Sigfrido, los nibelungos, las mujeres… y lo de siempre

A pesar de que la trama tiene lugar, en gran parte, a orillas del río Rin (o Rhin, o Rhein), referencias más precisas sugieren que probablemente haya surgido en el valle del Danubio.

    Hay diferentes versiones textuales del Cantar de los Nibelungos. Estas diferencias se deben a que la “Saga de los Nibelungos” se basa en hechos históricos que no sucedieron en el siglo XIII sino en el siglo V, habiendo sido transmitidas desde entonces de manera exclusivamente oral durante 800 años, con las deformaciones que todos los relatos transmitidos oralmente sufren a lo largo del tiempo. Más aún: las figuras de Sigfrido y el dragón eran conocidas desde tiempos incluso anteriores.

    Las dos variantes principales de las versiones de la historia de los nibelungos son la germana y la nórdico-islandesa (la vikinga, bah), y es justo señalar que las diferencias entre ellas se encuentran sobre todo en cuestiones no medulares de la historia. Por ejemplo, la muerte del dragón y la posesión del tesoro de los nibelungos es común en ambas tradiciones; en otros aspectos, sin embargo, las dos versiones muestran diferencias.    

    El personaje de Sigfrido (o Sigfried, o Sigurd, cuyo inicio “sigi” significa “victoria”), tiene una enorme significación. Hijo del rey Sigmund y la reina Siglinda, es un héroe legendario de la mitología germánica, posiblemente inspirado en figuras merovingias, que aparece además en otras historias y obras alemanas y escandinavas.

   La versión más conocida del texto épico es “El anillo de los Nibelungos”, un conjunto de cuatro óperas épicas compuestas por el famoso compositor alemán Richard Wagner. Sin embargo, Wagner no se basó en el Cantar de los Nibelungos “más germánico”; más bien, su obra es una “versión libre” basada en la versión islandesa, una colección de poemas en nórdico antiguo preservados en el Codex Regius, un manuscrito medieval islandés que también data del siglo XIII. Fueron los vikingos quienes transmitieron esa narración al ocupar Islandia en el siglo VIII.     

     Para facilitar la comprensión de esta historia-leyenda-mito con versiones que pueden diferir, se tratará de resumir de manera simple (y lo más amena posible) de qué se trata la historia de Sigfrido y los nibelungos.

     Pero vayamos a la historia.

     Sigfrido, hijo del rey Sigmund, un joven audaz, fuerte y de duro carácter, se va del castillo de sus padres en busca de aventuras. Llegado a un bosque se encuentra con un enano llamado Mime, que trabaja en la fragua; Sigfrido decide quedarse con él ya que quería hacerse una espada. Pasado un tiempo las relaciones entre ambos se ponen tensas y Mime, queriendo deshacerse de él, lo envía a buscar leña a un lugar cercano a una caverna donde vivía un dragón (en realidad, hurgando un poco resulta que el dragón había sido un hombre llamado Fafnir que se convirtió en dragón por la codicia, pero eso es otra historia, y dejémosla ahí porque si no se abren muchos ductos y todo se hace interminable).

     Sigfrido, valiente, enfrenta al dragón y lo mata cortándole la cabeza con su hacha (la que llevaba para cortar leña, se supone). Sigfrido advierte, luego de la agotadora pelea, que la sangre del dragón sobre sus manos le ha dejado algo así como un película protectora indestructible. Entonces unta todo su cuerpo con la sangre del dragón para hacerse invulnerable. Pero no del todo, ya que descubre tardíamente que la hoja de un árbol apoyada inadvertidamente sobre la parte alta de su espalda, debajo de la nuca, impide que la sangre del dragón toque esa zona de su cuerpo, que pasa a ser entonces el único punto débil de Sigfrido.

     Sigfrido vuelve con la leña y a reclamar a Mime por su traición; éste, para obtener su perdón, le regala una armadura y un caballo, y Sigfrido sigue viaje. Así, llega al país de los nibelungos (en realidad Mime también era un nibelungo, pero exiliado, digamos).

