El comunismo y las fases de la muerte

 En términos generales, abordar la problemática del comunismo suele ser incómodo. Tanto sus detractores como sus defensores han considerado al comunismo de diversas maneras: una ideología, un experimento social, un movimiento político, una forma de vida, un sistema socioeconómico, etc.

     Sus enemigos más “académicos” prefieren atacar principalmente el aspecto teórico del comunismo, usando como argumentos la defensa de la libertad, el derecho a la propiedad privada y el desarrollo del individuo por encima del tramado social. Sus enemigos “pragmáticos” sostienen que hoy hay menos países comunistas que hace treinta o cuarenta años, mientras que el capitalismo existe desde los tiempos de la revolución agraria y aún persiste con cierto consenso entre los países desarrollados (incluso China ejerce el capitalismo en su política económica exterior). Sin esgrimir un juicio de valor sobre un sistema u otro, eso parece difícil de rebatir.

      Sin embargo, quizá se ha reparado menos en un hecho tan cierto como terrible: todos los regímenes comunistas a lo largo de la historia han provocado la muerte de cantidades enormes de sus propios ciudadanos o seguidores. No nos referimos a sus enemigos declarados en guerras externas o internas; tampoco a disidentes ideológicos o políticos, sino a “su propia gente”.

     Se podrá decir que siempre hay un par de manzanas podridas que pueden teñir de maldad a todo un movimiento de masas, y eso es cierto, pero en este caso no se trata de eso, ya que si en cada uno de los regímenes comunistas de la historia resulta que la muerte y la destrucción se transforman en moneda corriente y repetida, uno podría deducir que no se trata de casos aislados sino de algo que falla en el sistema.

     Dicho esto, podrían señalarse cinco “tiempos” u oleadas de muertes y asesinatos en masa asociados a regímenes comunistas.

     El primero se da en el contexto en el cual los marxistas le arrebatan el control del poder a algún régimen dictatorial, autoritario, brutal… o las tres cosas (hurgando un poco se comprueba que, salvo excepciones, el comunismo nunca se ha hecho con el poder cuando el mismo está sostenido en una democracia libre). En estos casos, los ciudadanos pasaban de padecer dictadores que acumulaban para sí mismos y saqueaban a la población, violaban e imponían la injusticia y el terror, a encontrarse con que los comunistas educaban, proporcionaban atención médica gratuita para todos y compartían (o hacían como que compartían). Ese brusco cambio dejaba muchas vidas en el camino, eso sí.

  Ejemplos de esto son más que conocidos:

  La revolución bolchevique y la consiguiente guerra civil rusa (1917-1923) dejó un saldo total de unos 8.000.000 de muertos.

   La guerra civil china, en sus dos etapas (la primera entre 1927 y 1937 y la segunda entre 1946 y 1949) dejó unos 6.000.000 de muertos. Vale aclarar que, en el medio de esos dos períodos, ambos partidos en conflicto –el nacionalista y el comunista– se unieron para enfrentar al imperio japonés en la segunda guerra chino-japonesa, pero eso es otra historia y no está relacionada en forma directa con el comunismo.

     La crisis en Yugoslavia (1940-1945), 1.400.000 muertos.

     La revolución cubana (1955-1959), 5.000 muertos.

   El conflicto vietnamita, incluyendo la guerra de Vietnam (1959-1975), que dejó unos 3.500.000 muertos.    

    La guerra civil en Camboya (1970-1975), una especie de efecto dominó del conflicto vietnamita: 600.000 muertos.

    La revolución en Nicaragua, desde el somocismo hasta el sandinismo en sus distintas etapas (fines de los ’70 hasta los ’90): 30.000 muertos.

  No hace falta sumar las cantidades de muertos de todos estos ejemplos  para comprender el horror que representan.

     Ahora bien: luego de tomar el poder, más allá de la cantidad (elevada, como quedó expuesto) de sangre derramada, viene la segunda parte: ahora, repasando históricamente lo que ha ocurrido con el comunismo, se constata que llegaba el momento de eliminar a todos aquellos que hubieran estado relacionados o identificados con el antiguo régimen.

     Y eso hicieron. Veamos…

     En Rusia, después de consolidada la revolución bolchevique, entre 1918 y 1922, fueron ejecutadas unas 100.000 personas.

    En Yugoslavia, a partir de su acceso al poder en los ’40, el régimen del indomable mariscal Tito mandó al foso a 150.000 personas.

   Entre muertes y ejecuciones, en China, en los primeros años en el poder (1950-1953), el régimen comunista de Mao eliminó a unos 2.000.000 de personas más.

     En Cuba, después de asumir el poder, Castro mandó a la muerte a unos 5.000 personas.

     En Camboya, los khemeres rojos maoístas ejecutaron en 1975 a 400.000 personas.

     En Vietnam, después del fin de la guerra fueron ejecutadas unas 60.000 personas.

     En otros lugares del mundo, (Bulgaria, Polonia, Mongolia) regímenes comunistas en el poder ejecutaron oponentes o disidentes: 80.000 muertes más.

   Entonces llega la tercera etapa, ya que después de todo esto, claro, hay que hacer ajustes. O sea: redistribución de la tierra, de propiedades, de la población, reestructurar la economía desigual, en fin, todo ese tipo de cosas. Y para hacer eso, bueno… se necesitaba eliminar más gente, parece.

