frígido, la ventisca y la nieve congelaban dedos y narices. “Casi todos tienen congelamiento”, le escribió a Fanny, pero aclaraba que ninguno sufrió incapacidad.
La tropa se dirigió al fuerte Abraham Lincoln, la última construcción antes de internarse en territorio enemigo.
Mientras tanto, para sobrellevar el aburrimiento de los campamentos, DeWolf continuaba con su formación autodidacta estudiando fisiología y llevaba un registro de las tareas asistenciales.
El 17 de mayo de 1876, 700 soldados partieron del fuerte Lincoln rumbo a las Black Hill. Para entonces el tiempo había mejorado, las praderas habían reverdecido y el trabajo del doctor había disminuido sensiblemente.
Los primeros días los pasaron buscando el gran campamento de indios que los exploradores decían haber visto. El 21 de junio DeWolf escribió en una carta a su esposa: “Me parece que este verano no veremos un indio”. Y terminaba con un amable_ “Cariño para todos, tu querido marido”.
El 24 de junio encontraron los restos de un campamento abandonado. Los indios no podían estar muy lejos, aunque en la última nota en su diario describe el desánimo entre la tropa, aburrida de errar en esas enormes planicies.
Custer había dividido a su tropa y solo contaba con menos de 300 hombres a caballo. Los indios sumaban más de 1.800 granaderos. Custer planeó atacar a los indios por dos lados y a tal fin envío al capitán Reno y su tropa al norte.
El primero en enfrentarse a los cheyenes fue la tropa de Reno que debió retirarse a la otra orilla del río Bighorn, dada su inferioridad numérica.
Casi al mismo tiempo los guerreros de Caballo Loco atacaron de frente a los soldados de Custer. Ante el avance masivo, Custer llevó a sus hombres hacia una colina vecina. Antes de eso alcanzó a escribir a Reno un mensaje: “Pueblo grande, venid rápido, traer refuerzos”. El soldado encargado de llevar el mensaje era un inmigrante italiano que había americanizado su nombre de Giovanni Martino, a John Martin. Fue el último en ver con vida a sus compañeros. Ninguno sobrevivió.
Los cadáveres de los combatientes fueron hallados dos días más tarde y su disposición estudiada meticulosamente por los analistas del ejército. Estos pudieron dilucidar que el Dr. James DeWolf fue alcanzado por un disparo directo al corazón. Su muerte fue instantánea. Así terminó la vida de este joven y humilde granjero convertido en médico y oficial. Su cuerpo fue desnudado y su cuero cabelludo arrancado.
Custer presentaba dos orificios de bala, uno en la sien y otro en el pecho. Se especula que, al verse perdido, el general se quitó la vida. Curiosamente, cuando el general Terry llegó para ver la suerte corrida por su 7º Regimiento de Caballería, los indios habían respetado la cabellera de “rizos dorados”.
Tanto Custer como DeWolf después de haber sido enterrados en el campo de batalla fueron exhumados y sepultados en un cementerio militar con honores.

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Esta nota fue publicada en La Prensa

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