El 1ero de julio de 1812 el Primer Triunvirato ordenó asentar por escrito los acontecimientos de la Revolución de Mayo con la finalidad de “perpetuar la memoria de los héroes y las virtudes de los hijos de América del Sud y a la gloriosa época de nuestra independencia civil”. La tarea de registrar esta relato recayó en Dean Gregorio Funes (1749-1829) quien, a partir de la documentación recuperada, redactó el “Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán”. Desde el año 2002 el Congreso de la Nación declaró que los primero de julio se celebrase el “Día del Historiador”.
Si bien la fecha es reciente, el oficio de historiador, junto a otros menos reputables, está entre los trabajos más antiguos del hombre. Escribir para evocar es una de las tareas más nobles y, a su vez, controvertida, porque cada actor, cada interlocutor y cada testigo del evento tendrá su percepción de lo acontecido, cuando no su interpretación de los hechos, cuando los “pequeños grandes detalles” hacen las diferencias.
El mismo Dean Funes, poco antes de gozar de este honor como primer cronista de la gesta, había sido acusado de promover el llamado “Motín de las Trenzas” (1811), momento que los Patricios se rebelaron contra el nombramiento de Manuel Belgrano como su comandante. La revuelta, a escasos metros del Cabildo, terminó en una carnicería. En la oportunidad, el general Rondeau debió usar la artillería para aplacar a los revoltosos (circunstancias que dejó sordo al futuro jefe del Ejército del Norte).
También el Dean era cronista de la Gazeta de Buenos-Aires y por lo tanto hombre de opinión e intérprete de la política nacional (algunos sostienen, no sin razón, que el periodismo es la primera versión de la Historia). Su participación en el dictado de la Constitución de corte monárquica de 1819 le acarreó nuevos inconvenientes, que lo obligaron a ocultarse por un tiempo, al igual que su condición de representante de Simón Bolívar en las Provincias Unidas que no pasó inadvertida ni indiferente.
Tampoco fue imparcial la perspectiva de Vicente Fidel López (1815-1903), el otro gran cronista de nuestros primeros años, por su condición de hijo de un personaje tan célebre como Vicente López y Planes, le daba un privilegiado lugar como observador de los hechos. Por su parte don Vicente tenía ideas políticas tan concretas que se vio obligado a exiliarse en tiempos de Rosas …un hecho no menor cuando se lee sus crónicas.
Vicente López describe los acontecimientos de nuestros primeros años, conociendo de primera mano a sus actores y relatando “su” historia con una perspectiva muy personal y anecdótica, sin recurrir a documentos para refrendar los hechos (como lo haría Bartolomé Mitre, años más tarde) ya que López estaba en el momento adecuado y con la persona oportuna según su testimonio ..
Los ejemplos podrían seguir porque nuestros cronistas e historiadores muchas veces fueron también actores de los acontecimientos, siendo Mitre el más notable, pero no el único. Nuestros primeros cronistas, como en el resto de América tuvieron la misión de construir un relato patriótico para generar un orgullo nacional, la sensación de unidad y pertenencia de su habitantes. Si bien esto puede ser superfluo en naciones más antiguas, periódicamente sus cronistas caen en esta tentación chauvinista …La imparcialidad no existe y ningún historiador “no es de ninguna época ni de ninguna nación” como requería François Fénelon (1651-1715).
David Hume (1711-1776), a la vez de exigir veracidad e imparcialidad, también exigía del cronista “ser interesante”, lo que no siempre es compatible con las otras dos condiciones. El mismo Hume reconocía las influencias en el espacio geográfico y del tiempo en el que le toca vivir sobre aquel que relata un proceso histórico por lo que Jaime Balmes (1810-1848) aconsejaba que antes de leer un libro de historia es indispensable leer la vida del cronista.
Karlheinz Deschner (1924-2014) reconocía que hablaba desde sus propios prejuicios por sus experiencias de vida y una multiplicidad de “influjos varios”. Julián Barnes (1946) va más allá y sostiene que “la historia es simplemente lo que los historiadores nos cuentan”. Vargas Llosa (1936) en El sueño del celta cree que la historia “es la fabricación más o menos idílica, racional y coherente de lo que en la realidad cruda y dura , ha sido una caótica y arbitraria mezcla de planes, azares e intrigas”. De esta apreciación hay solo un paso a la concepción de Bernard Shaw (1856-1950) cuando sostiene con ese humor tan cínico que le era tan propio: “¿Y qué dirá la historia? Mentiras , como siempre “
León Tolstói (1828-1910) en La guerra y la paz cree que “el único concepto que conocen los historiadores es el poder”. Hannah Arendt (1906-1975) siguiendo esta idea advierte que en estos últimos doscientos años se han producido incontables ideologías que pretenden ser las claves de la historia “y no son más que desesperados intentos de escapar de la responsabilidad” (Los orígenes del totalitarismo -1951). En tal sentido Margaret MacMillan (1943) advierte sobre el peligro de los historiadores “que lo expliquen todo”. A esta intención holística debemos agregar el problema propio de los “revisionistas” cuando el escritor del relato pretende, además de describir lo que pasó, juzgarlo.
Lo correcto y lo incorrecto no son absolutos, los criterios morales cambian con la época y el lugar y lo más difícil del relato de la crónica es entender y respetar esos criterios y esos hechos sin pasiones para descubrir –como sostenía Paul Johnson (1928-2023) (uno de mis autores preferidos): que ” la humanidad es la más destructiva y creativa de las especies”–. La historia se repite suele decirse, aunque muy pocas veces es exactamente igual. Y esta tendencia a la repetición es por ignorancia, desmemoria, estupidez o perseverancia suicida … pero también es importante señalar que los historiadores se repiten entre sí, porque solo en las lecturas de los textos que nos precedieron podemos encontrar claves de acontecimientos y situaciones pretéritas, aunque nunca sabremos todo lo que han sucedido en el pasado, menos aún las intenciones de los hombres que construyeron ese pasado y tampoco las intenciones de aquellos que se tomaron el trabajo de escribirlas … De allí que cuando se hable de novela histórica se incurra en un oxímoron, porque todo relato histórico tiene algo de verdad y también algo de imaginación.