     El ejemplo más saliente de esta etapa es la locura de Mao del “Gran Salto Adelante” (1959-1962), que buscaba reorganizar la economía agrícola china, y que dejó un saldo de unos 30.000.000 de muertos. En la Unión Soviética (1932-1933), reacomodar bien las cosas dejó unos 7.000.000 de muertos más. En Camboya (1975-1979) murieron 800.000 personas más. Hay otros ejemplos en Etiopía, Nicaragua, etc.

     En el siguiente movimiento, lo que ocurre es que el partido comunista en el poder empieza a volverse tan paranoico como autoritario y empieza a purgar a los moderados, buscando brujas por todos lados y concentrando el poder cada vez más en un dictador.

      Los ejemplos son los mismos de siempre y todos los conocemos:

   La Gran Purga de Stalin, que a partir de 1936 comenzó a destruir de manera sistemática la estructura del viejo partido bolchevique para armar la suya propia, dejando como resultado unos 7.000.000 de muertes. Y no olvidar que, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, Stalin y su gente mandaron a los Gulag a miles y miles de ex-prisioneros de guerra soviéticos que fueron liberados por los nazis y fueron sospechados y acusados de traidores.

     La “Revolución Cultural” (1966-1969), otro delirio de Mao que utilizó a los Guardias Rojos (estudiantes y jóvenes) como policías del pensamiento  que torturaron y mataron a destajo. Como suele ocurrir, el Partido Comunista chino ha sido muy reacio a investigar (mucho más, a dar información) sobre la cantidad de muertes en ese período. Las fuentes varían entre 500.000 y 15.000.000 de muertes. Más allá de la incerteza de las cifras y sus ridículas diferencias, es espeluznante el sólo hecho de constatar esa atroz persecución ideológica.

     El Terror Rojo de Etiopía (1977-1978), esa violenta campaña de represión que desplegó el “Consejo Militar previsional” comunista un par de años después de destituir al emperador Haile Selassie, que costó unos 80.000 muertos.

     Y no pueden dejar de mencionarse las purgas repetidas en Corea del Norte, desde la época del despiadado Kim Il-sung en las décadas de los ’70 y ’80 hasta hoy, con su desorbitado nieto Kim Jong-un, que hasta incluyó a miembros de su familia como víctimas de la persecución. Ahí van otros 100.000 muertos a lo largo de los años.

     En la oleada final de las masacres ocurre que, a medida que los regímenes comunistas se iban haciendo del poder en más países, la situación comenzaba a invertirse y aparecían revueltas y rebeliones anticomunistas; algo así como combatir fuego con fuego, digamos.

     Un ejemplo es la revolución en Hungría en 1956, un levantamiento popular contra el establecimiento de un régimen pro-soviético en ese país. El saldo: 5.000 muertos.

     Así apareció, también la interminable crisis en Mozambique (larguísimo período de terror entre 1975 y 1992), que dejó 800.000 muertos.

     La otra interminable crisis en Angola (1975-2002): 600.000 muertos.

     Y ni hablar del conflicto en Afganistán (1979-1989), considerado como “el Vietnam de la Unión Soviética”, que poco después se disolvería como tal. El saldo de esa revolución: 1.500.000 muertos.

     La revolución de los “Contras” en Nicaragua, financiados por EEUU (siempre metiendo las narices fuera de casa) que generó un conflicto contra los sandinistas entre 1981 y 1990. Otros 30.000 muertos.

     Superados estos cinco “tiempos” o fases de muertes y más muertes, en general los regímenes comunistas se fueron asentando como burocracias estancas y corruptas que a la larga fueron perdiendo poder.

     Por supuesto que no todos los regímenes comunistas pasaron por estas cinco fases. Lo que sí ocurrió en todos es que la gente moría en campos de concentración o en cárceles, desprovistos de todo acceso a una justicia común.

     En mayor o menor medida, estas cosas ocurrieron en China, la Unión Soviética, Corea del Norte, Camboya, Vietnam, Yugoslavia, Rumania,  Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Bulgaria, Albania, Cuba, Nicaragua, Etiopía, Mongolia y en menor medida en otros países.

     Contar el total del número de muertes… bueno, sería machacar en forma redundante algo que ha sido expuesto dolorosamente. Debe señalarse que a esta obscena cantidad de muertos pueden agregarse la enorme cantidad de fallecidos en los interminables conflictos de poder durante la Guerra Fría, ese período durante el cual la OTAN y el Pacto de Varsovia, Occidente y Oriente, EEUU y URSS, capitalismo y comunismo, o como lo se los quiera llamar, disputaban y competían a ver quién la tenía más grande. Obviamente, en estos casos ambos bandos son culpables de las muertes. Tampoco se toman en cuenta aquellos muertos que resultan de revoluciones comunistas que no culminaron con victoria comunista, o de guerras entre comunistas y no comunistas; en estos casos, como en el citado anteriormente, las culpas son repartidas entre los dos bandos en conflicto.

     Lo que sí parece irrebatible es que el número de muertos a consecuencia del comunismo supera el total de muertos de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo. Cientos de miles más, cientos de miles menos.

     No se trata de discutir qué ideología hace mejor (o peor) la vida de los individuos. Se trata de poner en claro que no hay nada (o no debería haberlo, en todo caso) que justifique tantas muertes violentas e injustas.

     El sinsentido, que le dicen.

 Referencia bibliográfica: “The Great Big Book of Horrible Things”, de Matthew White.

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