Los robos de los gritos

En el mes de agosto de 1883, el volcán Krakatoa, en Indonesia, entró en erupción con una violencia tal que sus estruendos se escucharon en Australia. Los tsunamis secundarios mataron a más de 35.000 personas y sus cenizas se dispersaron a miles de kilómetros de distancia, incluso llegaron hasta la lejana Noruega. Pocos días después, Edvard Munch (1863-1944), después de caminar con unos amigos, se detuvo a ver como el atardecer “se puso rojo sangre”. “Me detuve agotado”, relató el pintor, “y me apoyé en la cerca. Había sangre y lenguas de fuego sobre el fiordo azul …

Mis amigos continuaron caminando y yo me quedé allí temblando con ansiedad y sentí un grito infinito que pasaba por la naturaleza”. De este grito infinito surgió el cuadro (o, mejor dicho, las cuatro versiones pintadas por Munch) titulado, originalmente, Der Schrei der Natur (El Grito de la naturaleza), obra emblemática del expresionismo. Si bien la versión más conocida es la que refleja el cielo enrojecido por la dispersión de partículas volcánicas en la atmósfera, la figura del hombre gritando está inspirada en una momia peruana que Munch había visto en el Museo del Hombre en París en 1889.

Originalmente, El Grito formó parte de un grupo de seis cuadros titulados “El Amor”, con la idea de representar las distintas fases de un idilio, desde el enamoramiento hasta la ruptura. Esta última fase de una desafortunada relación amorosa, El Grito, tomó vida propia. La versión original, de 1893, es un óleo y pastel sobre cartón y está expuesta en la Galería Nacional de Oslo. La segunda versión, de menores dimensiones, es de 1910 y se expuso en el Museo Munch de Oslo. Existen otras 2 obras en pastel donde juegan con distintos colores. En 1895, Munch también hizo una litografía en blanco y negro con el mismo título.

En febrero de 1994, El Grito de la Galería Nacional de Oslo fue robado a plena luz del día. Al principio se creyó que era un grupo de activistas en búsqueda de publicidad, pero pronto se supo que el delincuente, que había demorado solo 50 segundos en sustraer el cuadro, dejó un cartel burlándose de la policía: “Gracias por la falta de seguridad”. Las investigaciones condujeron a un ya conocido ladrón de obras de arte llamado Pål Enger. Este hombre era un jugador de fútbol que ya había robado otra pintura de Munch (Amor y dolor).

Enger se dirigió al gobierno noruego solicitando un rescate de un millón de dólares, pero su solicitud fue denegada. De esta solicitud surgió una pista que condujo a la recuperación del cuadro, que estaba en la casa del mismo Enger. Después de pasar un periodo en prisión, el ex ladrón se dedicó a pintar y vivir de vender sus obras. Al igual que Munch no tuvo paz en vida, acosado por la muerte de su hermana y su madre por tuberculosis, por la depresión de su otra hermana, por sus propios problemas de alcoholismo y una afección visual que lo obligó a mantener reposo, aunque aprovechó el tiempo para hacer una serie de cuadros sobre las imágenes o miodesopsias (también conocidas como “moscas volantes” o “cuerpos flotantes”) que veía mientras se recuperaba de esta hemorragia intraocular, tampoco sus obras tuvieron tranquilidad, siendo presas preciadas de ladrones de arte.

Casi 120 años después de la erupción del Krakatoa (en agosto de 2004), tres hombres enmascarados y armados sustrajeron la segunda versión de El Grito, la del Museo Munch, junto a La Madonna pintada por el mismo autor. Al igual que en el robo anterior, llamó la atención la poca protección que tenían estos preciados tesoros del arte noruego. Los periódicos no tardaron en señalar que cualquier negocio tenía más seguridad que el museo. Las autoridades esperaron el reclamo de un rescate, pero este no llegó. También se ofreció una sustanciosa recompensa de casi 90 millones de euros. Nada.

En un momento se sospechó que los ladrones habían quemado los cuadros…. Ya todo era desaliento cuando las obras reaparecieron justo 2 años después de su sustracción. Uno de los ladrones, un tal David Toska, se presentó ante las autoridades para proponerles la devolución de las obras a cambio de una reducción de la condena que estaba cumpliendo. Resultó ser que Toska ya tenía problemas con la justicia, en el 2004 había robado a mano armada el Banco Central Noruego sustrayendo 7 millones de euros. En el atraco había matado a un policía. Toska estaba preso desde el 2005 por este delito y trató de negociar la reducción de pena devolviendo el cuadro, pero las autoridades negaron toda concesión al ladrón.

Curiosamente, a la semana reaparecieron las dos pinturas. Esta versión de El Grito quedó permanentemente dañada por las malas condiciones en la que se lo había guardado a lo largo de esos 2 años. Una tercera versión, la de pastel pintada en 1895, propiedad del empresario noruego Petter Olsen, salió a remate el 2 de mayo del 2012. Antes de poder venderla, Petter debió enfrentarse con su hermano Fredrik por la posesión del cuadro que había pertenecido a sus padres. La corte de Oslo dictaminó que Petter era el dueño, y, como tal, la vendió en 120 millones de dólares.

Con este dinero Olsen construyó un museo en Hvitsten, Noruega, un lugar donde Munch había vivido, para exponer la colección que había heredado de sus padres. El Grito se convirtió en un icono del expresionismo. Durante la Segunda Guerra, los nazis lo declararon “arte degenerado” y las obras de Munch no se exhibieron en los países dominados por el Reich, como lo fue Noruega. Terminada la contienda, El Grito se convirtió en un punto de referencia cultural dada su fuerza emocional, esa transmisión de angustia y desesperación.

En 1961, la revista Time lo utilizó en su portada de la edición dedicada al complejo de culpa y ansiedad. Andy Warhol estampó en remeras de seda esta imagen de Munch con la intención de convertirla en un objeto de reproducción masiva. Esta banalización de la imagen era un intento para desactivar el sentimiento de incómoda ansiedad que transmite esta obra al espectador, creando un sentimiento perturbador reflejo de nuestra soledad y desaliento.

Sin embargo, y a pesar de su difusión masiva, El Grito de esa momia peruana en un atardecer teñido por ceniza volcánica continúa siendo un imán irresistible para el público en general, para coleccionistas, artistas, críticos, pensadores, psicólogos y ¿por qué no?, ladrones.

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Esta nota también fue publicada en mdzol.com

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