Florencio Varela nació en Buenos Aires el 23 de febrero de 1807. A pesar de haber vivido solamente 41 años, fue escritor, poeta, periodista, realizó labores diplomáticas desde su exilio en Montevideo, donde secundó a los intelectuales de la llamada Generación del 37, y fundó el periódico “El Comercio del Plata”, tal vez el más temido por el rosismo.
Vista su labor a grandes rasgos, vayamos de atrás para adelante. Florencio era hermano menor del poeta y dramaturgo Juan Cruz Varela (1794-1839), quien influyó en la escritura y en el pensamiento de Florencio. El personaje que abordamos esta vez realizó sus estudios en lo que fue el Colegio Unión del Sud, luego llamado de Ciencias Morales, uno de los tantos nombres e instituciones que precedieron al actual afamado Colegio Nacional de Buenos Aires.
Varela había estudiado matemática, filosofía y luego jurisprudencia. Más adelante, en 1827, se graduó de doctor en Leyes en la Facultad de Derecho de la UBA, y allí demostró su habilidad para la escritura y la poesía, habiendo adquirido el premio anual que otorgaba dicha institución para quien más se distinguiera en las pruebas literarias.
Seguidor del grupo rivadaviano, influido claramente por su hermano Juan Cruz, comenzó a entrar en política tras la caída del primer presidente argentino. Unitario convencido, se opuso al gobierno de Manuel Dorrego, y con la derrota de Lavalle tras la batalla de Puente de Márquez, y la posterior convención de Barracas que dio origen al primer gobierno de Juan Manuel de Rosas, él y su hermano tuvieron que exiliarse a Montevideo durante aquel año 1829.
Florencio se casó con Justa Cané, con quien ya se había comprometido antes de su exilio, y tuvieron 13 hijos. Uno de ellos, Luis Vicente, llegó a ser juez de la Corte Suprema de Justicia en Argentina. Otro fue Mariano Varela, el primer ministro de relaciones exteriores que tuvo la presidencia de Sarmiento. Ya para los inicios del segundo y más conocido gobierno de Rosas, Florencio había abandonado de a poco sus escritos poético-literarios y comenzó a incursionar en crónicas y escritos sobre la situación política en el Río de la Plata.
Varela mantuvo contacto con los intelectuales de la llamada generación del 37, liderada por Esteban Echeverría. Justamente, gracias a la Biblioteca del Congreso de la Nación, se dieron a conocer una serie de cartas que mantuvo con Juan María Gutiérrez, amigo suyo, miembro de esa generación y futuro constituyente en 1853. Con buen tino, le agradó enterarse de la apertura del famoso Salón Literario en la librería de Marcos Sastre, pero no le auguró mucho futuro por la capacidad-según él-, bastante heterogénea de sus miembros. Se animó a criticar nada más y nada menos que a Alberdi y a Vicente Fidel López, además de afirmar que el discurso que leyó sobre el propio Sastre, era falaz.
Con respecto al mencionado Gutiérrez, ponderó mucho sus intenciones, aunque aclaró que en su discurso sobrevaloró la importancia de la poesía. Según Varela, la poesía pertenecía a “los dominios de la imaginación”, y necesitaba “más gala que solidez”. Continuó diciendo: “La tendencia universal del siglo, producto del conocimiento, de los progresos de la razón y de las lecciones de la historia se dirige a conseguir la mayor suma posible de beneficios sólidos, materiales; mayor libertad civil y religiosa; mayor riqueza, más medios de producir y de conservar las producciones; de vivir contento, tranquilo y seguro”. Y remarcó: “Nada de esto puede conseguirse con la poesía. Ella es, y no puede dejar de ser, un adorno”.
Continuó elogiando a Esteban Echeverría, pero limitándose a su labor como poeta. “Ese es un poeta en todo el rigor de la voz. Nos halaga, nos deleita, nos arranca lágrimas; y cuando nos enseña, es solo aquellas máximas suaves de la moral a que no alcanza la legislación, y quedan bajo el dominio del filósofo, del orador, del poeta. Eso pienso yo”.