     Los nibelungos eran un pueblo de enanos oscuros que vivían en las profundidades de la tierra y se dedicaban a la extracción de oro de sus entrañas. El nombre “nibelungo” alude a la niebla (“Nebel”, en alemán), lo que podría indicar que ese pueblo vivía en un lugar neblinoso o que sus pobladores eran gente de talante oscuro y misterioso.

     Los nibelungos poseían un enorme tesoro, robado a las ninfas del Rin; parte del tesoro era un anillo que estaba en poder del rey y que tenía propiedades mágicas que atraían la desgracia a quien lo tuviera (o sea, algo así como una magia negativa, digamos). A la muerte del rey, sus hijos Schilbung y Nibelung se disputan la herencia. Como no se pueden poner de acuerdo sobre cómo repartirse el tesoro, le piden a Sigfrido que los ayude en la decisión referente a la sucesión. Pero se ve que la decisión que tomó Sigfrido sobre el tema no los convenció, porque se pelearon con él. Y con malos resultados, ya que Sigfrido los mata a ellos y a sus vasallos, convirtiéndose así en el propietario del tan mentado tesoro y en el rey de los nibelungos.

     El tesoro estaba custodiado por doce gigantes y por el enano Alberico (o Alberich), que resultó ser hermano de Mime, y que le regala a Sigfrido un sombrero mágico con el que podía hacerse invisible al ponérselo.

     Sigfrido vuelve al castillo de sus padres satisfecho de sus aventuras y sus logros, pero los pájaros del bosque cantan tristemente a su llegada, ya que el tesoro que poseía, originalmente robado a las ninfas del Rin, sólo traía desgracias.

     Sigfrido, espíritu inquieto, seguía buscando aventuras (y líos). Hasta él habían llegado noticias de la gran belleza de la princesa Krimhilda (o Krimilda), así que decide conocerla. Para eso viaja al país de los burgundios (una de las muchas tribus bárbaras, precursores de Borgoña, Francia), región gobernada por los tres hermanos de la princesa. Sigfrido era a esta altura un guerrero soberbio y altanero, pero bien educado y de modales correctos. Al parecer fue bien recibido en aquel reino, donde Hagen, el consejero y maestro de armas, lo presentó como “rey de los nibelungos”. Sigfrido ayudó a los burgundios en sus guerras contra los reyes de Dinamarca y Sajonia, y al volver triunfante de dichos eventos finalmente conoce a la bella Krimhilda, de quien quedó inmediatamente enamorado, siendo correspondido por la princesa.

     Gunther, uno de los hermanos de Krimhilda, que tenía particular afecto por Sigfrido, le pide un día que lo acompañe a Islandia, ya que allí vivía una hermosa valquiria llamada Brunilda, que había prometido casarse con quien la venciera en arrojar una lanza, en arrojar una piedra y en una competencia de salto. Sigfrido accede a acompañarlo, y llegados al reino de Brunilda, ésta queda enamorada de Sigfrido, no de Gunther. Malo, malo. Sigfrido (un tipo gamba) le dice que él es simplemente el ayudante de Gunther, así que no aspira a la mano de Brunilda.  Gunther no era lo que se dice un gran portento de destrezas físicas (Sigfrido sí, claro), así que la cosa estaba difícil. Entonces Sigfrido saca un as de la manga; más bien, un sombrero: utiliza el sombrero que le ha regalado Alberico y, ya invisible, se ubica junto a Gunther y gana las tres pruebas. Dada la estratagema, Gunther es quien parece el ganador. La orgullosa Brunilda acepta el fallo y acepta casarse con Gunther. Así, los tres vuelven al país de los burgundios, donde apenas al regresar se concreta la boda entre Sigfrido y Krimhilda.

    Ya casado, Sigfrido volvió a su país con su flamante esposa Krimhilda. El rey Sigmund abdicó a su favor, con lo cual el poder de Sigfrido aumentó su poder.

     Y comenzaron los problemas.

