El trágico final del chanchito Toby, el filósofo gruñón

Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha amaestrado animales para ahorrar esfuerzos y, a la vez, entretener al público, siempre deseoso de nuevas experiencias. 

Samuel Bisset, nacido en 1721, era el tercer hijo de una humilde familia de granjeros escoceses quien tuvo la fortuna de casarse con una joven adinerada. Como Bisset no quería pasarse el resto de sus días administrando los bienes de su cónyuge, decidió adiestrar mascotas y lucrar con su exposición. 

Bisset había escuchado hablar de las proezas de Marocco, un caballo entrenado por un tal William Bankes que no solo había merecido el aplauso del público isabelino, sino que Sir Walter Raleigh y John Donne le habían dedicado sentidos elogios y el mismísimo William Shakespeare lo alabó en su Trabajos de amor perdidos (1595), al describir la capacidad matemática del equino: “El caballo bailarín os lo dirá”, pone el bardo en boca de uno de los personajes de esta comedia (que no se encuentra entre las más recordadas del Cisne de Avón).

Bisset compró un caballo, un perro, dos monos, varios canarios y, haciendo gala de una paciencia infinita, los entrenó para realizar distintas proezas ante el público.

Después de un tiempo, recorría los pueblos de Inglaterra haciendo las delicias de los asistentes: los monos hacían equilibrio sobre una cuerda, una liebre tocaba el tambor, varios canarios deletreaban palabras dictadas por el público con cartas impresas y unos pavos (los animales, se entiende…) danzaban al son de canciones populares.

Hasta entonces no se había exhibido un porcino, porque los chanchos no gozaban de buena prensa desde los tiempos bíblicos. Eran sucios, holgazanes y transmitían enfermedades

Con un prestigio bien ganado, que le dejaba jugosas ganancias, llegó a Londres con una orquesta de gatos que golpeaban tambores. Quizás el sonido era algo cacofónico (después de todo, eran gatos), pero el público de Haymarket estaba deleitado con este espectáculo. En las semanas que duró la presentación, Bisset se hizo de mil libras esterlinas (una fortuna para la época).

Deseoso de renovar su espectáculo, decidió “vencer la obstinación del cerdo”. Hasta entonces no se había exhibido un porcino, porque los chanchos no gozaban de buena prensa desde los tiempos bíblicos. Eran sucios, holgazanes y transmitían enfermedades. ¿Sabía usted que este es el animal que más sinónimos tiene? Cerdo, chancho, cochino, marrano, lechón, gorrino, guarro… además de ser la bestia que más usamos para herir verbalmente a nuestros enemigos, amén del horror que inspira en los mahometanos e israelitas.

Sin embargo, esto no fue un obstáculo para el paciente Mr. Bisset, quien durante 16 meses instruyó a un cerdito que había adquirido por 10 chelines.

El cerdito podía sumar, restar, deletrear palabras usando cartillas, distinguir personas casadas de solteras  y hasta responder sobre algunos temas filosóficos”

Lo suyo fue el triunfo de la paciencia sobre la abulia, de la perseverancia sobre la estulticia Al cabo de ese tiempo, el cerdito podía sumar, restar, deletrear palabras usando cartillas, distinguir personas casadas de solteras (¿habría sido por algún gesto de hastío?) y hasta responder sobre algunos temas filosóficos. To be or not to be?

Ya Bisset soñaba con otro éxito rutilante en Londres cuando fue atacado, por razones que desconocemos, por un agente del orden. El susto fue tan grande que Bisset abandonó el show bussiness y, poco después, este mundo, no sin antes vender al chanchito a un tal Mr. Nicholson, quien lo bautizó “Toby, el chancho profeta”.

En febrero de 1785, los periódicos de Londres anunciaban que este “filósofo gruñón haría las delicias del público demostrando su sabiduría adquirida en el sacrificado estudio de los clásicos, además de sus conocimientos de ciencia y arte del mundo moderno”. El aviso estaba ilustrado con la imagen del porcino leyendo a Plutarco, entre otros autores clásicos.

Su popularidad fue instantánea, aunque no careció de contratiempos. Una delegación de rabinos trató de impedir la exhibición de este discípulo de Satanás. Solo las fuerzas del maligno podían inculcar estos conocimientos a una bestia que creían incapaz de todo esfuerzo intelectual. 

El éxito de Toby durante su gira por las ciudades inglesas fue de tal magnitud que los miembros bípedos del circo (léase payasos, acróbatas, domadores, etc.) se negaron a actuar junto al porcino, porque este concitaba la atención y robaba los aplausos del público.

Los dueños del circo no dudaron ni un instante: Toby debía continuar su exhibición en solitario, circunstancia que no lo privó de seguir cosechando aplausos, con récord de taquilla.

No solo arrancó ovaciones de la audiencia, el poeta Robert Southey proclamó que nadie había concitado tanta admiración en los británicos desde los lejanos tiempos de Sir Isaac Newton. El célebre Samuel Johnson declaró su asombro por este prodigio y proclamó que “los cerdos pertenecían a una raza injustamente vituperada ya que nadie invertía en su educación”.

Por otro lado, los periodistas políticos comenzaron a llamar al ministro William Pitt como “el chancho maravilloso”.

Pero ninguna gloria es eterna, y cuando Toby estaba en la cumbre de su popularidad, cuando todos querían ver a este chanchito sabiondo exhibiendo sus conocimientos, una desgracia se abatió sobre Mr. Nicholson quien perdió la razón y debió ser internado en un hospicio para lunáticos. De un día para otro, el pobre Toby abandonó el cruel mundo del espectáculo y falleció por causas desconocidas.

El poeta Thomas Hood, ante este abrupto, cruel e inesperado final, le dedicó a Toby un último adiós en un sentido poema:

En este mundo de chanchos y humanos
Ante la diosa fortuna todos danzamos
¿Deberé los clásicos abandonar
para jamón perseverar?
¿Qué será de mis lenguas aprendidas?
¿Qué será de mis ciencias conocidas?
Mi griego en grasa se convertirá
Y el latín con mis tripas morirá.
Adiós a los atesorados conocimientos
Dejo atrás mis sabios pensamientos.
En mi vida jamás he sido lelo
Aunque partiré como tocino al cielo.

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