Siempre crítico del gobierno de Rosas, Varela fue miembro activo de la llamada Comisión Argentina, que buscaba obtener apoyo diplomático y económico de Francia e Inglaterra contra la tiranía rosista. Viajó a Europa con una misión no oficial, pero más allá del contacto con Thiers y el mismísimo George Canning -entre otros-, no logró los resultados esperados.
Cabe recordar que el bloqueo francés había finalizado con el famoso acuerdo Arana-Mackau de octubre de 1840, y atrás había quedado el fracasado movimiento denominado Libres del Sur. Al año siguiente, Varela tuvo un paso por Brasil y ya vuelto a Montevideo, se encontró con la ciudad sitiada por el ejército de Oribe, brazo armado del rosismo en Uruguay, y anteriormente vencedor de Lavalle en Quebracho Herrado y Famaillá. Justamente, en la primera de esas batallas fue ejecutado su hermano Rufino.
Tampoco fue fructífera su reunión con José de San Martín, quien se manifestó contra la intervención extranjera, lo que significaba apoyar la causa rosista. Recién en 1845, Inglaterra tomó acciones bélicas con un bloqueo que acompañó Francia. Con los galos, la diplomacia de Varela para hacerlos intervenir en las causas inherentes al Río de la Plata fue más fructífera, pero tardía.
La actitud empecinada de Varela hizo que fuera uno de los brazos sostenedores del proyecto de un nuevo país denominado “Mesopotamia”, que comprendía las provincias de Corrientes y Entre Ríos. Urquiza coqueteó con la idea porque podía favorecer tanto a esta última como a sus propios intereses, pero finalmente el anhelo de Fructuoso Rivera, principal enemigo rosista en Uruguay, no dio sus frutos.
El 1° de octubre de 1845, Florencio Varela fundó y fue el principal redactor del diario El comercio del Plata. Parafraseando a Sarmiento, su pluma hacía más daño que la espada para sus enemigos rosistas, quienes-claro está-, habían vencido en los distintos enfrentamientos que hubo en el territorio de la Confederación.
Solo quedaba la llamada Defensa de Montevideo, con el apoyo del Partido Colorado uruguayo. Aunque también hubo disidencias dentro de los exiliados en la “Nueva Troya”, como la denominó el novelista francés Alejandro Dumas en su obra de 1850; y más allá de estar en contra del gobierno de Juan Manuel de Rosas, Varela sostuvo en su diario que “Hombres de opiniones extremas, que abdican el juicio en manos de la pasión, son los enemigos más eficaces de su propia causa”.
En su obstinación, Florencio Varela hizo caso omiso a los peligros del contexto en que se vivía, y a pesar de tomar algunos recaudos, terminó siendo asesinado al llegar a su casa en la tarde del 20 de marzo de 1848, por un matón que respondía a Oribe. Los detalles previos y posteriores a su asesinato se encuentran en el artículo “El crimen de Florencio Varela” .
Para complementar, reproducimos el fragmento del “Romance del asesinato de Florencio Varela”, del poeta y dramaturgo cordobés Arturo Capdevilla, y que fuera publicada en el diario La Prensa en octubre de 1935:
A la puerta de su casa
va llegando el caballero;
una sonrisa le mueve
los labios dulces y buenos.
Llega hasta el umbral y el brazo
levanta llamar queriendo
– que está la puerta cerrada
por el temor de los tiempos –
Cuando levantaba el brazo
lo asesinó el bandolero.
Le entró el puñal por la espalda:
la punto subió hasta el cuello.
Fue Cabrera el matador
el pescador del Buceo,
pero es don Manuel Oribe
el nombre del traicionero.
Florencio Varela trascendió hasta nuestros días por la localidad, partido, y-principalmente por la estación de tren de la línea Roca, ubicada en el sur del Gran Buenos Aires. Tal vez pocos sepan que también la avenida Varela del barrio porteño de Flores, con la estación de subte de la línea E incluida, están en homenaje a él y a su hermano Juan Cruz.
Estación Florencio Varela del tren Roca (arriba), y estación Varela de la línea E de subterráneos (abajo).