    Sigfrido le cuenta a Krimhilda dos cosas: una, su punto débil entre los hombros; dos, la verdad de lo sucedido en Islandia y su ayuda a Gunther. Error, amigo Sigfrido. Error. Mientras tanto, en el país de los burgundios, Brunilda se sentía desdichada en su castillo y envidiaba a Krimhilda porque tenía a Sigfrido (a quien ella deseaba) y porque tenía más dinero que ella (tenían el oro del Rin, recordemos). Para colmo, Krimhilda empieza a tener nostalgias de su país, así que, invitados por Gunther al castillo, Sigfrido y Krimhilda deciden ir a pasar un tiempo ahí. Error, tortolitos.

   A poco de instalarse, la relación entre las dos mujeres se torna irrespirable. Brunilda (a fin de cuentas ahora jugaba de local) ejercía un trato áspero y humillante hacia Krimhilda, hasta que ésta se hartó y le contó la verdad de lo que había pasado en Islandia (es que no pueden quedarse calladas; no, no pueden): el poderoso era mi Sigfrido, no tu marido, bruja. Y chupate esa mandarina.

     Para qué…

    Enterada de que había sido engañada por Sigfrido en favor de Gunther, Brunilda sintió rabia y amargura. Con la ayuda de Hagen (el maestro de armas y confidente), le empezó a llenar la cabeza a Gunther en contra de Sigfrido. Hagen, falso y astuto, también se hacía el confidente de Krimhilda. Y Krimhilda… va y le cuenta, amistosamente, acerca del punto débil entre los hombros de Sigfrido.

     Hagen traza rápidamente su plan. informa a Sigfrido que deben partir a una batalla. Hagen le pide a Khrumilda que marque en la ropa de Sigfrido el punto en el que Sigfrido es vulnerable “para poder protegerlo con mi escudo”. Zaraza. Y Krimhilda se lo cree, y entonces borda una cruz en el lugar preciso. Seguro de que su plan funcionaría, Hagen les anuncia al día siguiente que los reyes vecinos desistían de la batalla, y que para celebrarlo, los caballeros han decidido ir de cacería al bosque. Sigfrido (que se ve que se creía todo lo que le decían) va, mata un oso, todos celebran y arman un festín en el bosque, pero falta la bebida. Hagen dice que se olvidó de llevar el vino, así que Sigfrido propone, a modo de diversión, jugar con Hagen y Gunther una carrera hasta el manantial para buscar agua. Sigfrido llega primero, cede su turno para beber a Gunther, y para cuando se dispone a beber, ya ha llegado Hagen. Mientras Sigfrido está inclinado bebiendo agua del manantial, Hagen arroja su lanza sobre la cruz bordada por Krimhilda en la espalda de Sigfrido. Y acierta.

    Gunther comprende lo que ha ocurrido y, desesperado, abraza a Sigfrido pidiéndole perdón. Tarde, como siempre. Sigfrido lo perdona antes de morir y le pide que cuide a Krimhilda.

     ¡Ah! Y el tesoro de los nibelungos… para Krimhilda. Hagen le roba el tesoro, que se suponía infinito, ya que aunque se sacara oro el mismo se reponía mágicamente. Pero parece que no lo era (al menos en manos de Hagen) así que Hagen, furioso, tira el tesoro al Rin.

     Krimhilda se vuelve a casar, esta vez con el rey de los hunos, Etzel (siempre apuntando alto, Krimhilda). En realidad, Krimhilda busca poder para vengarse de Gunther y Hagen. No le sale del todo bien la idea, ya que el hijo que tiene con Etzel es asesinado por… Hagen (¿por quién, si no?). Eso desata una guerra entre hunos y burgundios. Ganan los hunos, y ahora sí, la venganza: Krimhilda manda decapitar a Gunther (sí, sí, a su hermano), encara a Hagen, le pide que le diga dónde está el tesoro, Hagen se niega y Krimhilda también lo deja sin cabeza (otra versión dice que en realidad Hagen se ahoga tirándose al Rin para recuperar el tesoro). En fin, se destapó Krimhilda.

    Finalmente, un tal Hildebrando, uno de los caballeros de Etzel, considera que Krimhilda ha sido injusta con Hagen y la mata cortándola en dos con su espada.

     Chan.

     Así es, contado fácil, el Cantar de los Nibelungos.

     Envidias, infidencias, rencores, venganzas, traiciones, muerte.

     Lo de siempre.

P.D.: “¡Shakespeare, devolvé la guita!”

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