A los 40 años, quien hasta hacia poco había sido un vigoroso remero de bigote prominente y músculos exaltados se redujo a un cuerpo enflaquecido y mirada vidriosa. Nadie comprendía la decadencia de este hombre, autor con 6 novelas publicada y casi 300 cuentos en su haber que le habían forjado un bien merecido prestigio de “orfebre de las palabras”, la promesa literaria que Gustave Flaubert había proclamado diez años antes.
La noticia del trastorno mental del escritor se difundió por la prensa: “Guy de Maupassant ha caído víctima de sus propias sensaciones” escribió Le Figaro. “Ha estudiado a la locura antes que esta penosa afección lo comprometiese”. Tal había sido su interés por los desequilibrios mentales que asistía frecuentemente a las clases magistrales del Dr. Charcot, donde el médico exponía distintas formas de alineación, como si se tratase de una obra de teatro, ya que hasta solía usar los mismos pacientes para “actuar” su locura en forma periódica (no era está una costumbre exclusiva del prominente psiquiatra francés, en nuestro hospital Moyano había una “jaula de las locas” donde se exponían los casos más llamativos y esto concitaba la atención del público porteño) .
Cuando los periódicos hablaban de una “penosa afección” era un secreto a voces que el joven escritor padecía la consecuencia de su propia sensualidad ya que era conocida su afición por las prostitutas, heroínas de algunos de sus cuentos como “La Maison Tellier”. Su amigo Gustave Flaubert le escribió advirtiéndole sobre su inclinación de andar “con demasiadas mujeres de vida aireada” y como esto podía influenciar en su salud.
Conocida la noticia de su locura, los críticos comenzaron a hurgar en sus escritos signos de alienación y saltó a la luz una obra publicada poco antes que no había llamado la atención del público pero que adquiría una nueva dimensión a la luz de la presente afección, se trataba de “Cartas a un loco” (1885) que guardaba un paralelismo con “El Horla” (1882), dos obras que describen la ansiedad de un hombre que percibe su propia insania.
Maupassant había peleado la guerra franco-prusiana cuando apenas tenía 18 años y desde entonces frecuentó lupanares donde probablemente adquirió la sífilis que explotó en las fases finales de la enfermedad años más tarde. Entonces comenzó a experimentar ideas delirantes (creía que los mosquitos le comerían el cerebro) y alucinaciones. Curiosamente Maupassant, como muchos hombres de su época, creía que esta enfermedad era un signo de hombría, patencia sexual y hasta una condición esencial para ser un auténtico artista. Pero los periodos de confusión y delirio se hicieron más frecuentes y le confesó a su amigo el Dr. Cazalis: “Mi muerte es inminente y estoy loco. Mi cabeza está ida. Adiós, amigo, no volveré a verte”.
A otro de sus médicos le había dicho: “Entre la locura y la muerte, no hay que dudar, mi elección está hecha” e intentó quitarse la vida dos veces esa fatídica noche de 1890. Murió 6 meses más tarde.
Su epitafio en el cementerio de Montparnasse es un resumen de su búsqueda literaria, llena de pesimismos y desilusiones: “He probado todo y nada me ha dado placer”.
La sífilis hizo estragos en la sociedad decimonónica y de principios del siglo XX. Uno de cada 4 hombres padecía sífilis. Se habían probado muchos tratamientos (mercurio, malarioterapia, arsénico) hasta que el advenimiento de la penicilina alejó el fantasma de la enfermedad (“la gran imitadora” le decían, por sus múltiples sintomatologías) y especialmente el cuadro psiquiátrico que complica los estadios finales de la enfermedad. Por años se la creyó casi extinguida, y esta liberación de una maldición bíblica asistió a la liberación sexual propia de los 50 y el fenómeno de los baby boomers que se tomaron muy a pecho aquello de creced y reproducíos …
La aparición del Sida (afección que suele asociarse con sífilis ) volvió a retraer la promiscuidad y estimular el uso de profilácticos, pero una vez que el Sida dejó de ser una enfermedad mortal para convertirse en crónica gracias al tratamiento, las costumbres se han vuelto a relajar, razón por la cual desde hace una década la transmisión de sífilis sigue en aumento. Del 2013 a 2018 la tasa se triplicó tanto en hombres como en mujeres con un pico entre los 15-24 años.
En el 2018 se notificaron 22.428 casos (la enfermedad es de denuncia obligatoria pero no todos los médicos la comunican, así que este número no es el auténtico). En el 2019 se estimaba que hubo 56 casos cada 100.000
Obviamente en el 2020 bajaron los casos denunciados pero finalizado el encierro por la Pandemia, los contagios aumentaron aceleradamente y volvieron a colocarse en niveles prepandemia.
El problema se potencia porque, a diferencia de los médicos decimonónicos, muchos profesionales no tienen en mente la enfermedad por lo que las reacciones cutáneas pasan desapercibidas o sin prestar la debida atención al compromiso de las palmas y plantas, las llaman genéricamente “alergias”.
Un hecho que dificulta su tratamiento es que la sífilis no aparece inmediatamente sino 20 días después del contacto sexual, razón por la que los pacientes no relacionan la lesión en los genitales (llamadas chancros) con el coito y menos aún con la sintomatología en otras partes del cuerpo.
Para diagnosticar la sífilis, hay que pensar en ella.