La reina Liliʻuokalani de Hawái (1838-1917), también conocida como Lydia Kamakaʻeha, se ufanaba de que por sus venas corría sangre inglesa. Lo dijo solemnemente mientras tomaba un sorbo de té de Ceylan frente a un grupo de aristocráticas damas británicas en uno de esos palacios que se alzan en las verdes praderas de la rubia Albión.
Una seguidilla de toses y carraspeos siguió a la afirmación de la reina, mientras las señoras –condesas y duquesas ellas– cambiaban miradas cómplices, hasta que una se atrevió a comentar: “Debe haber sido un marinero…”. La reina Lydia lanzó una risita, se tapó la boca con su mano enguantada y dijo sin sonrojarse “No, no… me han malentendido, uno de mis ancestros se comió al capitán Cook…”.
La madre de Lydia, Analea Keohokālole, había sido consejera del rey Kamehameha III, descendiente del primer monarca con ese nombre, quien había firmado con el capitán Hipólito Bouchard el primer reconocimiento internacional de la independencia argentina (de más está decir que Bouchard tuvo mucha más suerte que Cook).
Lydia no estaba destinada a ser reina, pero había recibido una esmerada educación en el colegio de infantes reales, donde aprendió lenguas, literatura europea y música. Aunque estuvo comprometida con un príncipe heredero, se terminó casando con un representante del gobierno norteamericano, John Owen Dominis.
En 1874, su vida dio un cambio copernicano cuando su hermano Kalākaua (1836-1891) ascendió al trono de Hawái. Se lo conocía como “el monarca alegre” y se convirtió en el primer rey viajero; desde 1881 recorrió Estados Unidos, Japón, China, India, Egipto, varios países europeos incluida Inglaterra y el Vaticano.
Kalākaua quería construir un imperio polinesio…pero, presionado por las potencias europeas, se vio obligado a firmar una nueva constitución que limitaba los derechos del monarca, restringía el voto nativo y permitía el sufragio de los extranjeros. A esta curiosa constitución la llamaron “de la bayoneta”, porque tal había sido el instrumento utilizado por los estadounidenses para convencer al monarca de cambiar de parecer. Incluso hubo una revolución para volver a restaurar el poder de la monarquía, pero fracasó.
Lo cierto es que mientras su hermano se convertía en el primer rey trashumante, Lydia se hacía cargo de los asuntos públicos cada vez que este daba vueltas por el mundo, hasta que por una insuficiencia renal, Kalākaua debió viajar a Estados Unidos de donde volvió en un ataúd. Hoy se lo recuerda por haber reivindicado el baile del hula hula, considerado inmoral y prohibido por los misioneros cristianos.
Con la muerte de Kalākaua su hermana ascendió al trono como la primera reina de Hawái, sin saber que sería la última.
Ingeniosa, talentosa y lúcida, la última reina fue una defensora del legado de su pueblo, aunque la influencia norteamericana, el principal importador de bienes de Hawái, proponía la anexión forzosa a Estados Unidos.
Lydia trató de abolir la Constitución de las bayonetas, pero fracasó y fue forzada a abdicar el 17 de enero de 1893 para evitar un derramamiento de sangre entre sus súbditos.
En 1885, fracasó una rebelión realista que pretendía reponerla en el trono hawaiano y expulsar a los norteamericanos. La reina fue apresada, juzgada y condenada. En principio, le quisieron imponer cinco años de trabajos forzados, pero la pena fue conmutada por confinamiento en una de las habitaciones de su palacio. Al final de sus días, vivió de una pensión y las rentas de sus propiedades. Se dedicó a escribir un libro sobre la historia de su nación y a componer obras musicales como Aloha ʻOe (“Adiós a ti”) y Makalapua.
Hasta su muerte en 1917, continuó reclamando por la anexión violenta de Hawái a los Estados Unidos. Recién en 1993, el presidente Bill Clinton se disculpó en nombre de su país por el papel jugado en la pérdida de la independencia de Hawái… pero la reina había muerto sin descendientes, se habían cumplido cien años de su anexión y 34 años desde que Hawái se había convertido en estado y en una estrella más, brillante y exótica, de la bandera norteamericana.
El nombre Lydia Kamakaʻeha significa “conservación de los cielos”, y esa estrella es el símbolo que evoca su lucha y la preservación de la identidad de su nación.
Las disculpas de Clinton suenan a las que dio por el caso de Mónica Lewinsky.
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