Desinteligencia y desplantes en asunciones presidenciales

La esencia de la democracia es la alternancia en el poder. Si los presidentes, ministros y gobernadores fuesen reelegidos ad Infinitum (o ad nauseam, que es parecido) estamos ante una autocracia.

George Washington tenía muy claro este concepto, cuando le ofrecieron ser presidente por tercera vez dijo: “Eso me convertiría en un monarca y me he pasado la vida luchando contra la monarquía”. Desde entonces se han limitado los periodos de reelección a dos, hecha la excepción de Franklin Delano Roosevelt quien fue reelegido por cuatro periodos (antes y durante la Segunda Guerra).

Solemos pensar que desplantes como los cometidos por la Sra. Kirchner al ausentarse del acto de trasmisión de mando a Mauricio Macri, o el de Bolsonaro a la asunción de Lula, son propios de nuestra primitiva democracia o nuestro indomable espíritu latino. Nada más alejado de la realidad, desplantes como estos también ocurrieron en la cuna de la democracia moderna.

John Adams (1735-1826) se fue de Washington cuando Thomas Jefferson (1743-1826), su archienemigo, asumió la presidencia. Parece que estas conductas se heredan porque su hijo, John Quincy Adams (1767-1848), hizo lo mismo cuando fue reemplazado por Andrew Jackson después de una elección virulenta. Pero ninguna trasmisión de mando fue tan áspera como cuando Harry S. Truman (1884-1972) fue reemplazado por Dwight D. Eisenhower (1890-1969). Según Clark Clifford (1906-1998) –por entonces consejero presidencial de Truman– “ambos se odiaban”.

Curiosamente, Eisenhower y Truman se conocían desde hacía tiempo y habían trabajado juntos en el pasado. Uno fue presidente durante la Segunda Guerra (ante la inesperada muerte de Roosvelt ) y Eisenhower, su comandante en jefe, pero esta relación que, al menos, había sido exitosa, y si había alguna inquina o resentimiento, no había aflorado hasta entonces, estalló durante la campaña presidencial de 1952. Eisenhower, como candidato republicano, debía enfrentar al demócrata Adlai Stevenson (1900-1965). Truman, también un demócrata, hizo un comentario poco edificante sobre las habilidades del general Eisenhower: “Este no sabe más de política que un cerdo sobre los domingos” (la metáfora no es muy ilustrativa, pero es lo que dijo). Eisenhower fue más frontal: “Truman ha hecho un desastre en Washington”.

El presidente estaba sorprendido por algunas actitudes del general como su autopromovida misión de paz en Corea, donde se destacaba el liderazgo de otro enemigo de Eisenhower, el general Douglas MacArthur (1880-1964). El primero había hecho posible la victoria sobre los nazis en Europa, el segundo había derrotado al Japón y entonces trataba de frenar el avance de los norcoreanos. Si era exitoso, las posibilidades de Ike (apodo de Eisenhower) para llegar a la Casa Blanca se verían seriamente comprometidas. Por esta razón comenzó una campaña pacifista en Corea. Truman fue tajante y no dudó en llamar “demagogo” a su opositor.

Cuando Eisenhower sucumbió a las presiones del Partido Republicano para no defender al general George Marshall (1880-1959) de los aviesos ataques del senador Joseph McCarthy (1908-1957), Truman no dudó en señalar lo que el consideraba un “traición”. Marshall se había desempeñado como secretario de Estado durante la Guerra y había protegido el ascenso de Eisenhower.Muchos lo consideraban el mentor de Iker.

El nombre de Marshall quedó  asociado al plan para reactivar la economía europea de postguerra, razón por la cual recibió el Premio Nobel de la Paz de 1953. El enfrentamiento con McCarthy lo hizo renunciar a la Secretaría de Defensa.

En estas circunstancias llamó la atención el silencio de Eisenhower, razón por la cual Truman declaró esta sumisión como “una de las cosas más chocantes en la historia de este país”. Y si como esto no fuese suficiente, aclaró que “el problema con Eisenhower es que es un cobarde y debería estar avergonzado de su actitud”. Era obvio que no simpatizaban, pero en un país como en el Estados Unidos de la postguerra, con el candente conflicto con Corea y la Guerra Fría en su frígido cenit, no podían hacer pública una desinteligencia de esa profundidad y ambos accedieron a estar presentes el día de la inauguración del periodo presidencial.

Eisenhower, el presidente electo, dijo en voz alta ante todos los que lo quisiesen escuchar: “No soporto estar sentado junto a este tipo”. Cuando Truman le ofreció entrar a la Casa Blanca para tomar un café esa fría mañana del 20 de enero de 1953, el presidente electo prefirió esperar en el automóvil. Truman se mostró contrariado, pero siguió con la ceremonia. No hay un testimonio fidedigno de cómo fue la conversación entre el expresidente con el presidente electo durante el viaje al Capitolio.

En sus memorias Truman escribió: “No soy un admirador de Eisenhower, aunque traté de ser amable y cooperativo durante el acto de asunción, pero él actuó como si yo fuese un enemigo y no su predecesor en el cargo que él estaba por asumir”.

El odio ha causado muchos problemas en el mundo, pero no ha ayudado a resolver ninguno.

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